La leyenda del agua

Relato de verano ·

Él, que vive en el callejón de los geranios, apoya su cara todos los días en los barrotes de su ventana para ver cómo ella llena las tinajas en los chorros cristalinos

antonio jurado casas

Domingo, 9 de agosto 2020, 00:29

En la fuente de la calle alta, la de los seis caños de bronce, donde los pajarillos enjuagan su canto todas las mañanas, ella va ... a recoger agua cada día. Él, que vive en el callejón de los geranios, apoya su cara todos los días en los barrotes de su ventana para ver cómo ella llena las tinajas en los chorros cristalinos.

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Tantos días ha sido así, que a él le parece que el agua que brota del bronce dice el nombre de ella al caer al pilón: Carmen, Carmen. Él está convencido de que a fuerza del tiempo, ella se ha dado cuenta de su admiración secreta, y acude todos los días a la fuente de la calle alta a cruzarse con su mirada encendida tras los barrotes. Lo que él no sabe es que Carmen acude hasta allí para llevar agua a su casa, donde ama y guarda el sueño de otro hombre.

Según siguen pasando los días, su admiración parece cada vez más indiferente. Carmen nunca gira su cuello blanco para posar la vista en la ventana del callejón de los geranios. Así que él, que no tiene la virtud de los grandes conocimientos, pero sí la chispa de la imaginación que alimenta la vida humilde, decide interceder en el destino y urde un plan para estar con ella y poder besar sus labios rosas y carnosos cada vez que su pasión le llame a hacerlo. Se da cuenta de que el único vínculo que los une es el agua que mana de la fuente, el agua que ella se lleva a los labios y riega su vida desde dentro.

Así que decide que debe convertirse en agua, no hay otra manera de estar con ella que ser el agua misma. Él no sabe de dónde procede el agua que la fuente escupe, pero sí sabe dónde descansan todas las aguas del mundo y desde dónde emprenden su viaje para convertirse en nubes y alimentar después los ríos: el mar. Así, cierto día de verano, con el cielo azul y el viento templado él encara el camino que separa su casa de la playa de arena de gris que se extiende a los pies de su pueblo, y con una determinación que solo nace del amor más inocente, se adentra en el mar con paso firme, y camina y camina hasta desaparecer en el inmenso azul donde descansan todas las aguas.

Las gentes del pueblo nunca volvieron a verlo, pero Carmen siguió yendo a buscar agua a la fuente de los seis caños de bronce cada mañana, donde, sin saberlo, era besada apasionadamente en silencio por el agua en la que él se había convertido, llenándose de vida desde dentro cada día por el agua cristalina que de la fuente mana.

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