Juan Pérez tiene libre acceso a las entrañas del reloj del consistorio, con el que trabaja desde 1987. IDEAL

Media vida marcando la hora en Montefrío

Juan Pérez, vecino jubilado del municipio, lleva 35 años encargándose del mantenimiento del reloj del Ayuntamiento, al que vigila desde casa y ajusta con la radio; recibirá la Bandera de Andalucía por su labor

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Viernes, 11 de febrero 2022, 00:22

Los cambios de hora en Montefrío llegan cuando a Juan Pérez comienza a llamarle la cama. «Yo, desde luego, no la cambio a las dos ... o las tres de la mañana, lo hago cuando me voy a acostar», puntualiza. Y si él lo hace, el pueblo entero entra en la nueva franja. Este vecino del municipio, nacido en 1952 y jubilado, se encarga de forma voluntaria del mantenimiento del reloj del Ayuntamiento desde hace 35 años. Más de tres décadas moviendo las manecillas, controlando tras su pálida esfera cada tictac en que se mide el transcurso del tiempo. «Aunque nadie me haga caso, el que marca la hora soy yo», ríe. El próximo 28 de febrero, recibirá la Bandera de Andalucía por su labor en el cuidado del reloj, la máxima distinción que puede otorgar el consistorio. «Estoy muy satisfecho por este reconocimiento», sostiene, aunque advierte de que aún le queda cuerda. «Espero durar mucho más, que sea más de media vida».

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Su relación con el reloj del Ayuntamiento surgió en 1987, antes incluso de que la distinción de la Bandera de Andalucía existiese. Mientras el PTE-UC ganaba las elecciones municipales en Montefrío, el conserje del consistorio colgó sus bártulos y se jubiló. «Él era el que le daba cuerda y le hacía el mantenimiento», detalla Juan, que, entonces, su única ocupación era atender un pequeño y ecléctico negocio. «Tenía un poco de todo: ferretería, droguería, perfumería… Era una tienda de pueblo. Tiene uno que tocar muchos palos para salir adelante», argumenta. El reloj fue sometido a reforma. «Lo pusieron eléctrico; es decir, le pusieron un motorcillo al que se le da cuerda, con unas pesas, pero fallaba bastante», narra.

Fue entonces cuando, aprovechando la ubicación privilegiada de su vivienda en el municipio y su interés en la mecánica, tomó el relevo. «Me hice yo cargo. Vivo en frente del reloj y, claro, lo veía parado y decía 'bueno, vamos a echarlo a andar'», explica. Lo hacía cada vez que pasaba por delante, camino a casa, y comprobaba que las agujas no giraban. «En la transformación que hicieron pusieron muchas poleas. Hasta que eso no se ajustó un poco, se escapaban las cuerdas. Eran cosas muy simples. Yo subía, lo ponía a funcionar otra vez y ya está. Ahora se mantiene mejor», detalla. Por ello, los vecinos comenzaron a requerirle cada vez que no podían comprobar qué hora era. «Me decían '¡Juan, que el reloj está parado!'», recuerda.

«Lo del reloj no era trabajo ninguno. Vamos a decir que era por afición», aclara Juan Pérez, que se considera «muy aficionado a todas las cosas mecánicas». «Me gustan, me atrae», expone. Convirtió el mantenimiento del reloj en algo rutinario y hasta logró poder ascender a sus entrañas en cualquier momento. «En un principio, aprovechaba que estaba el ayuntamiento abierto, cuando estaban los funcionarios, para subir y darle, pero hace tiempo que tengo una llave con la que tengo acceso directo, para, por ejemplo, cuando cambian la hora», relata.

La hora, según la radio

En cierta medida, el interés le viene a este ferretero por vía paterna. «Mi padre era relojero, aunque, claro, de esos relojes no le entraban muchos a arreglar», comenta entre risas. Trabajaba con relojes de bolsillo, de pulsera o despertadores, entre otros. «Eran todo relojes mecánicos, no eran los digitales de ahora, pero el principio de funcionamiento es el mismo», asevera. Nada parecido, en cualquier caso, a lo que encontró en lo alto del consistorio de Montefrío. «Es un reloj antiguo, de los que había antes en las torres de las iglesias y en los ayuntamientos. Un mecanismo muy corriente, sencillo, simple. Hay que darle cuerda todos los días», revela, acerca del péndulo que lleva funcionando desde 1947.

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Juan no necesitó una formación para comprender los engranajes que había tras la esfera. «Es tan primario que no necesita conocimiento», enfatiza. «Se ven allí las ruedas andar. Tiene uno que saber un poco, porque, si una rueda no va bien, hay que ver por dónde le viene la fuerza para que ande, pero no hay que ser muy estudioso», abunda, para concluir seguidamente que «un mecánico que esté un poquillo fino lo arregla». El mantenimiento que requiere consiste, principalmente, en corregir los retrasos o adelantos que experimenta, además del propio manejo de las agujas en los cambios de invierno y verano. «Sobre todo, es ponerlos en hora, porque a estos relojes les afecta mucho la temperatura. Es muy difícil poner un reloj de estos de forma exacta. Una vez por semana, por lo menos, tengo que subir y adelantarlo o atrasarlo», revela.

Y todo lo vigila desde la cama. «Como vivo en frente y ya no duermo mucho, desde por la mañana lo observo, estando acostado», descubre. De hecho, atiende el movimiento de las manecillas mientras escucha la radio, que se convierte en una de sus herramientas más importantes. «Cuando dan las señales horarias, observo el reloj y digo 'mira, ya va un poquillo atrasado o adelantado'. Cuando veo que son diez o quince segundos los que hay de diferencia, subo y lo corrijo», detalla. Al margen, cada quince días, aproximadamente, lo engrasa.

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En este sentido, prefiere que el reloj se adelante. «Así, yo lo controlo. Por ejemplo, si va diez segundos adelantado, cojo la péndula y la dejo diez segundos parada. Luego, le doy otra vez y ya está puesto en hora. Si es al revés, es muy difícil adelantarlo, porque hay que calcular los diez segundos en una esfera pequeña que tiene, que es casi imposible», esgrime. Un proceso que tiene dominado, a pesar de que se considera «muy pegado de las técnicas modernas».

No obstante, también se le resistió en alguna ocasión. «Una vez tuvo que venir el relojero que le hizo la transformación, porque estaba con muchas grasas secas», recuerda. No volvió a suceder. «Lleva ya mucho tiempo funcionando bien», apostilla. Su mano le viene imprimiendo precisión británica. Las agujas continúan girando a su antojo y, si vuelven a pararse, algún vecino avisará a Juan. Él, como hace desde que tenía años como ahora lleva trabajando con el reloj, responderá lo mismo de siempre: «Vamos a echarlo a andar».

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