«La pandemia ha destapado adicciones que estaban larvadas»
Manuel Mingorance. Médico, cura y director de Proyecto Hombre ·
En la parroquia, en Urgencias o en el centro nunca pierde la fe:«El ser humano tiene una capacidad de rehacerse increíble»Manuel Mingorance (Peligros, 1970) abre la puerta marrón con la tarjeta de embarque amarilla todavía en el bolsillo. «Ayer estuve en Glasgow, en un congreso», ... dice. Acaba de leer la trilogía de 'Reina roja' y esta noche, en cuanto pueda, se pondrá sus zapatillas azules para correr un rato. En las guardias viste de blanco. Para las misas, de negro. Y aquí, en el despacho de Santa Paula 20, va hecho un pincel. Mingorance es médico de Urgencias, párroco en la Zona Norte y director de Proyecto Hombre en Granada. Solo un prisma con tantos colores podría iluminar la oscuridad más profunda. Y así, brillante y acogedor, se sienta en una de las salas del centro especializado en problemas de adicciones, bajo un cuadro que dice «Hakuna Matata».
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–Hakuna Matata.
–¡Hakuna Matata! (ríe) Aunque aquí se hablan cosas muy serias, muy importantes, muy vitales, muy personales... En el mundo de las adicciones no es todo externo, suele haber un trasfondo, una situación personal que se intenta tapar con sustancias. Temas de baja autoestima, heridas, abusos, carencias afectivas, vacío existencial, desajustes con el entorno... Esas historias llevan a la persona a anestesiarse con dos copas, dos rayas, dos porros... El problema se soporta mejor, pero no se quita.
–Se crea otro peor.
–Exactamente. La adicción no resuelve la herida. Nosotros acompañamos a las personas en ese proceso de identificación de qué es o qué le ha pasado en la vida. Hay gente que lo tiene claro y otra que no.
–¿Siempre hay una historia?
–Casi siempre hay una historia detrás. Los médicos distinguimos entre uso, abuso y dependencia. Por ejemplo, el alcohol, que es por lo que llegan más usuarios a Proyecto Hombre, es una sustancia de la que prácticamente todos hacemos uso. Algunos abusan. Pero no es lo mismo que una dependencia de 30 años, que suele tener un trasfondo. Y no solo hay sustancias, también hay adicciones al juego patológico, la compra compulsiva, ludopatía, videojuegos, apuestas online... Con todos nos anestesiamos.
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–Estamos rodeados.
–Hay mucho, sí. Hace 30 o 40 años todo era la heroína. Ahora hay muchos perfiles y comportamientos, de ahí la campaña que hemos hecho de 'Cuando nadie te ve', en la que nos hemos encontrado una cantidad de chicos y chicas jóvenes y adolescentes cuyos comportamientos en casa y fuera de casa no son los correctos.
–¿Cómo llegan los jóvenes aquí?
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–En 15 años de programa, muchos padres llegan desbordados. Tenemos una Escuela de Padres y Madres para acompañar y asesorar. El otro día, una madre dijo que aquí había encontrado herramientas para afrontar el problema de su hijo pero que la más importante fue el cambio de actitud que tuvo ella con respecto a él. Cambiando ella, cambió el hijo. Pero eso no es un dicho y hecho, es un proceso.
–¿Qué edad tienen esos jóvenes?
–Tenemos desde los 14 a los 23 años. Es muy difícil hablar de adicción en un chico de 20 años, normalmente es un abuso, pero sí tenemos chicos y chicas enganchados a los porros. Jóvenes que se acostaban dando una calada y se levantaban encendiendo el mismo porro que habían dejado a medio terminar. Eso con 18 años. En el tema del alcohol hay un abuso importante en pocas horas, los fines de semana. Son las dos sustancias fundamentales, junto al tabaco.
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«Jóvenes que se acostaban dando una calada y se levantaban encendiendo el mismo porro que habían dejado a medio terminar»
–Esa futura adicción ¿se puede intuir antes, cuando son más chicos?
–Muchas veces han sido niños ejemplares, muy buenos. Y llega un determinado momento con 14 o 15 años, el cambio de instituto, de amigos, de los iguales... Y para los padres son irreconocibles en cuestión de medio año. Los padres no saben qué ha pasado y ellos empiezan a no comunicarse, a encerrarse, a tener adición por las tecnologías, por las redes sociales... y, en algunos casos, cuando se intenta aconsejar tienen conductas agresivas.
–¿Las redes sociales son la última adicción?
–Hemos visto casos, pero todavía no hay muestras suficientes. Hay gente que se encierra en su cuarto el viernes y no sale hasta el lunes. Gente que ni se alimenta ni se ducha ni se comunica, todo el día enganchada al ordenador. La adicción a las redes sociales es un problema que tendremos dentro de 15 o 20 años.
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«La adicción a las redes sociales es un problema que tendremos dentro de 15 o 20 años»
–¿Cuál es el gran reto que afrontáis en Proyecto Hombre?
–Hay mucha diversidad de programas, en función de los perfiles. En 2020, el consumo de heroína fue el principal problema. En 2021 nos volvemos a encontrar al alcohol en el primer puesto. El año pasado trabajamos con 1073 personas en total, de las que solo el 17% eran mujeres. Si ser un hombre consumidor está mal visto, una mujer, mucho peor. Cuesta mucho que pidan ayuda por adicción, sobre todo por ansiolíticos o antidepresivos. Estamos trabajando para que se incorporen más a los programas.
–Dar el primer paso debe ser difícil.
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–Entrar por la puerta de Proyecto Hombre es lo más complicado. Una vez que se entra, como luego dice la mayoría, hay una acogida sin juicios, que se escucha, que se intenta ayudar. Ese primer paso es importantísimo. Una vez dado, todo fluye más. Ese paso también sucede en otro de nuestro programas, por las tardes, para profesionales que están trabajando y tienen problemas con la cocaína.
–Creía que eso era un tópico de película, a lo Wall Street.
–Eso es así y sucede en Granada. La coca es un estimulante muy potente y aumenta la capacidad de trabajo y de rendimiento. Hay gente en el mundo financiero, comercial, ejecutivo... gente que trabaja por objetivos y bajo mucha presión que consume cocaína con normalidad. Como es una sustancia que está bien vista en ese mundo un poco de clase media–alta, tomarse dos rayas es un poco guay... Uno de los requisitos para entrar en el programa, que se realiza dos tardes por semana, es estar trabajando. Son gente que tiene una vida normalizada aparentemente, que ni su familia sabe que vienen.
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–¿También tratáis temas de salud mental?
–Lo que se llama patología dual en adicciones, personas que tienen un trastorno psiquiátrico y que tienen un problema adictivo. A veces no sabemos diferencias qué fue antes. Cada vez hay más casos que vienen con depresión, ansiedad, ideas suicidas y trastornos psicóticos. De hecho, los porros están muy relacionados con los trastornos psicóticos. El cannabis, que parece inocuo, es una sustancia muy preocupante.
«Hay gente que trabaja por objetivos y bajo mucha presión que consume cocaína con normalidad»
–¿Cómo afectó la pandemia?
–El confinamiento ha destapado muchas adicciones que estaban larvadas. Mucha gente que salía de casa por la mañana y volvía para dormir, pero durante el día bebía alcohol a todas horas. Cuando fuimos confinados, las familias constataron que bebían muchísimo porque eso no se puede dejar de un día para otro. En pandemia, además, hubo un consumo más importante de cocaína que de alcohol en los usuarios de Proyecto Hombre que en años anteriores.
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–¿Cómo es sacar a alguien del abismo?
–Acompañar a personas es muy gratificante y muy bonito. Hay gente que llega muy rota, gente que lo ha perdido todo, hasta la dignidad. Cuando reciben el alta terapéutica siempre digo que la persona que ha caído y se ha levantado es más fuerte que la que nunca ha caído. El ser humano tiene una capacidad de rehacerse increíble. ¿Cómo es posible que habiendo perdido todo, durmiendo en una acera, puedas rehacer la vida? Pues hay personas que lo consiguen y eso es un milagro de la vida. No hay que perder la fe.
–Trabaja con Dios y con la Medicina. Hay quien diría que es contradictorio.
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–Para mí son dos caras de la misma realidad. El ser humano es un ser orgánico que enferma y como médico trabajo en pro de la vida. Pero el ser humano está abierto a la trascendencia, tiene un anhelo de inmortalidad, y acompañar a las personas en su yo más profundo también es muy bonito.
–¿Cuándo fue la última vez que sintió a Dios?
–Lo siento todos los días. Soy una persona muy positiva u vivo con pasión todo lo que hago, como gestor de Proyecto Hombre, en la parroquia o cuando estoy de guardia.
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–¿Qué significa Urgencias para usted?
–Es de las cosas que más me hacen vibrar en la vida. Ser médico es una vocación propia que llevo desde pequeñito, como la de ser cura.
–No poder cumplir una vocación, un mal de nuestro tiempo.
–La vocación es fundamental y vivimos en un mundo tan competitivo donde a veces por unas décimas no puedes entrar en la formación académica que querrías. Que uno pueda hacer aquello a lo que está llamado es para sentirse muy agradecido. Como gestor en Proyecto Hombre, como médico en Urgencias y también en la parroquia, acompañando a las familias del barrio, en la Zona Norte.
«Ser médico es una vocación propia que llevo desde pequeñito, como la de ser cura»
–¿Qué tal la vida por el barrio?
–Es apasionante. Llevo ocho años de párroco en la Sagrada Famila y me encantaría jubilarme ahí. Es un barrio de mucha vida, con una edad media baja. Hay mucha diversidad, en el bloque donde vivo tengo vecinos marroquíes, cubanos, venezolanos, ucranianos... Es un barrio con retos, donde sufrimos los cortes de luz.
–¿Qué le pide a Granada?
–Me gustaría una Granada diferente, pero no debe ser fácil cambiarla. Me gustaría una Granada más tecnológica y más humana. Más limpia, más sostenible, más verde. Yo presumo mucho de Granada, pero a veces considero que tendría que dar un paso diferente. Necesitamos un punto de inflexión. A veces sueño con un 'yo haría esto' o 'yo haría lo otro' o 'yo cambiaría aquello'...
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–¿Candidato a alcalde, también?
–(ríe) No, no, yo estoy en otras cosas. No me presento a alcalde pero me siento político en el sentido amplio. Me preocupa la gestión del bien común y de lo público, aunque no soy un radical: creo en las sinergias, en el trabajo en red, en poner en común el trabajo que se hace en lo privado, en lo concertado y en lo público. Creo en una gestión técnica más que ideológica de los recursos. Yo voy por ahí.
–Hablaba de puntos de inflexión. ¿Como cuál?
–Hay dos proyectos que pueden ser ese punto de inflexión para Granada: el acelerador de partículas de Escúzar y el Centro Nacional de Inteligencia Artificial (IA), que sería magnífico. Ojalá.
«No me presento a alcalde pero me siento político en el sentido amplio»
–Dicen que una IA puede dar un diagnóstico médico. ¿Le asusta perder el trabajo?
–Es difícil, pero seguramente dentro de 30 o 40 años sea así. Ayer en el aeropuerto facturé yo la maleta, con una máquina. Y hay supermercados sin cajeros. Es difícil de imaginar, pero puede ocurrir. Y no, no me asusta, me adapto y ya está. La vida evoluciona y para nuestros abuelos Internet era algo que no creerían, pero ahora nos aporta mucho. Veo en la IA esperanza.
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–Y en lo humano ¿qué pide?
–Que haya respeto, que nos valoremos unos a otros más. Que lo ideológico tiene un peso, pero que por encima estamos las personas. Que el ser humano es maravilloso, que siempre podemos ser mejores. Que podemos tropezar, caer y sucumbir, pero hay esperanza. Que hay gente pendiente de nosotros, gente que nos quiere. Que todos aportamos.
–Hakuna Matata.
–¡Hakuna Matata! (ríe).
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