Carlos Bassas. Pepe Marín
Obituario para idealistas no fallecidos

«Me llevo más de lo que he dejado, lo siento»

CARLOS BASSAS DEL REY ·

Más que melancólico, mejor describirlo como un escritor neotradicional. Da vida a sus historias extrayendo las letras de un moderno e inalámbrico teclado mecánico, diseñado a imagen y semejanza de la más clásica máquina de escribir

clara peñalver

Sábado, 2 de julio 2022, 23:47

La muerte para él es la nada. Todo lo que una persona llega a ser en la vida, en lo que a entidad e identidad ... se refiere, se extingue con la llegada de la muerte. Aunque, como en todo, señala una excepción, un detalle que ni siquiera depende de quien se ha ido: su memoria. «Lo que hayas dejado en los demás es lo último de ti que perdura», algo que, según él, también acaba desapareciendo, siendo generoso, en dos generaciones como mucho. De ahí, el dicho popular: «Todos morimos dos veces. La primera, cuando dejas de respirar. La segunda, cuando alguien te recuerda por última vez.»

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Si este fuera su último día de vida, le gustaría vivirlo rodeado de gente a la que quiere de verdad. «Quitándonos de encima todos los complejos que nos hayan constreñido hasta ese momento, sabiendo que ya no va a importar y que no va a tener consecuencias», me explica. Y, justo en ese momento, justo cuando abordamos el tema de la muerte propia, noto cómo una sombra emerge y se sitúa al lado de nuestro nuevo, y de pronto enigmático, idealista no fallecido.

Hoy hablo con Carlos Bassas del Rey, escritor, guionista, periodista y doctor en Ciencias de la Información, galardonado con el premio Plácido al mejor guion de largometraje en el IX Festival Internacional de Cine Negro de Manresa y con el prestigioso premio Hammet, por su novela Justo. Lo he asaltado en una fugaz visita a Granada pues, no puedo negarlo, siempre he sentido curiosidad por eso que se esconde en la seguridad de su cráneo. Su mente se revela de inmediato ante mí como un puzle, un intrincado rompecabezas cuya pieza maestra, intuyo, se esconde tras la sombra que lo acompaña, la guardiana del umbral. La verdad, no esperaba menos de un escritor como él.

'Desafectuosa' niñez

Sí, lo sé, una palabra que no existe, sin embargo, nos adentramos en el reino de la infancia, ese lugar donde caben tantas, tantísimas cosas –juego, imaginación, espontaneidad, risas, llantos, rabietas, costras en las rodillas…– que hasta la invención de vocablos es bienvenida.

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Carlos Bassas del Rey nació en Barcelona en el seno de una familia… Reconozco que me cuesta escoger las palabras. No es fácil para mí condensar aquí unos primeros años como los de Bassas sin herir sensibilidades. Dejémoslo en que sus primeras experiencias quedaron marcadas por un ecosistema sentimental frío y desequilibrado. «Crees que la culpa es tuya, que tú has hecho algo mal para que te traten así», me cuenta. Quizá por eso desde muy joven se sintió tan identificado con la cultura japonesa, más concretamente, con la figura del samurai. «Eso los japoneses lo simbolizan en dos palabras: Giri y Ninjo», explica. La cara o la obligación social frente a aquello que de verdad deseas y que jamás expresarías en público. «Para mí el samurai era ideal porque era un tío absolutamente heróico: fuerte, inquebrantable hacia afuera, pero que jamás hablaba de lo que llevaba por dentro.» Y, al contarme esto, la sombra que acompaña a Carlos se revuelve y se aparta, indicándome que, por el momento, debo alejarme de la senda por la que hemos empezado a deambular.

Así que buceamos en otros capítulos de su niñez, unas páginas con aroma a reflex y que suenan a pelota golpeando contra el suelo y «a tiro entrando limpio, sin tocar aro, ese era nuestro objetivo: si la metes, que no toque el aro». Carlos era bueno jugando al baloncesto, tanto que, ya en la adolescencia, se le presentó la oportunidad de dedicarse profesionalmente a ese deporte. Sin embargo, aquella oportunidad resultó ser también la mayor cura de humildad de su vida. A nivel amateur era muy bueno, casi el mejor. Pero al llegar a semiprofesionales se dio cuenta de que había muchos jugadores mejores que él. Se dijo: «A ver, tío, hay gente mejor que tú, aprende a reconocerlo o serás un puto frustrado toda tu vida». Así que dejó el baloncesto, prefería arriesgarse e intentar ser el mejor en algo que se le daba realmente bien: escribir.

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Piscinas llenas de vacío

El padre de Carlos es, sin lugar a dudas, la figura fundamental de su vida. Él también contribuyó lo suyo a que el niño Bassas percibiera las emociones como algo extraño y difícil de manejar, pues su educación tradicional y su carácter asentado en la razón y la objetividad lo llevaban siempre a mantener una distancia padre-hijo contraria a lo que el crío habría necesitado. No obstante, gracias a su padre, o quizá por culpa de su propia necesidad de impresionarlo, desde niño aprendió la importancia de ponerse metas en la vida, de luchar de forma incansable por lo que uno desea de verdad e, indirectamente, de atreverse a cumplir sueños.

También gracias a su padre, Bassas aprendió que las personas son solo personas y que los héroes solo existen en las ficciones. Cuando tenía doce años, su gran referente cometió un error. Un error muy gordo. Y descubrirlo supuso para él un antes y un después. «Ese día, cuando se me pasó el cabreo después de lo que hizo, empecé a quererle de un modo distinto, empecé a quererle de un modo racional. [...] Me di cuenta de que era un tipo imperfecto. Un hombre que podía sangrar.» Y supongo que, de forma inconsciente, también Carlos se dio cuenta de su propia debilidad, de que, como su padre, acabaría convirtiéndose, al igual que cualquier mortal, en un hombre falible.

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Su repentina pérdida supuso un gran golpe para Carlos del que aún no se ha repuesto del todo. Me habla del vacío: «Cuando perdí a mi padre, que era alguien importantísimo y fundamental para mí, sentí que todo mi cuerpo era un contenedor de vacío.» Y también me habla de 'Soledad', una novela en la que, en lugar de volcar de forma autobiográfica lo que sentía y padecía, depositó toda su tormenta emocional sobre los hombros de personajes ficticios.

El miedo

Tras casi una hora de conversación con Carlos Bassas del Rey decido que ha llegado la hora de acercarme a su sombra. En realidad, hace rato que sé que no guarda ningún misterio para mí, que en el fondo solo actúa así para proteger el mayor tesoro de su dueño: la sensibilidad. Me temo que este escritor y yo pertenecemos a la misma especie y que, por desgracia –o puede que por suerte, quién sabe–, guardamos en la memoria crudezas de la infancia que de algún modo han acabado formando parte de la pasta de la que hoy estamos hechos. «Para alguien tremendamente tímido como yo, la mejor forma de protegerse era parecer absolutamente extrovertido», me cuenta, y lo entiendo mucho más de lo que cree. Carlos Bassas del Rey no es un samurai, sino un hombre con una hermosa, elegante y seductora careta veneciana moldeada a mano por él mismo, con mimo y con cuidado, a lo largo de muchos años. «Soy un tarado completo en cuestión de sentimientos, en interpretarlos, en saber cómo me siento, y en saber qué sienten los demás hacia mí. Y me da un pánico atroz».

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La mente de Bassas es pura complejidad. Intuyo en ella múltiples y laberínticas líneas de pensamiento. También cajones estanco que abre y cierra en función de sus necesidades vitales o creativas. Dice que, cuando escribe, diferencia claramente entre sus dos lenguajes principales. Los guiones, para entretener. La narrativa, para explorar a sus personajes, para volcar en ellos, intuyo, todo aquello a lo que no ha querido o podido enfrentarse en su vida. Me dice que sus novelas tienen mucho más de él de lo que le gustaría reconocer. Eso es bueno, significa que, mientras siga creciendo, mientras siga intentando moldear su careta a algo más parecido a lo que guarda en su interior, mejores serán sus escritos.

Cuando muera quiere ser recordado con la frase «Me llevo más de lo que he dejado, lo siento». Permítaseme aquí un brote de espontánea y sincera duda. Puede que esa sea finalmente la frase elegida, pues así lo quiere él. Sin embargo, es mucho lo que dejará atrás, no solo por sus vínculos emocionales y por el modo en que tocó y marcó a las personas de su vida. Su legado es rico, y promete serlo mucho más, puesto que en él vibran con intensidad dos ingredientes fundamentales: la creatividad y la promesa de muchos años más juntando letras.

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Mientras tanto, viva en paz.

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