Próximos anuncios para la Capitalidad Cultural
Granada ha reforzado esta semana su candidatura con la foto histórica de los 174 pueblos mientras otras competidoras sortean enfrentamientos políticos. Además, se ultiman proyectos que dejarán un legado en la ciudad
El Pacto del Saray fue, durante décadas, el acuerdo por antonomasia de Granada, al que se guardaba reverencia como a la reliquia de San Juan ... Nepomuceno. Reunió en su momento a partidos políticos opuestos, sindicatos y patronal para salvar la independencia y autonomía de CajaGranada; entidad financiera que ya ni existe y alguna de las instituciones firmantes –como el Partido Andalucista–, tampoco.
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Era el año 2001, cuando aún se usaba el vídeo VHS, los móviles tenían el tamaño de un zapato y la presa de Rules estaba cerca de inaugurarse pero sin tuberías. Esto último no ha cambiado mucho. El resto, habría que explicarlo a los chavales que tengan ahora treinta años. Tampoco les sonará el Pacto del Saray, en una provincia donde –salvemos, de momento el acelerador de partículas– no han existido grandes consensos políticos en tres décadas.
Recupero de la libreta las notas de la entrevista que hice hace cuatro años a uno de los firmantes de aquel documento de principios de siglo, el socialista Paco Álvarez de la Chica: «Hoy, que observo la política con desapasionamiento, veo que se penaliza el acuerdo en las estructuras políticas. Acordar es una debilidad mal entendida». Tomamos una cerveza el martes –fueron dos y un vino blanco de Calvente, por precisar– y me comenta que no recuerda una fotografía como la del pasado lunes en el Palacio de Congresos, con alcaldes y representantes de los 174 municipios –ni siquiera se reparó en los que faltaron– para firmar la adhesión a la candidatura a la Capitalidad Europea de 2031.
Y es especialmente simbólica esta foto unitaria porque otras competidoras andan a la gresca y se ha roto ese armisticio político. En Cáceres, el PSOE intentó hace unos días desde la oposición imponer un plan estratégico al alcalde popular, que salvó la votación gracias a su voto de calidad. En Las Palmas, el director general de la candidatura, Tony Ramos, dimitió en junio. Y en Jerez –rival más incómoda porque mientras convivan las dos no habrá un pronunciamiento expreso de la Junta– acaban de fichar como director a Ramiro Alonso de Villapaderma, que también se ha presentado a la plaza en Granada –eso es tener las ideas claras– y no ha pasado el filtro. Se trata de un exalto cargo de Isabel Díaz Ayuso, que ha suscitado el rechazo en Jerez de la oposición municipal.
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En Granada, la unidad es un valor diferencial. Hasta en la selección del futuro director artístico han participado representantes de la Universidad, del gobierno municipal y de la oposición. La elección es cuestión de días. Y los dos perfiles finalistas son de gran altura técnica e intelectual. Lo mismo no hay que elegir. «Hablamos pronto», le digo a uno de los dos el martes cuando coincidimos en un acto. Y asintió incómodo porque es muy discreto.
Y yo intencionadamente impertinente con tal de sacar una noticia.
LO QUE DEJARÁ LA CANDIDATURA
Pero no son solo fotos, hay también hechos. Avances que harán que la candidatura –pase lo que pase– ya haya merecido la pena. Me cuentan varios proyectos de Marifrán Carazo, muy avanzados, que dejarán huella en la ciudad y reforzarán su perfil cultural. Pronto habrá novedades sobre una iniciativa muy interesante: un barrio de creadores que desbloqueará además una zona de la ciudad pendiente desde hace dos décadas. Ya existe financiación. Será un entorno que combinará viviendas, espacios culturales y zonas de trabajo. Otra idea que me resulta muy interesante y con un gran atractivo turístico estará en el Centro, muy relacionada con la música. Una especie de Soho.
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Este tipo de proyectos amplían la oferta de una ciudad y en sí mismos se convierten en un reclamo turístico.
«¿CUÁNTAS HISTORIAS LLEVAMOS EN LA SANGRE?»
El martes charlo con uno de los comisarios de la Capitalidad Cultural, David Jiménez Blanco, que ha escrito el libro 'Conversos'. Es la historia de Salomon Levi y Pablo de Santamaría, una misma persona que alcanzó el máximo nivel como rabino erudito y, declarada la fe al cristianismo, trabajó para el Papa Luna. Sería, en términos políticos actuales, un tránsfuga. Alguien que cambió de opinión. Todo está inventado.
Anoto en la libreta varias reflexiones de David, que nos enfrenta con su libro a nuestro pasado sin complejos. «¿Cuántas historias llevamos en la sangre?», se pregunta parafraseando a Borges. «Tenemos que bajarnos del pedestal. Todo el mundo cree que vive el momento más complejo de la historia».
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Lo escribí en el cuaderno cuando leí el libro: «Me pregunto si todos los países son de puertas adentro conscientes de sus miserias, aunque las disimulen hacia el exterior, o si solo los españoles nos mortificamos con las nuestras. Todo el mundo ha sido opresor y oprimido». David concluye: «No somos especialmente ni malos ni buenos, somos arrieros en el camino».
Y tarde o temprano nos encontraremos.
CALOR, CAFÉ Y CORAZÓN
Ana Sánchez llama a todo el mundo 'corazón'. Me vendría bien, porque cada vez olvido con mayor frecuencia los nombres que debo recordar –acudo a Google para confirmar que me refiero a Ana Sánchez–. Pero si llamase a alguien 'corazón' resultaría sospechoso. Ana, en cambio, tiene cara de buena persona, un delantal como las mujeres de pueblo y las palabras justas. Hace año y medio me abordó en el Parque de las Ciencias: «Tienes que venir a Calor y Café, corazón». Me comprometí y lo anoté en mi excel de tareas pendientes; el primero de mis compromisos aparcados durante dieciocho meses porque soy un gilipuertas que confunde las prioridades con las urgencias. Hasta que esta semana quedé con ella a las nueve y media en la calle El Guerra. Y allí acudí, con una tripotera de prejuicios.
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Probablemente sea el único sitio donde me dejen entrar saltándose la cola de la puerta. Tengo esta pinta de privilegiado desagradecido que ni yo mismo me soporto. Y allí estaba Ana, con su delantal y su sonrisa invencible, mientras indica a un hombre que puede coger dos piezas de fruta y una lata de sardinas. También un manojo de espárragos. Calor y Café es el Café Gijón de los desdichados. Quienes comen la comida que caducará mañana –quizás fuese ayer–, los alimentos que desprecian los estómagos malcriados. Pero el café huele caliente y a cocina de pueblo; sólo falta que Ana, con su delantal, fría picatostes.
En un año atienden a más de 2.500 personas. Detrás hay familias con hasta una decena de miembros. En una jaula ladra Luna, a la que ofrecen galletas. Es el único recurso asistencial –por qué pondrán estos nombres tan espantosos– donde pueden entrar mascotas. «¿Qué le pasa?». «Quiere mimos». Y Luna mordisquea una rosquilla y mueve la cola. Ana me enseña cajas con 500 bocadillos. Son los que sobraron el día que Spencer Tunick reunió en un olivar un millar de cuerpos desnudos y los fotografió pintados de verde para Cervezas Alhambra. El pan está duro; muchos de los que vienen a pedir calor apenas tienen dientes. Pero el queso y el jamón bien pueden trasegarse y los voluntarios los separan en bandejas. Los mendrugos serán un festival para los perros. «Aquello que das a los demás, a ti mismo te lo das», anoto la leyenda en la pared. Llega el cartero, que deja en la calle El Guerra la correspondencia para los que no tienen casa. Lo decía Elías Canetti: «Nadie está más solo que aquel que no recibe una carta».
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