El mecánico de la Historia
Carlos Aravaca ha convertido su garaje de La Zubia en un museo de coches antiguos restaurados por él
Jorge Pastor
Martes, 10 de mayo 2016, 02:02
«Las horas no pasan cuando el trabajo se convierte en una diversión». Así, con esta sencilla reflexión, Carlos Aravaca, un hombre del Renacimiento que ... vive en La Zubia, justifica su pasión por la restauración de coches que, en algunos casos, tienen más de un siglo de vida y decenas de miles de kilómetros recorridos. Porque este señor, que antes de jubilarse fue primero piloto de aviones del Ejército y posteriormente de la compañía Iberia -llevó los mandos de un Airbús 340-600, la aeronave de mayor longitud que surca los cielos-, se ha convertido ahora en un mecánico de la Historia. Porque los catorce vehículos de época que componen ya su espectacular colección son testigos de la Historia de la última centuria. Automóviles con pasado y automóviles sobre todo con presente y futuro tras pasar por un meticuloso proceso de rehabilitación que se puede prolongar durante años, lustros e incluso décadas. «Nunca me establezco ninguna previsión ni ningún plazo para terminarlos; les presto la dedicación que puedo y sobre todo respeto al cien por cien la configuración original de los fabricantes», explica Aravaca.
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El bueno de Carlos está centrado ahora en remozar una Cadillac Lasalle de los años treinta, descapotable y carrozado para presidentes y jefes de Estado -dispone de unos cristales medianeros que separan la parte delantera de la trasera para garantizar una mayor confidencialidad de los viajeros, otrora personajes ilustres-. «Ya lo tengo bastante avanzado -narra Carlos mientras repara en un detalle de los neumáticos del Cadillac-, una vez desmontado, pintado y vuelto a montar». «Ahora estoy centrado en el circuito eléctrico, el tablero de instrumentos, unos cuantos accesorios y también en breve colocaré el motor, que ya lo tengo listo ahí delante», refiere Carlos Aravaca, embutido en su mono de color gris de Agip y su gorra azul calada hasta las orejas. Detrás de él, cuidadosamente tapados con una lona, todas las reliquias de cuatro ruedas que ha ido arreglando desde que hace quince años trajo de Estados Unidos su primer Cadillac.
Fue un viaje ilusionante. Muy ilusionante. Lo puso en la pista un buen amigo. Un coleccionista de Filadelfia, aquejado de graves problemas de salud, se estaba desprendiendo de todos sus autos, aunque este Cadillac no estaba a la venta porque estaba despiezado. Lo convenció. Carlos se fue a unos grandes almacenes, compró unos paneles de madera y construyó unas cajas donde meter cuidadosamente todos los componentes. De ahí al muelle de carga de la empresa exportadora, donde, ¡oh casualidad!, había un Overland de 1914 que también estaba a la venta. Carlos no pudo evitar la tentación y también cerró el trato. Dos por uno. Un retorno con buen sabor de boca. «Recuerdo perfectamente que hacía mucho frío en Filadelfia, unos catorce grados bajo cero, y desde el primer momento tenía muchas dudas de que, en aquel ambiente gélido, aquello arrancara, pero sí, lo hizo, y a la primera», narra. Desde entonces, desde aquel Cadillac descuartizado y aquel Overland, el garaje de su casa de La Zubia se ha ido convirtiendo poco a poco en un auténtico museo de la automoción.
Afición por la mecánica
Esta afición de Carlos Aravaca por la mecánica viene de lejos. Tanto es así que comenzó incluso la carrera de perito industrial. Su abuelo ya tenía fábricas. Por eso, porque de casta le viene al galgo, jamás tuvo miedo de manejar máquinas o herramientas. «En el caso de estos coches antiguos -apunta- puedes controlar muy bien porque se trata de una tecnología electrónica sencilla». También las familias de sus progenitores tenían modelos muy interesantes antes y ahora. Por parte de su madre, un Packard fabricado en 1932, un Buick y un Ford T, aparatos que les fueron requisados durante la Guerra Civil. «La llamaron para que pasara a recogerlos por la plaza de toros de Granada una vez finalizada la contienda, pero estaban completamente destrozados y allí se quedaron», refiere. La primera máquina a la que metió mano fue un Citroen B10, datado en 1924, de un compañero, «que lo ofrecía porque quería invertir el dinero en una finca vitivinícola». Con este Citroen corrió, años atrás, varios rallies en Sierra Nevada y en la provincia de Málaga.
Según Carlos Aravaca, la clave del éxito radica en tener los conocimientos más exhaustivos que sean posibles -«no puedes ser equilibrista si no tienes equilibrio», apostilla-. De ahí que devore, uno detrás de otro, libros y más libros. También aprende de especialistas en esta materia. Y últimamente, a través de Internet, «donde es más fácil meterte y encontrar cosas». Pero más allá de las destrezas adquiridas en los manuales, Carlos nunca oculta que su principal motivación es la ilusión y la emoción que supone que «eres capaz de conseguirlo» y también su habilidad natural de coordinar sus pensamientos con su capacidad de hacer cosas con las manos -no sólo restaura vehículos, sino todo tipo de enseres-.
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