Niños que no quieren levantar velas
En el Club Náutico de Cubillas, los jóvenes llevan repitiendo asistencia durante años en el campus de verano gestionado por la UGR, donde pasan las vacaciones entre amigos y deportes acuáticos como windsurf, vela o pádel surf
Guadalupe García
Martes, 26 de agosto 2025
Álvaro tiene 15 años y lleva tres apuntando al campus de verano del Club Náutico de Cubillas, organizado por la UGR, porque es su manera ... de acercarse a una realidad que espera. «En casa me aburro, y yo quiero conocer a gente, que el mundo es muy grande», comenta. Adolfo viene con su hermana, y su día favorito del campamento fue el lunes porque es cuando se juntó con todas las personas. Emilia era del colegio María Nebrera y viene con sus amigas de entonces para principalmente dos cosas: jugar a tirarse de un pádel gigante ('big paddle') y conseguir una camiseta rosa de la talla S. Un chico especialmente alto, al que sus amigos denominan con humor como «el bully», lanza al aire varias veces que todos allí son «una piña». Un pequeño que se asoma a la fiesta de espuma responde que no quiere meterse porque de todas formas ya lo hizo la semana pasada y ahora prefiere mirar.
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Todo en este campamento de verano invita a ver a los niños, monitores y espectadores del bar como agentes que eligen estar ahí: para pasarlo bien, no aburrirse en casa o para «conocer mundo». Algunos, como dice el monitor Miguel, se llevan conociendo desde hace cinco años. Y la complicidad que surge después de tantas horas compenetrados en deportes de equipo, compitiendo, comiendo o bailando juntos causa que «mínimo una parejita salga de ahí cada verano», calcula Miguel. Describen que ahí reina una sensación de imán, como de no querer irse de lo que se ha convertido para ellos en «la rutina de los veranos». «Hay niños que repiten hasta cuatro semanas seguidas», continúa.
Sin embargo, de cierta manera este sentimiento de pertenencia es una consecuencia orgánica, ya que el objetivo del centro fue, desde su remodelación por la universidad, ser un campus de iniciación a los deportes náuticos lo más accesible posible. «Antes, esto era una instalación de la universidad en la que había actividades, pero no programadas. Y cuando se hizo una obra, salió a concurso. Un grupo de empresarios lo adquirió y lo convirtió en un club social más elitista. Nosotros le queríamos quitar un poco esa imagen. La propuesta era defender el deporte náutico para todos a precios populares», narra Rubén Sánchez, subdirector de instalaciones y campus.
Con ese punto de mira, se establecieron dos campus de verano para los niños de entre 7 a 15 años: el campamento en el que pernoctan cuatro días en cabañas de madera (buscando que, en palabras de Sánchez, «puedan reconectar con las actividades y naturaleza que se disfrutaban antes») y otro que también dura cinco días, pero que se ajusta a un horario de 9 a 17 horas. En este segundo se recoge y devuelve a los niños con un servicio de autobuses propio, limitando el aforo a unos 150 diarios. «Además, todos estos campamentos son inclusivos, y tenemos a monitores muy dispuestos para asignarse a los niños que lo necesiten», explica el subdirector.
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Durante las ocho horas que dura el campus de día, los niños tienen siempre de tres a cuatro actividades llamadas «fuertes»: vela, windsurf, pádel surf y kayak. Esto hace que padres como los de Amanda se queden tranquilos: «Cuando la traen de vuelta queda 'reventaica', y lo mejor es que le encanta». Entre medias, meriendan, van a la piscina y comen, pero también cuelan actividades como el bosque suspendido, el tiro con arco o tirolina. A pesar de la maratón deportiva que parece, en las caras se les ve que están dispuestos. Algunos llevan todo el camino las gafas de nadar en la frente por si tienen que zambullirse en cualquier momento. Otros se ponen gorras y camisetas para soportar todas esas horas bajo el sol. Uno elige llevar todas, bien ajustadas, para que «no se le pierdan de nuevo como le pasó un día en la playa». Y aunque se podría tender a fijar las actividades fáciles para los más pequeños y las más técnicas para los mayores, allí todos hacen de todo. Incluso se da la circunstancia inversa: los grandes agradecen más los deportes relajados como el 'big paddle' («porque así pueden concentrarse en socializar y estar con los amigos», asegura la monitora Andrea), y los pequeños tienden a elegir los que cuestan más de un día aprender a maniobrar, como el windsurf. «Ver cómo, tras esforzarse tantas veces por aprender a manejarlo, por fin lo consiguen… es algo que les cambia la cara completamente», afirma Sánchez.
Algún indicio tienen los monitores de estos gustos, porque se adaptan a lo que ven necesario para ellos. A los mayores les dan más espacio, «aunque son a los que más tienen que echar el ojo en los campamentos», manteniendo una actitud que ellos ven como de hermanos mayores. «Hasta nos reprochan si una semana no los vemos, diciendo que por qué no vamos a trabajar», se ríen Andrea y Miguel. A los pequeños, en cambio, les animan desde muy cerca. «¡Vamos, Lolillo!», dice uno de ellos, Javi, meti
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