La libreta del director

Granada acelerada

Varios actos esta semana constatan que el proyecto del Ifmif-Dones es ya una realidad. Probablemente, la oportunidad histórica para transformar la provincia. Y en la libreta, también un par de hojas para la nostalgia

Quico Chirino

Granada

Domingo, 14 de abril 2024, 00:04

Hace un mes coincidí en una charla informal –aunque mis contertulios fueran muy formales– con la directora de Cámara España, Inmaculada Riera, y el presidente ... de la patronal granadina, Gerardo Cuerva. Riera pidió a Cuerva que le explicara bien la trascendencia del proyecto del Ifmif-Dones y ambos coincidieron en que había que hacer esa pedagogía por toda España. Empecemos por Granada.

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El pasado lunes conversaba –amistosamente– con Gerardo Cuerva sobre esto mismo en las jornadas organizadas por el Instituto Andaluz de Astrofísica, el Ifmif-Dones y la propia Cámara. ¿Y si estuviésemos de una vez por todas ante el proyecto transformador de la provincia? No solo por la cifra mil millonaria del negocio, sino porque incida, por ejemplo, en el desarrollo urbanístico –los profesionales que vengan tendrán que vivir en algún lado y no de cualquier manera– o en la atracción de capital y talento extranjeros.

La Junta estaba representada en el acto por el secretario general de Investigación e Innovación, Antonio Posadas, que recurrió a unas declaraciones recientes del alcalde de Málaga. Lo dejaremos pasar porque Posadas es motrileño. Francisco de la Torre sostuvo en el foro europeo Transfiere que la clave del éxito había sido la unión de todas las instituciones. Tan simple y tan complicado a la vez.

Este mes, las administraciones granadinas han presentado 'Granada Global', una iniciativa que pretende anteponer los proyectos y criterios técnicos al oportunismo político. Un plan que trascienda la lógica alternancia de gobierno. El presupuesto de partida son 200.000 euros; cuando prácticamente eso mismo es lo que se necesitará para diseñar el concepto estratégico. Las voluntades cuentan. Los millones, mucho más.

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Provocaba con esta reflexión a Cuerva, que celebraba que, al menos, se haya dado el primer paso. Aunque también comparte la sensación de que, en Granada, «se sube siempre el mismo escalón» de una escalera que lleva siempre al punto de partida.

Hay argumentos para pensar que el acelerador de partículas elevará nuestras posibilidades y autoestima. El director del consorcio, Ángel Ibarra, precisó in voce que no se trata de algo abstracto y distante, sino que ya repercute en un negocio de cincuenta millones de euros al año.

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Pero, ojo, el Ifmif-Dones no puede ser tampoco el pretexto para comprar el silencio cómplice de las instituciones granadinas y que no reclamen ningún otro proyecto extraordinario, como si acaso la deuda histórica con esta provincia estuviera ya saciada.

Curiosamente, el acelerador es también la única iniciativa que se recuerda donde –todavía– no se han peleado las administraciones. Tal vez sea por que al frente no está un político, sino un científico.

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Tan habitual como es convertir los proyectos estratégicos en retiros dorados de antiguos cargos públicos.

Políticos de siempre, menos de ahora

Acudo a la presentación del libro del expresidente del Parlamento de Andalucía Manuel Gracia, 'Mi sombra ante mí'. El título me parece atrevido, aunque no sé si es más peligroso tener tu sombra delante o detrás. Depende del sujeto más que de su sombra.

Me apetece saludar a María José Sánchez Rubio y a Javier Torres Vela; el único político que me he cruzado que dijo un día que dejaría la cosa pública para siempre –teniendo la opción de seguir– y nunca volvió aunque pudiera hacerlo.

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Asisten veteranos socialistas que asocio con otra época noble y sólida de la política; pero resulta que yo también me hago viejo y ahora echo de menos a algunos dirigentes que entonces no soportaba. Muchos me saludan con cariño, otros con cordialidad y también percibo que alguien lo hace por compromiso. Afortunadamente.

Dice Javier Torres Vela que forma parte de una generación que entró en política por convicciones. Y Manuel Gracia habla de la crispación de otros tiempos, cuando mataban los «fascistas y los de la ETA». No estamos tan mal, según se mire.

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Voy porque Remedio Sánchez me advierte de que algunos momentos del libro son verdaderos ajustes de cuentas con la historia reciente del socialismo, como cuando habla del «golpe de timón» que pretendió Alfonso Guerra en el PSOE andaluz: «Poco a poco los sectores descontentos con la gestión política de Rodríguez de la Borbolla fueron encontrando un discurso común que aglutinaba posturas y simplificaba las cosas: un poco de denuncia del manoseado centralismo sevillano, otro poco de crítica al supuesto abertzalismo de Borbolla, y otro poco de vuelta al tarro de las esencias, de manera que quienes se denominaban guerristas trazaban ellos mismos la línea que marcaba la diferencia: ellos se ubicaban a la izquierda mientras que los denominados borbollistas quedábamos a su derecha. El esquema era absolutamente maniqueo: yo tengo la pizarra y la tiza, y yo soy quien traza la línea y decido quién está a un lado y quién al otro. Así de simple».

Terminó Manuel Gracia con reflexiones contundentes sobre el caso de los ERE y el 'lawfare'. Algunas de las afirmaciones no las comparto y hasta podría rebatirlas con argumentos que, probablemente, él desconozca. Pero escuchar solo lo que te reafirma en tu opinión es la forma más egoísta y absurda de autoembrutecimiento.

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Tengo que marcharme antes de que concluya el acto, sin poder discutir con Manolo Pezzi. Estar de acuerdo en todo es demasiado aburrido.

La nostalgia no es justa

Quedo con Andrés Neuman en el Realejo –sin que se entere el compañero Javi Barrera, que no pretendo trasnochar en exceso–. Neuman ha leído mis 'Jazmines torcidos' y quiere que charlemos un rato. Y de este hito tengo que dejar constancia por escrito porque es el mayor logro que he alcanzado como presuntuoso novelista. Hablamos de nuestros hijos, que al nacer escuchan las palabras que se pronuncian a su alrededor como zumbidos de moscas. La mía aprendió a ordenar las frases a traición, mientras yo me ocupaba de las frases de otros.

Pedimos primero agua con gas y Andrés me cuenta que los poetas de ahora ya no beben tanto ni son tan noctámbulos. Creo que pretende agradarme.

Hablamos del periodismo, de cuando en las redacciones estaban los teclistas o mandábamos al recadero a la Alsina para que recogiera el sobre con el carrete de fotos y el folio manuscrito con la crónica que Rafael Vílchez enviaba desde la Alpujarra. Y le digo que los periodistas jóvenes de ahora también salen, beben –y lo que puedan–; se acuestan de madrugada y especulan como tahúres con los titulares. Lo único que ha cambiado es que ya no nos llaman.

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La nostalgia no es justa, reflexiono profundo porque ya he cambiado a la cerveza. Y Andrés celebra el aforismo como un destello poético. Definitivamente, está por agradarme.

Me dice que me concede seis meses para utilizar esa frase o me la roba. Porque ambos le damos todavía valor a las palabras que se quedan tumbadas en los folios, dormidas como soldados que escaparon vivos de la matanza. En estos tiempos tan fugaces, donde importa más pasar que quedarse.

«La actualidad es sepultable», sentencia Andrés Neuman. Y soy yo el que le robo a traición el aforismo.

No se pueden hacer tratos con un periodista.

Y, menos, si hay cerveza de por medio.

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