Araceli López fundó la Asociación de mujeres La Gran Familia tras una década ayudando en otros grupos. Alfredo Aguilar

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La mujer solidaria que no permite que nadie pase hambre en Granada

Araceli López fundó su propia asociación para repartir alimentos a los más necesitados, a la que dedica la mayor parte de su pensión

Laura Velasco

Granada

Martes, 7 de marzo 2023, 19:15

Araceli López tiene afán por ayudar desde que era una niña. El bocadillo que su madre le preparaba todos los días nunca se lo comía, ... prefería dárselo a unos vecinos que sabía que pasaban hambre. Cuando la progenitora se dio cuenta, le empezó a hacer varios, para que pudieran comer esos niños, pero también ella. «Lo de ayudar viene de familia. Mi madre era de las que cocinaban de más porque nunca se sabía quién iba a venir a comer», señala Araceli. Nació en Oviedo hace 71 años, pero Granada la adoptó hace ya más de dos décadas. Es aquí donde derrocha solidaridad, gastando la mayor parte de su sueldo en comprar comida para los más necesitados, a los que hasta acoge en su casa.

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La vida de Araceli no ha sido fácil. Nació con problemas de vista y a los 28 años sufrió una parálisis facial que la dejó ciega del ojo derecho. Con el izquierdo ve poco, pero dice orgullosa que ha aprendido a defenderse con él. Lo que más le frustra es no haber podido sacarse el carnet de conducir. Debido a su discapacidad visual, a los 35 años la jubilaron.

Cuando cumplió los 50 se trasladó a Granada buscando una ciudad barata donde cuidar a su nieta, a la que ha criado para que su hija pudiese trabajar. Aquí colaboró durante diez años con varios grupos de ayuda, pero ella quería llegar más lejos. «Un hombre muy bueno al que conocí, que falleció en la pandemia, me dijo antes de morir que crease una asociación. Y así lo hice», relata. Cuando él vivía la ayudaba económicamente a financiarla. Al marcharse, Araceli se quedó sola al frente de la Asociación de mujeres La Gran Familia, con sede en Armilla, concretamente en una cochera desde la que reparte alimentos y esperanza. La mayor parte de su pensión -quitando solo el dinero para que ella coma y pague sus facturas- va destinado a la entidad. Además, trabaja en los rastros y mercadillos medievales vendiendo antigüedades para conseguir más fondos. «Todo lo que gano es para la asociación», afirma.

Así, Araceli prepara cajas con comida para que las recojan personas sin recursos económicos. Ni el coronavirus la frenó en este sentido. «Yo seguí repartiendo. Y dejaba en la calle bolsas con comida y un letrero: 'Si lo necesitas, cógelo, no pases hambre'. Se terminaban enseguida», comenta. Su tesón la ha llevado a cambiar de sede a una más amplia, cerca del Ayuntamiento de Armilla, a la que se mudará en breve. Incorporará a una psicóloga, una abogada y una asistente social para que atienda a los asociados que paguen su cuota y lo necesiten.

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Sentimientos encontrados

La asociación requiere la implicación extrema de Araceli. Prefiere no desvelar el dinero que gasta en comprar productos: su familia, bromea, «se echaría las manos a la cabeza». «Igual alguien en un momento puntual pide un SOS y hay que salir a comprar, no hay más remedio», asevera. Lidiar con estas peticiones no es fácil. Vive en una montaña rusa emocional. «Hay veces que me dan ganas de mandarlo todo a la porra, otras que siento indignación, otras que me acuerdo del niño que vi durmiendo en un suelo, entre mantas, y lloro. Al final siento muchísima satisfacción. Cuando me acuesto no sé si lo he hecho bien o mal, pero al menos he puesto mi granito de arena», confiesa.

Aunque no se lo cree del todo, ella mejora el mundo desde su cochera. No se da cuenta porque, simplemente, lleva la generosidad en la sangre. «Hay muchas mujeres cambiando la historia y habría muchas más si las dejaran», apostilla. Para el futuro solo tiene un deseo: que la asociación no muera con ella. «Quiero que continúe esta labor mi hija, que es como yo. Siempre pensaré que hay gente que necesita un empujón», concluye. Araceli aún guarda el espíritu de aquella niña que le daba su bocadillo a los que pasaban hambre. Y que nunca lo pierda.

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