Con una mano, la izquierda, sobre el corazón

Crónicas Granadinas ·

tico medina

Domingo, 20 de septiembre 2020, 00:30

Saludar con un mano sobre el corazón. Eso es lo que aconsejan y recomiendan, porque el codo tiene su aquel y, además, se presta a ... otros juicios distintos. De esta forma intento saludar a todos mis paisanos, ya que no puedo besarlos ni abrazarlos, que vivimos de hecho en una dictadura del afecto. A ver si vienen ya cuanto antes los buenos tiempos. Bueno, pues me pongo la mano izquierda sobre el corazón para saludarles, porque siempre tuve el corazón ligeramente a la izquierda, a veces más de la cuenta.

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Pero también les digo que no creo nada de nada en eso de que el corazón sea el que ordena, el que manda, el que endereza o tuerce nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. Sobre todo, después de haber podido ver en Alba de Tormes, en su relicario, el corazón de Santa Teresa de Jesús, una de nuestras mujeres de más talento, de mejor talante, que convertía a veces el disparate en milagro, que se comprometió tantas veces que llegó a tentar hasta al mismo diablo, que se enamoró más de Cristo, que era lógico, aunque ahora nos quieran derribar la cruz de piedra del Valle...

En fin, que desbarro. Quieto, viejo loco, quieto. Bueno, pues aquel corazón de fuego de amor, de desamor, de pasión, estaba ahí en el relicario, que lo abrieron para mí hace ya muchos años, cuando yo viajaba por el mundo, y no ahora que soy 'el nómada inmóvil'... Por cierto, que ya les aviso que no volveré, si Dios quiere, a salir en la tele, (solo lo haré de forma esporádica), que el otro día me vi, y me han visto algunos que aún me quieren, en el programa en el que llevo casi diez años, 'Aquí y ahora' (todos los miércoles o casi todos, haciendo como quien no quiere la cosa la crónica de la Casa Real) y no deseo agonizar, acabarme frente a la cámara, como aquel Paquirri, que en paz no descansa el pobre, cuando, bajando las cuestas de Cerro Muriano camino de la muerte, que ya viajaba con él les iba diciendo a los de su cuadrilla: «Tranquilos, ustedes tranquilos, que aquí no pasa nada».

Y pasó lo que pasó. Así que adiós a la imagen, que queda más de media vida mía en las videotecas, que en la hemerotecas ya sigo, para desgracia de ustedes, y en las sonotecas también, pero verme ya no vuelvo a verme, ruina, pero ruina, ruina.

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Total, que si aquel que yo vi era el corazón que fue de Teresa de Jesús, esa víscera no es más que una patata ruinosa, arrugada, maltrecha, impresentable con el paso de los años, y una gran mentira: solo regula la sangre. Me lo dijo un médico ilustre: «Medina, el corazón está en la cabeza». Es algo que con lo de mi incansable herpes zoster puedo comprobar cada día. Es una verdad como nuestra Alhambra, por acudir a lo nuestro mas grande. Aparte de nuestra Virgen de las Angustias, la que vive en la carrera, a la que desde aquí hago mi ofrenda floral, de papel en este caso, como buen granadino que soy todavía. Y también como caballero paliero que soy y que me hicieron en aquel día inolvidable que no se me va de la cabeza.

Bueno, con el saludo nuevo, ya les he dado la buena nueva de que no van a volver a verme en carne mortal en la tele, que es mejor que me recuerden como en aquella fotografía con sombrero plano que un día me hice con mi amigo el buen doctor Paco Vergara. Fue en una tienda de fotos, creo que de la Plaza Nueva, cuando yo subía al Sacromonte un día sí y otro también para ver si se me pegaba algo de aquella raza a la que ahora parece ser, ya era hora, le quieren dar sitio en la nueva memoria histórica.

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En fin, recuerdos, memoria. Y con la mano en el corazón, por favor, paisanos míos.

Que no llenen de pintadas las calles, los monumentos, los sitios, las esquinas más queridas de Granada, ¡ay mi Granada!

Me gusta que llamen al viejo hospital, o mejor al antiguo Clínico, que suena mucho mejor, del doctor Olóriz.

Que siga yo recibiendo todos los días, aunque a veces con retraso por culpa de la pandemia, el IDEAL de papel, cada día mejor hecho y que me trae Granada hoja a hoja, ojo por ojo.

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Que se nos vaya el virus ya de una vez, a ver cómo lo hacemos posible, aunque ya saben que está en el aire que respiramos, en todo lo que tocamos, y más después de esa noticia tremenda, feroz, de la viróloga que afirma desde Pekín que es un bicho nacido en un laboratorio chino.

Que me gusta ver, saber, entender incluso, que Granada acaba de redescubrir la bicicleta, que es algo que ya sabía desde hace tiempo la primera mujer que paseó Granada en bicicleta y de la que no voy a dar su nombre por si ella no quiere. Era catedrática, hija de un gran escultor granadino, que entre otras buenas obras hizo la Virgen de las Nieves, de la que yo tengo una réplica cerca. Buena jugadora de golf por cierto.

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Recuerdo ahora mismo, a propósito de lo del corazón, que entrevisté muchas veces al doctor Concha de Córdoba, que hizo no sé cuántos trasplantes y que me confesó en su día: «Oye, que sepas que en Granada hay muy buenos cardiólogos».

Aunque del corazón se nos fuera, si bien lejos, Carlos Cano, que siempre cantó con el corazón en la mano.

O cuando escribí para Hellow las memorias de Antoni Quin, seis meses viajando por todo el mundo con él, que era como ir con Dios de paisano. Y le pusimos de nombre, las memorias las titulamos, 'Corazón abierto'. No te olvides que yo he tenido mi corazón en una mesa lateral de un quirófano durante horas, cuando casi me pusieron uno nuevo en el Sinai de Nueva York.

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Durante muchos años, muchísimos, trabajé en lo que se llamaban asuntos del corazón, aunque el que siempre mandó en eso fue mi paisano, nuestro paisano, Jaime Peñafiel, pero luego eran razones del hígado o del riñón. O de más abajo incluso, que ya saben lo que decía aquel viejo gitano amigo mío. «No se olvide usted maestro que el ombligo del mundo está una cuarta más abajo».

Se lo digo yo, que llevo un enganche en el corazón, pero también una enorme cicatriz en la cabeza, de cuando aquel golpe de sangre, y como siempre, como todos los viernes que escribo esta página, me empieza a doler, no el corazón, sino la cordillera de mi cabeza.

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