Llega una sinfonía única al Espacio Dvořák de la OCG

Dvořák se inspiró en un creciente movimiento nacionalista entre el pueblo checo, dominado durante mucho tiempo por el Imperio austrohúngaro y su familia gobernante, los Habsburgo. Al igual que sus hermanos checos, Dvořák deseaba ser conocido más allá de las fronteras de su ciudad de adopción, Praga. Lo consiguió, en gran parte gracias al apoyo incondicional de Johannes Brahms y a la acogida internacional de sus Danzas eslavas, el himno 'Los herederos de la Montaña Blanca' y su Stabat Mater para coro y orquesta. El éxito del estreno mundial en 1885 de su Sinfonía No. 7 en Londres garantizaría carrera.

Para Antonín Dvořák, el arte no era tanto la idea hermosa que visita al músico casi sin querer, sino su elaboración y conversión en algo más grande. Dvořák era un amante de la naturaleza, de los bosques de su tierra, del canto de los pájaros, de las fuentes: componer significaba en cierto modo para él insertar la idea musical en un paisaje más amplio donde pudiese desarrollarse, expandirse y vivir. El arte de Dvořák se situaba así en las intersecciones entre mundos distantes: no sólo el Viejo y el Nuevo Continente (que tuvo la oportunidad de conocer de primera mano), sino también la música folclórica y las grandes formas de la tradición culta, los modales de la ciudad y la llaneza del campo. Siendo uno de los padres del nacionalismo musical checo, en su obra dio cobijo a los folclores más genéricamente eslavos (eslovaco, ruso, ucraniano) y al norteamericano.