La maldad

Relato de verano ·

María Jesús ripoll quintana

Martes, 18 de agosto 2020, 23:43

Tan ingenua es a veces la bondad, que no atisba a percibir la maldad, esa maldad retorcida y siniestra, escondida tras una sonrisa burlona, gestos ... y ademanes que trasmiten justo lo contrario de lo que realmente siente quien ha hecho de ella su modus vivendi.

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El ritmo del latido de su corazón albergaba la fuerza con la que late el de la madre que por primera vez ve a su hijo recién nacido. Latía con fuerza y henchido de felicidad con cada malvada acción que realizaba. Pobre ser, ¡cuánta inmundicia y desdicha alberga su alma, cuántos complejos arrastrados desde la más tierna infancia quedaron sin superar, cuánta envidia malsana acoge su corazón! No lo puede evitar, se nutre del dolor ajeno; desgraciadamente es lo único que en esta vida le procura un mínimo grado de felicidad.

La maldad no conoce fin, no tiene meta a la que llegar, se eterniza en el tiempo, ávida de víctimas de las que alimentarse. Cual serpiente venenosa, resiste todo tipo de embiste sin apenas inmutarse. No cesa en su aspiración destructiva y dañina, jamás se detiene en su cometido, que no es otro que el MAL, el sufrimiento de sus víctimas.

Ella intuía que existían seres despreciables, pero jamás pensó que su íntimo amigo, por el cual también sentía una gran atracción, tal vez un enamoramiento no reconocido, encarnara a la perfección al ser malévolo por excelencia. Tantos años de amistad, una amistad interesada que jamás ella llegó a intuir. Tal vez, se decía condescendientemente, no fuera así en los primeros años, tal vez era un buen chico; sin embargo, los recuerdos se agolpaban en su mente y las interpretaciones de pretéritas actuaciones de él eran ahora tan distintas a las realizadas entonces, que llegó a pensar que aquella 'persona' se asemejaba más a un ente diabólico que a cualquier ser humano.

Tantas maldades cobraban ahora sentido, todo tenía un porqué, nada se hacía en vano, todo iba encaminado a dañar, herir, calumniar, humillar y destruir al prójimo.

'¡Apártate, aléjate!' se dijo ella. Eres mezquino, miserable y siniestro. Así lo hizo. Se alejó de él, bloqueó todo tipo de comunicación y su vida comenzó a tomar las tonalidades de tiempos pasados. Poco a poco conquistó la paz que tanto anhelaba su alma, esa tranquilidad que había perdido durante tanto tiempo; en pocas palabras, se recuperó a sí misma.

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Pobre amigo, en el fondo de su ser sentía lástima por aquella criatura, sabedora de que jamás hallaría la felicidad, consciente de su incapacidad para llevar una vida plena, una vida que mereciera la pena ser vivida.

La decepción se instaló en su vida durante un tiempo, pero como no hay mal que cien años dure, el olvido y la indiferencia se convirtieron en sus grandes aliados. Sin rencor, sin odio, sin reproches, siguió con su vida y el destino la compensó por tanto dolor. Surgió la mujer feliz que habitaba en ella: sensata, equilibrada y conocedora de sus virtudes y defectos. Una mujer sencilla, repleta de ilusiones y proyectos por realizar. La vida volvió a sonreírle y cada día al mirarse al espejo encontraba la dicha de saberse lo suficientemente fuerte como para superar cualquier adversidad que la vida le presentara. Su tóxico amigo, un auténtico tullido moral, fue su primer amor pero no el último. Conoció la verdadera amistad y el auténtico amor de la mano de quien jamás la defraudaríay jamás miró hacia atrás, la vida le esperaba y ella la abrazaría como siempre había hecho.

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