Negando los grados a la UGR pretenden cercenar el motor que nos distingue y nos esperanza, el conocimiento y la ciencia. Defender una ciudad no ... es solo gestionar su día a día. Es tener el coraje de levantar la vista, trazar un rumbo y plantar cara a quienes, año tras año, desprecian el liderazgo y las fortalezas de Granada. Aprendí pronto que esta ciudad llevaba dos décadas sin levantar la mirada, ni la voz, ante los que no la respetan. Asumimos entonces levantar la cabeza por Granada y construir una visión ambiciosa de futuro que rompiera con la resignación. En 2016, había urgencias: sanear las cuentas, recuperar un urbanismo limpio de intereses, devolver la dignidad a las instituciones. Pero lo verdaderamente transformador fue apostar por un modelo basado en la visión metropolitana, el conocimiento, la ciencia y una leal alianza con nuestra Universidad. No era un gesto, era una visión de ciudad. Peleamos lo que otros daban por imposible: acabamos con el aislamiento ferroviario, trajimos el legado de Lorca que dormía en cajas en Madrid, arrancamos el metro que parecía caer en un foso de descrédito –y bien que se abrazan aquellos–, pusimos a Granada al frente de la ciencia europea con la candidatura al acelerador de partículas.
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Esto último fue posible porque otros territorios pensaban que obtener rendimiento de la fusión nuclear aún no tocaba. Nos lo trajimos porque creímos en lo difícil. Reconstruimos una idea: Granada puede liderar. Y lo hicimos con convicción donde otros ni siquiera se atrevieron a soñar. Pero hoy, con profunda preocupación, veo cómo esa ambición se ha esfumado. Hemos retrocedido dos décadas. Se ha desmantelado una visión sin que nadie haya levantado la voz. Granada vuelve a estar ausente, muda, invisible en las grandes decisiones. Se nos niegan grados como Biotecnología o Inteligencia Artificial con el objeto de apartarnos del liderazgo que nos pertenece. Y nadie se planta. El centralismo ha vuelto, pero también ha vuelto el silencio. Y ese silencio duele más porque significa que Granada ya no tiene quien la defienda. Hemos pasado de liderar con voz propia a volver a agachar la cabeza. Y eso no debería ser una opción. En Sevilla pueden apreciar a Granada, pero no la respetan. Y el respeto, como el futuro, se exige, no se suplica. Solo se logra levantando la cabeza, creyendo de nuevo en lo que fuimos capaces de construir.
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