Ángeles, frente a los andenes de la estación de autobuses. J. M.

«Esta mañana me he visto en la calle y no tengo dónde dormir»

Una mujer de 65 años se cobijó ayer en la estación de autobuses tras tener que abandonar la casa en la que vivía

j. m.

Miércoles, 19 de febrero 2020, 09:53

Cuando los agentes de la Policía Nacional llegaron esta mañana a la estación de autobuses, Ángeles les llamó la atención. Estaba en un banco, rodeada ... por una docena de bolsas y maletas, y nada más verlos se echó a llorar: «Tengo un problema muy grande». La mujer, de 65 años, se quedó ayer sin hogar, se vio de buenas a primeras en la calle, sin una cama en la que dormir y nadie a quien llamar.

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Los agentes colocaron sus pertenencias en un lugar discreto junto a los asientos de espera, frente a los andenes de los autobuses. Yse sentaron a escuchar su historia, la misma que relató a IDEAL al filo de las dos de la tarde, cuando ya estaba hecha a la idea de pasar la noche en el edificio de la avenida Juan Pablo II. Llamaron a todos los teléfonos que pudieron para intentar encontrar una solución y que no tuviera que dormir en los asientos, pero hasta ese momento sólo habían logrado localizar un espacio de acogida para la perrita de Ángeles, gracias a una persona que también se movilizó para intentar buscarle un hogar provisional.

En el extremo de uno de los bancos, entre viajeros de ida y vuelta, Ángeles aguardaba con la vista perdida, salvo para echar un ojo de vez en cuando a sus pertenencias. Cuenta que llegó a la estación a las nueve y media de la mañana desde la casa en la que residía, sede de una ONG –cuyo nombre pide omitir– en Armilla. Asegura que un problema con el personal del centro fue el detonante de la salida.

Gallega de origen, lleva cinco meses en Granada. Antes residía en un apartamento del mismo colectivo ubicado en Sevilla, también había pasado por Cádiz. Con ellos trabajaba, dice, y se podía alojar. Llegó a esa situación tras divorciarse. Tenía una pensión compensatoria pero «se cruzó otra persona en el camino», un hombre del que se enamoró y se casó de nuevo, por lo que perdió esa pensión. «Estas cosas nunca sabes cuándo aparecen», se resigna Ángeles.

Discrepancias por el trabajo en la ONG terminaron por romper esta segunda relación hace unos meses, cuando Ángeles pidió el traslado a Granada porque «necesitaba un cambio, allí no podía seguir». Ya había observado «cosas» que no le gustaban, tuvo una «pequeña discusión» con un responsable de la ONG y anunció que se desentendía del trabajo. Es el detonante que acabó con su expulsión de la vivienda en la mañana de ayer. Preparó las maletas y la dejaron en la estación.

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Debe tramitar su pensión, pero no podrá cobrarla, dice, hasta dentro de un año. Perdió el contacto con sus dos hijas, tampoco puede ponerse en manos de sus hermanas y no tiene dinero. Tuvo una cirugía «grave» de espalda y por una dolencia reciente debe tomar medicación. Se ofrece para trabajar cuidando a mayores a los que pueda acompañar sin hacer movimientos que puedan dañar aún más su espalda. Junto a los agentes en los que se refugió en un primer momento, ayer se resignaba:«Por ahora no me queda más remedio que quedarme aquí en la estación».

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