Vivir al borde del precipicio en Granada
En los tajos de Alhama de Granada se ubican medio centenar de casas habitadas por personas de diferentes nacionalidades a las que no se les permite tener vértigo
Leticia M. Cano
Domingo, 25 de agosto 2024, 00:09
Mirar hacia abajo produce desasosiego. Las terrazas y balcones sobresalen de la base de la estructura y la suerte parece que es lo único de ... lo que depende su estabilidad. Unas casas son más grandes que otras, pero todas parecen levitar sobre el río Alhama. Al subir las escaleras hacia las plantas superiores, esta sensación aumenta. El estómago parece saltar de arriba abajo precipitadamente, la garganta comienza a cerrarse y la respiración falta por unos segundos. Las palmas de las manos experimentan un cosquilleo y el contacto con la barandilla pasa a ser obligatorio para sentirse a salvo. No todo el mundo está preparado para vivir al borde del precipicio.
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Contar las casas que hay en calle Llana de Alhama de Granada resulta imposible. Lo que antes era una gran mansión para los cristianos, ahora esconde en su interior varios hogares. «Eran increíblemente grandes y ahora se dividen en diferentes pisos», explica Paca, una antigua vecina de la calle y apasionada de la historia de este pueblo. La calle es estrecha. Cuando se mira hacia arriba hay balcones que parecen querer rozarse y, al pasar con el coche, las fachadas de las casas amenazan con dejarlo encajado.
La muralla de la antigua de la Alhama nazarí fue sustituida por las casas nobles de los cristianos y frente a ellas, en la otra acera, sin vistas al tajo, aún perdura la herencia que dejaron los musulmanes. «De los musulmanes a los cristianos y, ahora, para el mundo entero, porque viven personas de muchas nacionalidades», cuenta Paca.
Casi al final de la calle reside la familia McCann. Steve y Allison son de Inglaterra y llevan once años residiendo en Alhama de Granada. «Este lugar me transmite paz», explica Steve con un dominio casi perfecto del español. «La gente, el clima, las vistas…», resalta mientras señala todo lo que le ha cautivado de este pueblo de Granada. Al entrar a su casa un sinfín de cuadros cuelgan por todas las paredes. Los ha pintado él y los muestra con gran orgullo.
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Tras pasar varias puertas, Steve mueve su mano invitando a entrar a su salón y, de repente, el panorama pasa a ser cautivador. Allison espera sentada en su sofá y frente a ella hay un pequeño balcón con una mesa y tres sillas. Desde ahí, las vistas son impresionantes y los motivos por los que Steve prefiere vivir en Alhama comienzan a cobrar mucho más sentido.
Desde el silencio de su hogar, se escucha el rumor del agua del río que pasa sin cesar –aunque en poca cantidad– y el trinar de los pájaros se convierte en su sintonía diaria. «Tengo una App para saber qué pájaros cantan», explica Steve, entremezclando ambos idiomas en esta ocasión. Cuando decidió comprar esta casa, invirtió en una gran reforma, pero consiguió conservar algunas antiguas puertas que venían de la Iglesia. «¿Se dice preservar, no?», pregunta dubitativo ante la afirmación de Ana Moya, otra de las vecinas de la calle.
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Terremoto
Ella vivió durante 28 años en una de las casas situado al inicio de la vía y, aunque ambos no hayan coincidido en su convivencia, muestran afinidad y pasión por los hogares de su vida. «Tras el terremoto de 1884, esta casa fue la única que se mantuvo en pie», explica Ana mientras pasea por su puerta. No está acostumbrada a vivir frente al precipicio y acercarse a él le produce un cosquilleo. «Mari Carmen, me he asomado y me ha dado cosilla», dice a una de sus familiares que vive en la casa colindante, que heredaron de sus antepasados.
«Anda anda, ¡qué cosas tienes!», contesta quitándole importancia. Minutos después, José Luis aparece con las bolsas de la compra de camino a casa. «Yo llevo viviendo aquí 65 años», cuenta. Su vivienda no tiene vistas al Tajo, pues se encuentra en la acera de enfrente. «No me da envidia, no podría vivir ahí porque tengo vértigo», explica, sabiendo muy bien de lo que habla.
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No todos opinan igual. «Somos unos privilegiados por vivir ante estas vistas, mires a donde mires es una maravilla», cuenta Manoli, otra vecina.
Todas las mañanas, para ella y para los demás, es un regalo del cielo poder vivir ante los tajos de Alhama, uno de los monumentos naturales más preciados de Andalucía, y además donde pueden callejear entre las historias del pasado. «La actual calle Llana antes era la calle de los mártires», explica Ana antes de finalizar el paseo.
Cuenta la leyenda que la sangre corría vía abajo desde el borde del Tajo donde asesinaban a los musulmanes tras la toma de Alhama por los Reyes Católicos. Por eso, Ana recita mientras contempla las vistas, el romance que mantiene a este pueblo unido con su pasado: «Habéis de saber, amigos, una nueva desdichada: que cristianos de braveza ya nos han ganado Alhama. [...] Por eso mereces, rey, una pena muy doblada: que te pierdas tú y el reino y aquí se pierda Granada. ¡Ay de mi Alhama!».
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