Lobras y la leyenda de la joven que hacía la seda más hermosa
Lugares de leyenda ·
Lobras es un pequeño municipio enclavado en pleno corazón de la Alpujarra media granadina, en la ladera sur de Sierra Nevada, se extiende a lomos de la ladera oteando la Contraviesa, que lo separa del marJOSÉ MANUEL FERNÁNDEZ
Jueves, 5 de agosto 2021, 01:32
Lobras nació durante los primeros años de dominación islámica, aunque la existencia de una antigua explotación de mercurio no hace descartar que hubiera un asentamiento ... anterior. Sufrió los avatares de la rebelión morisca expulsando a la población y repoblando más tarde con cristianos viejos. El municipio comprende actualmente los núcleos de Cuesta de los Almendros y Los Morones, ambos en la vertiente norte de la Contraviesa, con Tímar en la ladera sur de Sierra Nevada.
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Los lugares de interés son su iglesia de arquitectura religiosa mudéjar de comienzos del siglo XVIII. Desde el mirador, en la Era de los Llanos, se divisa Sierra Nevada, la Contraviesa y Sierra de Lújar, con amplias panorámicas en todas direcciones. En el interior del pueblo se aprecian calles llenas de flores ya que los vecinos se afanan en mantenerlas limpias y bien encaladas, convirtiendo este lugar en un deseable espacio de tranquilidad y afabilidad de sus moradores. Desde antiguo, Lobras y Tímar fueron famosos por la producción de seda y tejidos. En época morisca prácticamente la totalidad de las tierras de cultivo se dedicaban a la producción de morera para la alimentación de los gusanos de seda, llegando incluso a existir a mediados del siglo XX más de 15 telares.
Como lugares para pernoctar están los apartamentos rurales de Huerto de Lobras, la Casa de Lobras y la Casa Rural Paqui. Y para reponer fuerzas, el Mesón, con una carta variada de productos de cercanía y ecológicos, así como variedad de vinos y cervezas artesanas.
Allí cuentan los lobreños que después de pasar el frío invierno, las nieves de Sierra Nevada se retiraban a sus aposentos de verano hacia los neveros situados en lo alto de las cumbres y los caminos volvían a ser transitables para conectar la comarca de la Alpujarra con el Reino de Granada. Durante todo el invierno las hiladoras de Lobras habían estado trabajando en la elaboración de la mejor seda del reino. Solo la delicadeza de las manos femeninas podían transformar los capullos de seda en un excelente 'Ibrisam' nombre que recibía el hilo del devanado.
En el mes de mayo los reales talleres del reino mandaban una delegación compuesta por un maestro hilador, nombrado por el funcionario conocido como 'hazif» o conservador y un capitán con doce soldados para proteger la mercancía de los salteadores de caminos. La llegada de la comitiva a Lobras la predecía un gran revuelo entre los vecinos, pues si su seda era elegida para el sultán, sería un gran honor y una oportunidad para vender más alto el precio de la seda restante en la Alcaicería para los comerciantes de allende, especialmente los italianos.
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Uno de los tejedores de Lobras tenía a Miriam, su única nieta de diecisiete años a la que cuidaba desde que sus padres murieron siendo mimada con excesiva protección, pues mientras las demás jóvenes del pueblo ayudaban con su trabajo a la economía familiar, ella solo holgazaneaba de aquí para allá, más molestando que ayudando en el telar. Abdul temiendo que estropeara el negocio con la comitiva real, le prohibió que se acercara al taller durante la compra, acostumbrada a hacer siempre lo que le daba la gana. El día señalado se presentó en el telar junto a un perrito que siempre la acompañaba, por lo que el abuelo la miró inquieto.
–¿Bien, maestro hilador, le satisface la seda que ofrezco para los telares reales?
–Viejo Abdul, este año te has portado bien y la calidad es excelente, me llevaré el cincuenta por ciento de la producción, pagándola a buen precio.
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Abdul estaba muy contento con el acuerdo, ya que además de vender a la casa real le quedaba la mitad para sacar unos pingües beneficios en la alcaicería de Granada.
Pero en el momento en que las bobinas de hilo se encontraban en el suelo para cargarlas en los mulos, llegó el perro de Miriam y alzó la pata dejando su sello en cada una de las bobinas reales. Los gritos de Abdul llegaron al cielo, al maestro hilador se le descompuso la cara y Miriam no paraba de reír. Aquello era una ofensa al sultán y alguien tenía que pagar aquella osadía. Cuando su abuelo fue apresado y confiscado el resto de la producción se dio cuenta de lo que había sucedido para su desgracia.
El maestro hilador propuso al capitán ejecutar al viejo Abdul por el insulto al sultán, pero el joven militar, mirando a Miriam, se mostro más benévolo.
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–¡Tienes el plazo de un año para producir la seda que tu perro ha estropeado… si no tu abuelo pasará el resto de su vida en las mazmorras de la Alhambra!––, dijo el joven capitán, llevándose al abuelo preso.
Una vez se marcharon, Miriam quedo sola, triste y abandonada, no sabía por dónde empezar a producir porque antes nunca le había interesado el trabajo de su abuelo y no sabía cómo hacerlo. Las semanas pasaban y el telar se cubría de telarañas. Su abuelo se pudriría en las mazmorras de la Alhambra.
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Una noche de invierno tocaron en la puerta, abrió y vio a un alto caballero embozado hasta los ojos que le dijo:
–Mañana llegará al pueblo una persona que te ayudará en el compromiso, solo tienes que ponerte a sus órdenes para cumplir lo acordado con la casa real y recuperar a tu abuelo––, y diciendo esto desapareció en la negrura de la noche.
Al día siguiente una mujer de edad avanzada se presentó en la casa y durante el tiempo que estuvo hasta la llegada de la comitiva real, acató si rechistar las órdenes de la mujer, que llevaba un cinturón color carmesí con unos atauriques bordados de especial manufactura, por lo que consiguió producir la seda acordada. Incluso le enseñó a hacer telas tan bellas que eran admiradas por todos. Miriam durante todo ese tiempo se había convertido en una auténtica maestra hiladora gracias a las enseñanzas recibidas. Llegó la comitiva real y todo estaba según lo acordado, el capitán cumplió su promesa y el abuelo fue liberado. Y lo que realmente llamó la atención a Miriam fue que el propio capitán llevara un cinturón con atauriques idénticos al de la misteriosa mujer.
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Dos meses después se celebró la gran boda de Miriam en Lobras, donde no faltó nadie, ni el abuelo de la novia, ni la madre del capitán.
De inquisidores y otros puntilleros
Eduardo Castro
Alguien que tenía por amigo me llamó, tras la aparición de mi primera columna en esta sección, para darme el siguiente aviso: «Después de leer tu confesión como curioso pertinente, quiero advertirte del peligro al que te expones». No pude menos que sonreír con incredulidad. «¿Peligro, dices? ¿Qué peligro?», le pregunté con cierta sorna. «Te recuerdo que la curiosidad no solo mata gatos y maridos impertinentes, como el Anselmo del cuento incluido por Cervantes en el Quijote», me dijo, antes de soltarme sin más preámbulo la sentencia que no me dejaría ya dormir tranquilo: «Te aseguro que de curiosos están los cementerios llenos, así que... ¡ojo con quien te metes! Deja en paz a la Iglesia y a la nobleza. Te lo digo por tu bien». Me quedé patidifuso y confundido a más no poder. Entonces me puse a cavilar. ¿Debería ignorar su consejo y difundir mis averiguaciones sobre el sistema hispano-lusitano del doble apellido familiar? ¿U olvidar, por el contrario, mi anunciada intención y escribir sobre cualquier otro tema menos controvertido? Y me incliné por seguir mi plan, esperando de su benevolencia como lectores que fuesen conmigo más indulgentes que mi ya examigo, quien no dudó en excomulgarme y borrarme de su lista de contactos de inmediato: «Tu insistencia con el cardenal Cisneros y los apellidos linajudos ha dado la puntilla a nuestra amistad. Aunque no lo creas, el infierno existe y tú arderás en él», me 'apuntilló' en su último 'guasap'.
Y el caso es que del inquisidor general de Castilla me había limitado a recordar una de las pocas cosas de su biografía que, junto a la fundación de la Universidad Complutense en Alcalá de Henares, puedo aplaudir: la obligatoriedad de inscribir a todas las personas con un apellido fijo como norma de identidad, para evitar que miembros de la misma familia pudieran tener apellidos diferentes como antes ocurría. Si aun así me habían mandado al infierno, ¿qué será de mí cuando rememore su paso por nuestra tierra? Porque no olvidemos que fue él quien ordenó la destrucción de la biblioteca de la Madraza, con todo el acervo poético, filosófico, histórico y cultural del reino nazarí? De la infame quema de libros en la plaza Bib-Rambla tan solo se salvaron los tomos de medicina. Y todo con el fin de acabar con «la impiedad mahometana», incumpliendo así parte de las Capitulaciones firmadas por los propios reyes. En nombre de la Iglesia, aquel «arquetipo de virtudes y espejo de prelados, venerable padre y siervo de Dios», como en 1653 lo describía en un libro Pedro Quintanilla y Mendoza, financió campañas bélicas como la conquista de Orán, instigó intrigas palaciegas contra la mal llamada Juana la Loca y ordenó 'autos de fe' contra presuntos herejes y posibles falsos conversos, tanto judaizantes como musulmanes. Razonablemente, a mi entender, los dos procesos de canonización iniciados tras su muerte para beatificar su figura terminaron fracasando por diferentes motivos. Espero que nadie me culpe de ello.
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