Pablo, opositor para Auxiliar de Biblioteca, estudiando en su casa IDEAL

Granada se llena de opositores que buscan un sueldo fijo y más vacaciones

Es el salvavidas de una generación que quiere estabilidad y el lujo impensable de irse al médico sin tener que pedir permiso tres semanas antes

Cristina Ramos

Granada

Lunes, 8 de septiembre 2025, 00:02

Ya no sueñan con salvar a nadie. Ni con ser héroes ni con cambiar el mundo. Si acaso, cambiarse a ellos mismos la vida. Granada ... se va llenando de opositores modernos: gente práctica y con sus sueños a buen recaudo, que ha visto lo que hay de puertas afuera y lo que hay de puertas adentro, y ha decidido que la mejor cama es la que aguanta las sacudidas de la incertidumbre. Ahora, hacer una oposición no es opción de románticos: es el salvavidas de una generación que quiere estabilidad y el lujo impensable de irse al médico sin tener que pedir permiso tres semanas antes.

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Cintia, opositora al Cuerpo Especial de Instituciones Penitenciarias

Cintia trabajando en el 100 Montaditos el día que aprobó las oposiciones IDEAL

Entre test y tupper de pollo, Cintia, de 37 años, profesora y opositora de las de trinchera, suelta risas desconfiadas: «Primero oposité para ayudante de Instituciones Penitenciarias, aprobé con 33 años. Ahora voy a por el Cuerpo Especial. Soy psicóloga de carrera y tengo un máster en intervención social».

Confiesa que el camino fue «sacrificado, hasta el sueño lo entregué. Sacrificas vida social, pareja, horas de sofá... pero también aprendes a manejar la incertidumbre. Lo peor no es suspender, es estar siempre en el limbo. Por eso insisto a mis alumnos: no hace falta mente brillante, solo constancia. Cuando te cae la plaza, la felicidad es pura. Nadie se acuerda de los malos ratos».

«Mientras opositaba trabajaba de camarera, fue un proceso muy difícil, te frustras, no obtienes los resultados que deberías tener, no avanzas lo suficiente, es muy diferente a cuando estudias una carrera»

«Lo que me llevó a opositar era una vida que realmente no me satisfacía, como psicóloga no encontraba nada que me llenara. Dije: lo hago y punto. Quería un cambio de vida, no estaba bien trabajando en la hostelería, trabajaba en el 100 Montaditos», cuenta Cintia.

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Pablo, opositor a auxiliar de biblioteca

Pablo delante de su ordenador estudiando las oposiciones de Auxiliar de Biblioteca IDEAL

Pablo tiene 26 años, estudió Historia en la Universidad de Granada y se cansó de los proyectos en negro que nunca se convertían en contrato, encontró su travesía hacia la función pública casi por eliminación.

«Los libros están conmigo desde siempre. Detesto la idea de ser profesor, así que la oposición de biblioteca me encaja, y no es por dinero… es por vocación, pero también porque no hay nada seguro fuera»

Lo digital tira fuerte: «En mi oposición casi todo el mundo va por libre o se apunta online, no hay apenas academias presenciales, al menos en Granada no conozco ninguna. A mí me gusta organizarme y no renuncio a ver a la familia ni a los amigos. Eso sí, tampoco hago muchos viajes para no perder el ritmo».

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El granadino lleva un año opositando y no tiene plan B, pero sí la cabeza fría de los que han trabajado 'de todo un poco' esperando una oportunidad. «Si apruebo salgo a comer bien y, si no, volveré a buscar trabajo de lo mío, aunque está muy dificil».

Óscar, futuro Policía Nacional por vocación

Óscar, con 23 años y el convencimiento firme de quien escribe su propio destino, prepara la oposición para la Policía Nacional, escala básica. «Siempre me ha llamado la atención desde pequeño: la función policial, ayudar en una investigación. Es vocación, cien por cien. La estabilidad te la puede dar cualquier trabajo», recita con la seguridad de quien ha puesto el corazón antes que la nómina.

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No fue hasta la mayoría de edad cuando se lo planteó de verdad, y tras bachillerato y un grado superior en administración y finanzas, usó ese trabajo solo como fuente de ahorro, trampolín hacia el objetivo real: enfundarse el uniforme y salir a la calle con algo más que papeles bajo el brazo.

«Hay mucha gente que llega buscando solo estabilidad, que ni siquiera siente esto. Pocos realmente quieren dedicarse a ello»

Su rutina, como la de muchos opositores, es camaleónica, «estudio unas siete horas diarias, pero según se acerca el examen, subo el ritmo. Gimnasio cuatro días, dos días de correr, y cuando falta poco, preparador para las pruebas de habilidad». Mientras tanto, saca tiempo para familia, pareja y amigos. «Me organizo para disfrutar de las personas que quiero», y reconoce que el verdadero jarro de agua fría lo pone la incertidumbre. «Lo más duro es no saber cuándo va a salir la plaza. Si no tienes la rutina bien montada, te agobias», confiesa el futuro policía.

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Para Óscar, la oposición no es refugio estable sino vocación pura, aunque advierte, «Hay mucha gente que llega buscando solo estabilidad, que ni siquiera siente esto. Pocos realmente quieren dedicarse a ello». Si no aprueba, no cambiará el plan: buscará ingresos y seguirá a la carrera. Aquí no hay plan B, solo ruta directa al objetivo.

El perfil del nuevo opositor

Si antes el opositor era un espécimen raro, mezcla de héroe de Cervantes y mártir de los lunes sin pan, ahora se parecen más al vecino que se fue a Madrid «a triunfar» y volvió a mitad de curso buscando sombra y una silla tranquila. Consuelo García Ruíz lo dice desde la trinchera de la Academia Teba con una mirada que lo ha visto todo.

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«Ahora la gente prefiere opositar antes que emprender, ¿y quién puede culparles? Aquí tienes sueldo fijo, vacaciones y tiempo para tu gente. Eso en la privada no se ve ni en pintura», afirma la directora de esta academia situada en la Avenida Fernando de los Ríos.

La Academia Teba lo mismo prepara a futuros bomberos que a policías nacionales, administrativos, o a maestras de primaria con la paciencia bien templada. Pero en estos días, en sus aulas de Granada, reina la Guardia Civil, la oposición estrella, la que tiene fama de sacar adelante a chavales que buscan estabilidad aunque no sepan si van camino de Algeciras o de un pueblo de Cuenca.

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Consuelo dibuja la frontera con trazo grueso: por un lado los vocacionales, que de pequeños jugaban a policías y cuando crecen se cuentan los días para enfundarse el uniforme; por otro, los buscadores de estabilidad, en su mayoría mujeres de treinta y en adelante, que huyen de la precariedad y el teletrabajo cutre y se agarran al funcionariado como quien se abraza a la farola en pleno reventón térmico.

De la banca quemada a la esperanza de Hacienda

En la otra esquina del cuadrilátero opositor, Alberto López hace recuento en Tecnoszubia: «La edad media ha subido tres años desde la pandemia. Vienen quemados del sector privado. Yo veo cada vez más gente que está en empresas donde no están a gusto, ni por el horario ni por el salario. Aquí, la Administración del Estado se lleva la palma», comenta Alberto.

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Y es que Granada ha cambiado la Alhambra fresquita después del trabajo por la carpeta repleta de apuntes descargados. En Tecnoszubia, son las opos de Agente de Hacienda las que triunfan como un verano con aire acondicionado.

Alberto saca a relucir una ironía fina: «En las oposiciones de matemáticas no hay matemáticos. Se han ido a las empresas de software, donde pagan bien. Aquí los que quedan son arquitectos, ingenieros, hasta gente de ADE buscando una plaza para toda la vida».

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Pero también han hecho hueco a las enfermeras y fisios que, hartos de guardias al peso y turnos partidos, han cruzado la acera para ser profesores de secundaria o FP. «Buscan más horas libres por mejor sueldo. Al final, cualquiera quiere tranquilidad. Y en dos años, más de 40.000 plazas han salido del horno».

La vocación por vivir tranquilo

Entre test, incertidumbres y sesiones de relajación colectiva, Granada se puebla de un nuevo tipo de opositores: menos quijotes y más terrenales. Gente práctica, curtida en mil trabajos precarios, que ahora sueña con lo único que importa de verdad: un trabajo estable, poder decir 'no' al jefe sin mirar por encima del hombro y, sobre todo, disfrutar de los domingos con la familia en vez de contarse los dedos para llegar a fin de mes.

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