Jérez, el pueblo de Granada donde suena música clásica desde las ocho de la mañana
Esta localidad, situada en la falda norte de Sierra Nevada, multiplica su población por tres en verano al retornar las miles de familias que emigraron a Cataluña en los años sesenta y setenta
Son las nueve de la mañana en la plaza del Molino de Jérez del Marquesado, un pueblo de un millar de habitantes en la vertiente ... norte de Sierra Nevada. Las campanas de la Iglesia de la Anunciación suenan puntuales. Juan y Paqui pasan con el carrito de la compra por delante de la puerta del ayuntamiento. No se dirigen al supermercado. Van a la fuente Terrones, un manantial de agua fresca y cristalina al que acuden todas las mañana decenas de vecinos pertrechados con garrafas y redomas. «Lo que sale por ahí es gloria bendita», dice Paqui señalando el paseo de castaños que conduce hasta el hontanar. «No hay ningún estudio científico, pero los que beben dicen que es buena para el riñón», asegura el alcalde José Ángel Pereda.
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La vida de Juan y Paqui, que cerraron la puerta de su casa en Jérez en 1962 para marcharse a Barcelona, es la vida de cientos de familias granadinas que emigraron en los años sesenta y setenta. Ahora, jubilados, Juan y Paqui han arreglado aquella vieja vivienda de la calle Infante y retornan todos los años para pasar el verano en Jérez. «Y no lo hacemos solos –aclara Paqui–, lo hacemos con mis hijas, mis nietos y mis yernos, doce en total». Y es que Jérez ofrece lo mismo que puede ofrecer una ciudad como Barcelona. «Y lo más importante, que se está fresquito». Por eso esta localidad multiplica por tres su población durante los meses de julio y agosto.
El caso de Juan y Paqui es idéntico al de Mari Carmen y Vicente. Sus antepasados pusieron rumbo a Barcelona mucho antes, en los años veinte. «Mi abuela –explica Mari Carmen– se fue en 1925, cuando mi madre solo tenía dos años». «Aquí no había nada y allí mi abuelo Eleuterio no tardó en emplearse en una fábrica de automóviles». Un viaje de veinticuatro horas a Barcelona en uno de aquellos trenes atávicos de la España de comienzos de siglo pasado. Ahora, Mari Carmen y Vicente tardan ocho horas de Barcelona a Jérez por autovía en un confortable coche con aire acondicionado. «Nos encanta la paz y la buena temperatura… menos este año, que no veas qué calorín», bromea Mari Carmen. «Aquí lo que hay es buena montaña y buena cerveza», tercia Vicente entre risas.
Risas como las que se escuchan todas las noches en la Plaza de la Música, «la única plaza de Andalucía dotada de hilo musical, que sepamos», comenta el regidor Pereda. A las ocho de la mañana empiezan a sonar Bach, Beethoven, Mozart... y ya no para hasta la una de la madrugada. Un espacio plantado con tilos, jazmines, olivos y madreselvas propicio para el noble arte de la cháchara a la luz de la luna. De fondo, el borboteo de una fuente con forma de saxofón. Un invento, este de la Plaza de la Música, que dinamiza la vida social de un municipio «donde la gente es de mucho trasnochar», aclara el primer edil.
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Donde no falta el meneo es en el polideportivo. A las doce abre la piscina. Mientras los zagales se zambullen, los papás se refrescan en el Pichica, uno de los seis bares del pueblo. Hay cancha de pádel, parque infantil y una pista de petanca, el deporte rey en Jérez. Es tal la demanda que el consistorio va a construir una segunda. «Entre los que se bañan, los que hacen ejercicio y los que se toman algo pueden reunirse perfectamente entre quinientas y seiscientas personas», estima Pereda. Una oferta deportiva que en el periodo estival se completa con conciertos de rock. Este año actuarán bandas como Boikot, el Niño del Albaicín o El Jose.
La economía también se ve muy favorecida por este renacer estival. Susana, de la Panadería el Molino, calcula que las ventas se multiplican por dos respecto al invierno. Unas cuentas similares a las que hace Antonio, que regenta el estanco desde hace veinte años. En Jérez también hay una carnicería, una quesería, dos bancos, una farmacia y un ambulatorio donde el médico pasa consulta todas las mañanas. Un tejido comercial al que hay que sumar una floreciente industria. Entre la fábrica de estructuras de placas solares y la que próximamente se implantará de reciclaje de componentes electrónicos, más de sesenta puestos de trabajo. Ocupaciones que se incrementarán cuando se ponga en marcha el hotel balneario de cuatro estrellas. Y es que, sin lugar a dudas, el gran atractivo de Jérez es su entorno natural. Parajes vigilados por un centro antiincendios con sesenta efectivos y un helicóptero que vuela tres veces al día para controlar cualquier conato de fuego.
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Son las once de la mañana. Mientras los turistas visitan la iglesia de la Purificación, los peregrinos que hacen el Camino Mozárabe de Santiago se detienen junto al crucero y los paletas curran en la rehabilitación del viejo cine, cerrado desde hace más de sesenta años, Juan Dimas regresa a lomos de Gavilán desde el Corral de Turón, donde pastan sus cien vacas. Juan y Gavilán, un precioso corcel blanco, son una institución en Jérez. Juan tiene una conversación. Fue el primero que avistó el 8 de marzo de 1960 a los dos pilotos americanos que estrellaron en las Chorreras Negras un avión en el que viajaban diecinueve marines con destino en Rota. Uno de los hitos en la historia de un pueblo con futuro en verano… y también en invierno.
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