Noticias del holandés errante
jorge fernández bustos
Viernes, 23 de julio 2021
Posiblemente por estos días veraniegos del segundo año de pandemia —siguiendo los cálculos de Álvaro Cunqueiro— podamos ver por nuestras costas la arboladura del buque ... fantasma del Holandés Errante buscando buen puerto donde hacer aguada, cumplir venganza o enamorar a alguna doncella.
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Son muchas las historias que pretenden ofrecer un origen cierto al mito del Holandés Errante, cuya versión más antigua se remonta a la saga escandinava de Stote: un vikingo que robó un anillo a los dioses y cuyo esqueleto, cubierto de fuego, fue visto después sentado en el palo mayor de una nave negra y fantasmal. Aunque la leyenda más popular data de 1830, cuando el capitán holandés Van Straaten se echó a la mar un Viernes Santo y aún aseguró —al serle recordada la solemnidad del día— que lo haría mal que pesara a Dios. Su blasfemia fue castigada, tras una terrible tormenta, con la desaparición del buque, su muerte y la de toda su tripulación. Sin embargo, cada siete años (otros hablan de nueve meses), el Holandés, condenado a vagar sin rumbo y a no tomar puerto hasta el día del Juicio Final o hasta encontrar un amor que lo redima, es avistado por cualquier otro de los siete mares, siempre que arrecie el mal tiempo.
Según Walter Scott, el buque iba cargado de «oro en pasta»; la avaricia llevó al crimen y éste al castigo divino, en forma de epidemia que acabó con la tripulación. Collin de Plancy especifica algo más y comenta: «Declarose en él la peste y los culpados divagaron en vano de puerto en puerto ofreciendo su rico cargamento por un asilo; rechazábanles por todas partes por miedo del contagio, y la providencia permite que el holandés errante aparezca todavía en estos mares donde aconteció la catástrofe. Esta aparición es considerada como un mal agüero por los navegantes».
El capitán viaja solo, si acaso con un vigía antropomorfo de origen demoníaco. Hay quien dice en cambio que lo acompaña una tripulación fantasmal, compuesta de piratas y criminales, que lo mismo aparece que desaparece ante los ojos de quien los contempla. Son muchos los marineros que, desde el siglo XVII, afirman haber visto al buque fantasma en mar abierto, un tres palos pintado de negro envuelto en tormenta permanentemente, aunque el resto de la mar esté en calma; y no pocas gentes aseguran su fugaz presencia en tierra firme. De tal manera que, cada cierto tiempo, el Holandés Errante abandona su barco en cualquier ciudad portuaria por unos días (de nueve a veintiuno) y camina confuso por una tierra que no le pertenece, para encontrar un amor verdadero, alguien «capaz de dar sangre por sangre».
Quién se cruce con el Holandés Errante —hombre espigado, moreno y siempre joven—, será presa de las mayores catástrofes y desgracias que se pudieran imaginar. Su barco, sin razón aparente, tomará un rumbo equivocado y su naufragio será irremediable. En ocasiones —cuentan— el Holandés Errante envía una carta, dando una cita al capitán de otro barco que, cuando la lee, su embarcación puede darse por perdida. Sus ojos profundos, de un brillo oscuro, irremediablemente enamoran fatalmente a la dama que los contempla. Su última aparición documentada sea en Marsella, el año 1817, donde Van Straaten sostuvo una conversación con M. Claude Gabin de la Taumière, antiguo secretario de Fouché, con quien negoció el posible rescate de Napoleón de su exilio en Santa Elena y regresarlo a Burdeos, pero el Holandés debía hacerse a la mar y tardaría siete años en poder volver a tocar tierra. «¡No podemos esperar tanto! —dijo el marsellés—. ¡Francia hiede!».
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Estén atentos al horizonte y cuídense, pues el Holandés no usa mascarilla ni está vacunado.
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