Willy Abdelaziz junto a su mujer, Cristina Torres, y su hija Amira, de tres meses. ALFREDO AGUILAR

El niño del Sáhara que se aferró al oasis granadino

Llegó sin saber qué eran unas escaleras mecánicas, alucinaba con que saliese agua del grifo y ahora prepara oposiciones y tiene una hija granadina | Willy viajó a Granada de pequeño para pasar unas vacaciones y se quedó en busca de una oportunidad

Laura Ubago

Motril

Viernes, 9 de agosto 2019, 01:10

Willy tiene una prosa rápida capaz de verbalizar sus pensamientos que se agolpan y se disparan con expresiones autóctonas a cada paso. No parece ... de fuera, de hecho, no lo es. Tiene raíces de desierto y frescor de oasis. En este, se quiso quedar para siempre. Con 8 años (en el 96) aún le llamaban solo por su nombre: Hafdala Abdelaziz. Vino a Andalucía gracias al programa 'Vacaciones en paz', a Rota, y aún recuerda su primer choque con la civilización occidental. Fue contra una cristalera del aeropuerto que no vio. «Bajé con tanta emoción que no la vi. Mi primer contacto con esto fue una locura, en vez de sentarme en el váter, me ponía de pie en él y trataba de apoyarme en la zona de la cisterna. No paraba de abrir y cerrar el grifo y las escaleras mecánicas me dejaron sin palabras muchos días», expresa con un gracejo que no se sabe si es granadino o saharaui. Además, en ese primer contacto con Andalucía aprendió palabrotas, bastante suaves, como «sieso o manío». «Era el peluche de allí, fueron días muy felices», recuerda Willy.

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El programa 'Vacaciones en paz', que en Granada lo lleva a cabo la asociación Amistad con el Sáhara -que preside Gracia Fernández- ofrece a estos niños la oportunidad de olvidarse, por unos meses, de la dureza del desierto donde no tienen cama y donde todo el agua que han visto junta es la que cabe en un cubo.

La infancia de Willy en el campamento de refugiados, en Aaiun, tuvo unos comienzos difíciles. «Comíamos pan que encontrábamos tirado», rememora este joven al que le sale una sonrisa al recordar que solo había visto un coche y una tele en blanco y negro para todo un barrio, en la que todos los equipos de fútbol que participaban en el Mundial lucían camiseta monocolor.

Familia de Pinos Puente

Como tenía un tío en Sevilla, y aunque lloraba por ver a su madre, decidieron dejarlo en España en busca de una oportunidad. Comenzó entonces una etapa personal dura, enriquecedora, con pocos 'papeles' -aún hoy no tiene la nacionalidad y siempre ha encontrado muchas trabas- y mucho cariño en forma de familia humilde, en Pinos Puente, que quiso sumarlo a sus cuatro hijos. Y comenzó en el colegio San Pascual, no ya para disfrutar de un verano, sino para darle forma a su vida granadina. Hoy día es muy complicado quedarse. Los niños tienen otro tipo de control, gracias a las asociaciones que los traen de veraneo de piscinas, helados y revisiones de la vista en el oftalmólogo. Tan solo se pueden quedar ahora por enfermedad, para ser operados, y con todas las garantías.

Su padre de Pinos se llamaba Guillermo, su hermano Guille y él se quiso poner Willy para marcar sus raíces granadinas. Con el cariño de esta familia, con la fuerza saharaui y el impulso de sentirse querido y respaldado, Hafdala se convirtió en un chaval carismático que participaba en el consejo escolar, que jugaba al fútbol, que le llamaba la política y que siempre colaboraba con la asociación de amigos del Sáhara y luchaba por las ideas de su tierra por encima de todo.

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«Me gusta tener principios y defenderlos hasta el final», dice Willy que era amigo del párroco de la iglesia de Santa Ana, que va a la mezquita a rezar y que «se come todo lo rojo». Este joven granadino ha hecho su propia adaptación y se basa en sus creencias. Le mueve el corazón. Ahora tiene dos motivos para no marcharse nunca de Granada: su mujer Cristina Torres y su hija Amira (que significa princesa) y que tiene tres meses y una mirada espabilada que parece haber cumplido ya el año. Cristina es enfermera especializada en pediatría y se conocieron en una misión sanitaria que partió de Granada a los campamentos de refugiados. «Nos caímos fatal», recuerdan ahora entre risas. Él le pareció a ella un 'enteradillo' y a él le dio la sensación de que ella le hablaba como si no le entendiera bien. Y ahora se divierten mucho cuando vuelven a ese 'no flechazo'.

Amor en el desierto

En su viaje al Sáhara surgió el amor y al volver ya se fueron a vivir juntos, con la reticencia de sus respectivas familias, pero con una unión que pudo derribar las barreras que se querían levantar en Granada y en Aaiun.

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La boda fue por lo civil y cuando Amira crecía dentro de Cristina. Y se aportan, se complementan y están de acuerdo en lo esencial, y en poder darle lo mejor a su hija. Willy echa la vista atrás y se acuerda de aquellos primeros veranos en los que se asustó con unos fuegos artificiales o fue al cine por primera vez y vio 'Toy Story'. «Recomiendo totalmente vivir esta experiencia. El beneficio es mutuo, ambas partes se aportan muchas cosas», dice con su eterna sonrisa de agradecimiento.

Ha trabajado en muchas cosas. Ahora es recepcionista de hotel y quiere ser funcionario, para eso está estudiando. Y es presumido. Lo reconoce. Pero ahora, le lava la carita a la pequeña Amira antes de mirarse en el espejo para ver en el hombre en que se ha convertido: con alma de desierto, espíritu de luchador y esencia granadina. Aunque no tenga ni un atisbo de 'malafollá'.

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