Alfredo Amestoy posa para IDEAL en su casa de Motril. R. L. P.
Alfredo Amestoy

El periodista que cambió la televisión por los aguacates

Desde la provincia ·

Alfredo Amestoy, que consiguió audiencias millonarias en los años 60 y 70, cambió su vivienda en la Gran Vía de Madrid por un cortijo motrileño en el que cultiva aguacates

Domingo, 28 de noviembre 2021, 23:39

El periodista vasco Alfredo Amestoy Eguiguren, nacido en Bilbao hace 80 años, nos recibe en su finca 'Tropicana', a un paso del mar y abrigada ... entre cultivos de la vega motrileña, a la que llegó por azar en 1971. No ha perdido su encanto ni su poder de seducción con el gesto y la palabra que lo convirtieron en una estrella de la televisión en blanco y negro, que él coloreaba con su discurso firme y una entrañable rebeldía que disfrazaba con un sentido del humor que engatusaba. Aunque ahora ya no utilice gafas de pasta, mantiene el flequillo travieso y una pose torera de perfil de quien espera tranquilo y confiado la faena en una plaza en la que domina a la fiera y al público.

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En su familia no había tradición periodística. Su padre fue de los empleados fundadores de la actual Iberdrola, pionero al poner los primeros contadores en altos hornos de Vizcaya, y tuvo la visión de hacer dinero arreglando motores de la Primera Guerra Mundial. Que un hijo fuese periodista no entraba en los planes de la familia, y cuando lo plantea tratan de disuadirlo por todos los medios. «Mis padres eran de los que pensaban que mejor tener un hijo de perista en un prostíbulo que un periodista. No me lo dijeron así, pero eso me dieron a entender, con todos los respetos para los trabajadores del alterne».

Al final, tras pasar en volandas por la Facultad de Derecho, se matriculó en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid y después completó sus estudios en la primera promoción de la Universidad de Navarra.

Su perfil profesional se agiganta cuando llega a la televisión de la mano de uno de sus profesores de Periodismo

Tuvo claro qué quería ser de mayor cuando con 12 o 13 años vio 'El gran carnaval', película estadounidense de 1951, escrita, producida y dirigida por Billy Wilder. Kirk Douglas, el protagonista, da vida al personaje de Charles Tatum, un periodista sin escrúpulos que atraviesa una mala racha a causa de su adicción al alcohol. «Vi la fuerza que podía tener un periodista para bien o para mal, en este caso para mal cuando el profesional deja de serlo y se deja llevar por intereses comerciales y el deseo de la fama».

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Lo tenía claro pero la influencia le venía también de un libro que lo marcó: 'La calle de la aventura', de Philip Gibbs, en la que de nuevo aparece el ejercicio del periodismo, esta vez a través de Francis Luttrell, que se ha educado en Oxford y trabaja como maestro en una pequeña población al sur de Londres. «Lleva una vida ordenada y tranquila, pero se aburre, así que ignora los consejos de la gente que lo rodea y se traslada a Londres para ser periodista, su verdadera vocación, y trata con príncipes y criminales. Retrata bien el Londres de hace un siglo y es un libro que mete el periodismo en vena».

Periodismo en vena

Y tanto que se inyectó periodismo en vena porque empieza joven y da sus primeros pasos en la revista Gran Vía, de Bilbao, en la que coincide con uno de los grandes maestros españoles del género,Manu Leguineche, y tiene la osadía de organizar una fiesta para recaudar fondos para perros lazarillos a la que consigue llevar como invitados entre otros a la duquesa de Alba, la condesa de Romanones y a la embajadora de Estados Unidos. En España no había entonces perros lazarillo y el proyecto entusiasma y lo asume la ONCE.

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Amestoy, con una de sus 'criaturas' tropicales. R. L. P.

A partir de sus colaboraciones en la revista, la trayectoria de Amestoy continúa con secciones fijas en periódicos de Barcelona y Madrid como 'Pueblo' o el diario 'Madrid', y empieza a destacar como reportero de calle y columnista en numerosos medios como 'La Codorniz', 'El Caso' o 'ABC', pero su perfil como comunicador se agiganta cuando en 1960 recala en televisión junto a Manuel Martín Ferrand de la mano de uno de sus profesores de Periodismo, que vio en él el potencial que ofrecía. Desde entonces y hasta los años 80 presenta y dirige hasta una treintena de programas en televisión que lo convierten algunos de ellos en un icono de la televisión al que seguía una legión de espectadores para hacer audiencias de hasta dieciséis millones de espectadores, por encima algunas semanas de programas como 'Un, dos Tres, responda otra vez' y series como 'Heidi', 'El hombre y la tierra' y hasta 'La casa de la pradera'.

Amestoy era un personaje querido y respetado en la calle por su audacia para analizar la realidad sociopolítica y económica del país. Establecía una intensa relación con el espectador, con el que llegaba a interactuar y al que miraba a los ojos por encima de sus gafas. Manejaba el primer plano como nadie y decía lo que muchos necesitaban oír y lo hacía como nadie. En sus programas no dejaba a nadie indiferente, vapuleaba y agitaba, y el público se sentía identificado con un discurso reivindicativo y un tono potente en el que se ayudaba del gesto y de las manos. Se consideró siempre más reportero que periodista, si es que una cosa no es parte de la otra. Su vocación por el periodismo comprometido era una demostración del constante coqueteo con el riesgo y lo que él mismo considera como su «inclinación a pisar charcos», pero siempre tuvo claro que llegaba a la profesión para no despertar indiferencia. Cree que en el periodismo no se puede ser timorato y sí un poco tocapelotas. «Yo no tenía hijos y por mi nivel de independencia familiar podía darme el lujo de correr riesgos y tener cierta vehemencia al analizar la actualidad con ironía y sarcasmo. Puede que por eso algunos programas no me duraran mucho».

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Franco revocaba la censura de los ministros a sus programas porque decía que «con Amestoy se enteraba de muchas cosas»

Lo hizo con programas como 'La España de los Botejara', '35 millones de espectadores' o 'Vivir para ver'. En esos casi treinta años en primera línea lo hizo casi todo en formatos que han inspirado programas de la televisión actual, como 'El Intermedio', del Gran Wyoming, el 'Late motiv' de Buenafuente, 'Zapeando' o las docuseries. Recuerda, por ejemplo, la que hizo sobre Gerald Brenan por encargo de Juan Luis Cebrián. Supo que el hispanista se alojaba en una pensión alpujarreña con apuros para vivir y propuso la idea. Logró que le pagasen 100.000 pesetas a Brenan y durante diez días vivió con él en la misma habitación de la fonda. De ahí salió un programa que se emitió en la segunda cadena para burlar la censura del régimen.

La censura y Franco

Para alguien que se movía con frecuencia en los límites aceptables de una sociedad llena de temores y prohibiciones, era normal que la censura le persiguiese en su labor, hasta el punto de que el ministro de Gobernación, Carlos Arias Navarro, ordenó que se prohibiese su entrada a TVE. Otras veces suspendían sus programas a los pocos meses por orden de diferentes ministros y los volvían a emitir varias semanas después, sin saber por qué los quitaban ni por qué los reponían. Muchos años después un embajador le confesó que Franco revocaba las órdenes de sus ministros para que siguiese porque decía que «con Amestoy se enteraba de muchas cosas que nadie se atrevía a contárselas».

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A comienzos de los años 70 era una estrella de la televisión en España y el comunicador con más tirón y aceptación de la audiencia en un momento en el que comparte redacciones y medios con una pléyade de periodistas excepcionales como Hermida, Ferrand, Balbín, Cebrián, Luis del Olmo... Se acababa de casar en Estados Unidos y viajaba junto a su esposa desde Almería –donde había participado en una película– al aeropuerto de Málaga. Durante una parada en Torrenueva alguien le dijo que por qué no compraba una pequeña finca en la zona y lo hizo, aunque antes tuvo que convencer, «casi de rodillas», a cinco propietarios de pequeñas parcelas colindantes. «Me decían que ellos ni comprobaban ni vendían, y pasé mucho tiempo hasta que conseguí que todos cedieran para reunir un terreno de algo más de hectárea y media que estaba plantada de almendros».

Para un documental sobre Gerald Brenan durmió durante 10 días en la misma habitación que él en una pensión alpujarreña

A la finca la llamó 'Tropicana', toda una declaración de intenciones para reivindicar la Costa Tropical frente a los reacios a utilizar ese término. «Muchos prefieren hablar de 'costa granadina', pienso que por un sentido más patrimonialista, pero el concepto 'tropical' solo existe aquí y es una valor añadido para el litoral de Granada frente a Europa». A partir de ahí, sin demasiado ruido, se convierte en un vecino más de Motril, ciudad que visita sin la frecuencia que deseaba por sus obligaciones profesionales, y se hace asiduo del Club Náutico, donde llegó a tener su propia embarcación para la pesca en el mar, su deporte favorito.

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Amestoy (de pie a la izquierda), junto a otros gigantes de la comunicación como Manuel Martín Ferrand o Jesús Hermida.

Durante un encuentro de la FAO en Madrid, al que asistió para hacer un reportaje, escuchó a uno de los expertos hablar de las excelencias del aguacate como un producto que podría ayudar a quitar el hambre en el mundo, y pensó que su finca motrileña podría ser un buen lugar para probar. En la Costa Tropical ya había plantaciones de chirimoya, sobre todo en Almuñécar, pero es él quien introduce el aguacate como un nuevo cultivo que nunca se planteó como negocio. «La finca es muy pequeña y los aguacates dan, como dicen en Motril, para costear los gastos».

En esta nueva faceta de agricultor que ocupa esta etapa de su vida, Amestoy comparte la idea de que instituciones y sociedad no han tratado bien al campo, «por eso se produce la emigración masiva de labradores a países industrializados de Europa o zonas como Cataluña, y nos encontramos ahora con el fenómeno de la 'España vaciada', que en realidad es la respuesta de las nuevas generaciones al maltrato de la agricultura y la ganadería».

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Su residencia en Motril

Su condición urbanita, por la que incluso preside la Asociación de Amigos de la Gran Vía de Madrid, en la que vivía, no impide que mantenga una permanente cercanía con el entorno rural y que eso lo traslade a su actividad profesional con programas en televisión como 'Campo Pop', 'Un planeta mejor' o 'España, a toda costa'. «Eran tiempos de cambio en los que empezaban a verse por los pueblos a los 'melenudos' pero todavía la sociedad española se mantiene muy arraigada a las costumbres y tradiciones y pensé que eso tenía que verse en televisión».

Amestoy mantiene ya fija la residencia en su cortijo de Motril, donde se ha recluido durante la pandemia, y su vida transcurre apacible con paseos entre aguacates y escribir sus memorias, que espera tener acabadas en mayo. Las empezará con la memoria de su padre en un capítulo en el que el periodista hablará de una etapa dolorosa en su vida. La determinación por estudiar periodismo y su boda con la esposa de un militar, que tenía dos hijos, abrió heridas entre Alfredo y su padre que no cerraron nunca. La boda chocaba con todos los prejuicios de una sociedad clasista y católica como la vasca de hace cincuenta años. «Me escuchaba, pero no me habló nunca más. Nunca me lo perdonó».

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