Una Navidad en Sierra Nevada, con los tobillos al aire y la batalla en familia
Fue un 25 de diciembre un tanto desapacible, lo que no ha impedido a cientos de familias disfrutar de una jornada entre los esquís, las palas y las bolas de nieve
El viento soplaba y la nieve caía de frente. «¡Guantes, palas! ¡Guantes, palas!», gritaban los vendedores ambulantes esparcidos por Pradollano. Hacía frío, claro, y el ... cielo estaba cubierto por nubarrones grises. En la entrada a los telecabinas de Borreguiles, María atendía a los esquiadores, pertrechados con sus abrigos y gorros y gafas y botas y todo lo demás. Sin embargo, a eso de las once y media, un grupo le llamó especialmente la atención. Eran cuatro veinteañeros. Uno de ellos, Abdel, vestía camisa a rayas, pantalones de piza, zapatillas elegantes y una chaquetita que, a todas luces, abrigaba poco. «Queríamos subir», dice el joven, de 24 años. María, muy educada, les indicó a él y a sus amigos dónde sacar las entradas. Conforme se dieron la vuelta, ella se fijó en que varios de ellos llevaban los tobillos al aire. «Es que venimos de fiesta –respondió Abdel, provocando una carcajada entre los amigos–. Salimos de la discoteca, en Murcia, a las seis de la mañana. Y dijimos, ¿ahora qué? Y aquí estamos, celebrando la Navidad».
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–Pero con los tobillos al aire, aquí, os vais a helar.
–¡Es la moda!
Sierra Nevada celebró un 25 de diciembre un tanto desangelado. Carlos, instructor de esquí y snowboard, describió la nieve como «un poco papa, pero muy buena». «Comparado con otros años –siguió– hay poca gente. Pero los que están ahí arriba están disfrutando mucho del día». En ese momento, a su espalda, David bajó divertido por la pista. Nada más quitarse los esquís, preparó una enorme bola de nieve que lanzó a sus hijos, David y Lucía, conforme se acercaron a la llegada.
«Venimos todos los años a celebrar mi cumpleaños y la Navidad», dijo el padre antes de recibir un bolazo en la cabeza. «Estábamos preocupados por la ventisca, pero al final nos han dejado esquiar, así que muy contentos», terminó rápidamente para incorporarse a una auténtica batalla campal (una batalla que perdió, por cierto).
Efectivamente, ventisca no hubo, pero el temporal dejó un día de Navidad desapacible. Aunque no hubiera una gran multitud, sí hubo bastantes familias de turistas, como los Takeda, de Japón, que esperaban debajo de un porche a que dejara de nevar mientras se hacían una foto tras otra; o los de Armando, que viajaron desde Puerto Rico a conocer todos los rincones de Granada. «Hemos sacado muy buenas notas y vinimos a disfrutar», dijo Ana Paula, la más joven de la familia. Y, por supuesto, gente como Paula y Ricardo, madrileños que suben todos los años a Sierra Nevada: «Nos encanta esquiar aquí. Que no te engañe el tiempo, hoy se esquía de lujo», recalcó ella.
Andrés Ruiz es un «orgulloso jubilado y abuelo» que no ha esquiado en su vida. «Ni me pienso poner ahora». Pero en Navidad, siempre que pueden, la familia tiene la costumbre de hacer una excursión por la provincia. «Con los nietos –dijo, mirando al pequeño Manuel, enganchado a su mano– se multiplica la alegría de venir a la nieve, que les encanta». Luego, Andrés levantó la mirada, se quitó el gorro de lana y suspiró contento: «Hacía mucho, pero mucho tiempo que no me nevaba en lo alto».
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En mitad de la Plaza de Andalucía, Alberto y Adrián, padre e hijo, convirtieron los montoncitos de nieve en pequeños arsenales. Adrián, con un enorme anorak amarillo, reía sin parar. «¿Qué mejor regalo de Navidad que venirse a Sierra Nevada a tirarse unas bolas de nieve? –se preguntó el padre–. ¡Que vivimos en Graná, esto hay que aprovecharlo!».
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