La vocación que crea una inmensa biblioteca
Huétor Santillán ha recibido el Premio extraordinario 'María Moliner' y lucha por un local más grande, acorde con sus ambiciones
Leticia M. Cano
Domingo, 31 de agosto 2025, 23:32
En Huétor Santillán, un pueblo rodeado de montañas y silencio, hay un umbral discreto que esconde un mundo sin fronteras. Tres escalones bastan para abrir ... la puerta a la Biblioteca Municipal, un espacio pequeño, casi modesto, pero con un espíritu que desborda sus paredes. Allí dentro, el tiempo se dobla como las páginas de un libro: se sabe la hora a la que entra, pero rara vez la de salida. El secreto no está solo en sus estanterías llenas de vida, sino también en la sonrisa cálida y la entrega constante de su bibliotecaria, Mari Ángeles Cabrerizo.
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Hace unos meses, esta biblioteca recibió el Premio extraordinario 'María Moliner', un reconocimiento que celebra la creatividad y la pasión con las que se organizó el 70 aniversario de su fundación. Una fecha que, en realidad, se descubrió gracias a la curiosidad y tenacidad de Mari Ángeles. Al revisar los archivos, encontró documentos de 1953 que demostraban que la biblioteca era más antigua de lo que se creía.
Sin esa investigación –junto a la ayuda del secretario–, el pueblo habría festejado una historia más corta, ignorando dos décadas de memoria y de libros. «El año de registro no era el real, teníamos documentos mucho más antiguos», explica. Fue ella quien devolvió al pueblo parte de su identidad, iluminando los cimientos de un lugar que nunca ha dejado de crecer.
Cuando Mari Ángeles llegó, hace 18 años, el panorama era bien distinto. El local estaba desgastado, con apenas dos ordenadores plagados de virus, un servicio de préstamo y muy pocos recursos. Hasta para ir al baño había que ir a otro edificio. La biblioteca era un servicio olvidado, casi invisible.
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Sin embargo, con la celebración del 60 aniversario en 2013 todo cambió. Ese fue el punto de inflexión. Los vecinos empezaron a comprender que aquel lugar no era accesorio, sino esencial; que no se trataba de un almacén de libros, sino de un refugio para la imaginación. Y, poco a poco, comenzaron a volcarse con su bibliotecaria.
Mari Ángeles ha leído la mayoría de los libros que guarda y, mientras pasa sus páginas, ya piensa en qué vecino podría disfrutarlo
De un tímido club de lectura formado por cinco personas se pasó a más de veinte, y las actividades empezaron a multiplicarse. En 2020, la biblioteca se trasladó a un bajo alquilado de apenas 60 metros cuadrados, muy cerca del ayuntamiento. Allí se celebran encuentros literarios, talleres de teatro, rutas culturales, actividades infantiles y, por supuesto, horas de lectura compartida. Pero el espacio ya no basta. «Es que no cabemos», repite Mari Ángeles Cabrerizo con la mezcla de orgullo y preocupación de quien ve crecer algo inmenso sin el lugar adecuado para sostenerlo.
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Ella misma es una guía entre las estanterías. Mari Ángeles ha leído la mayoría de los libros que guarda y, mientras pasa sus páginas, ya piensa en qué vecino podría disfrutarlos. «Mientras los leo, ya sé a quién se lo voy a recomendar. Les pongo cara», dice. Esa relación íntima entre lectora y comunidad convierte la biblioteca en algo más que un servicio público. Es un espacio vivo, tejido con vínculos.
El color también tiene su lugar. Una gran mesa invita a los más pequeños a dibujar, soñar y crear mundos propios. A un lado, un nuevo rincón infantil floreció gracias al premio recibido, con mobiliario renovado y libros recién llegados, se ha convertido en refugio de los más pequeños. Pero ni ese rincón ni las estanterías alcanzan para todos los sueños. «Ni tenemos todos los libros porque no hay espacio», lamenta.
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La biblioteca de Huétor Santillán no es un simple cuarto con libros; es un motor cultural en continuo movimiento con proyectos que enlazan tradición y modernidad que forman parte de su día a día. Sin embargo, después de 72 años de vida, su reivindicación es clara. «El municipio necesita una biblioteca propia, amplia y adecuada», añade. Luchan por un espacio que ofrezca a los jóvenes un lugar donde estudiar y a los mayores un refugio para seguir aprendiendo.
Mari Ángeles lo resume con una metáfora que es, en sí misma, una declaración de principios: «En esta biblioteca tenemos raíces y alas. Raíces en el pueblo al que pertenece, y alas para conocer más y juzgar menos». Esas dos fuerzas conviven en cada actividad, en cada conversación entre estanterías, en cada niño que descubre la magia de las letras o en cada adulto que se reencuentra con la lectura.
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Porque leer no es solo pasar páginas, es transformar la mirada, ensanchar el horizonte, aprender a comprender el mundo de otra manera. En Huétor Santillán, una pequeña biblioteca demuestra que no hacen falta metros cuadrados infinitos para ser inmensa. Basta la vocación de una bibliotecaria, el compromiso de un pueblo y de su ayuntamiento, y el poder inagotable de los libros para que, detrás de tres humildes escalones, se abra un universo entero. «Me dijeron que Huétor Santillán no tenía biblioteca, sino que tenía bibliotecaria, aunque sé que sin la gente no sería nada», sentencia.
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