El político granadino que rescató los bailes y la música de cuerda
Sebastián Pérez Linares potenció en todos los pueblos de la comarca el folclore alpujarreño para que perdurara en el tiempo y no se perdiese, coincidiendo con la celebración del centenario de la visita que hizo a esta zona Pedro Antonio de Alarcón
El político granadino Sebastián Pérez Linares, fallecido el día 2 de enero de 2006, se entregó a La Alpujarra durante varias décadas para darla a ... conocer y engrandecerla. Sebastián fue un servidor público muy relevante en la Granada de los años 60 y 70 del pasado siglo. Él inculcó, junto a María Teresa Ortiz, su esposa, a sus hijos: Sebastián, Ignacio, Enrique y María Teresa los principios y valores con los que se condujo en su vida pública y privada. Sebastián viajó mucho a La Alpujarra para realizar proyectos. Uno de sus grandes amigos fue el alcalde de Capileira y diputado provincial Manuel Mendoza. Sebastián dio a conocer La Alpujarra a muchos artistas, ministros y directores generales de la época.
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Sebastián Pérez Linares creó en Capileira, en 1972, la Casa-Museo Pedro Antonio de Alarcón, con motivo del centenario de la visita que realizó el célebre escritor de Guadix a La Alpujarra. También adecentó la Fuente Agria de Pórtugos y la Fuente de Cuesta Viñas de Válor. Otras de las cosas que hizo fue llevar a todos los pueblos de La Alpujarra los bailes tradicionales y la música de cuerda de la comarca para que perdurara y no se perdiese. Asimismo, promocionó la gastronomía y la arquitectura ayudado por Antoñico Pampaneira, entre otros. Junto con Enrique Villar Yebra, fallecido en Granada el día 13 de diciembre de 2001, organizó las visitas cantadas y guiadas. También promocionó el mundo de la pintura, el cante flamenco, el jamón de Trevélez y el vino de Albondón y de los demás pueblos de la Sierra de la Contraviesa.
Sebastián fue un enérgico defensor de la cultura, a la que sirvió desde sus años juveniles, como profesional de la enseñanza, como maestro en las aulas de la Academia del Carmen de Granada, Desde la Caja Provincial de Ahorros de Granada financió exposiciones de pintura, publicaciones, revistas y artículos relaccionados con La Alpujarra. La obsesión de Sebastián por la cultura marcó sobre todas las cosas su biografía. «El ser humano –solía decir- sólo se aproxima a la perfección en tanto que se acerca al conocimiento». Sebastián tenía amigos en toda la comarca de La Alpujarra. En varios lugares fue homenajeado. Al ilustre periodista, Rafael Gómez Montero, otro entusiasta de La Alpujarra, con parada y fonda en Capileira, lo quería mucho. Sebastián trabajó mucho cuando se produjeron las tremendas inundaciones en Albuñol y la Rábita, principalmente, el día 19 de octubre de 1973. Las lluvias torrenciales causaron la muerte a más de medio centenar de personas y destrozaron 74 casas.
En los banquetes políticos que se celebraban en La Alpujarra era obligatorio, para satisfacer a Sebastián Pérez, que en la minuta figurara un modesto plato de sopa caliente y el jamón de Trevélez, como también exigía el ilustre tribuno Emilio Cautelar con las magras serranas de La Alpujarra, llegando a afirmar este presidente de la I República que no asistiría a ningún mitin político si no figuraba el legendario y mítico jamón de Trevélez en la mesa. Sebastián terminaba los banquetes fumándose un puro. A él le encantaba charlar con los alpujarreños y que le regalaran fotos antiguas. La calidad humana de este hombre era proporcional a su talla física. También, en verano se ausentaba a Almuñécar con su familia. Siempre trabajó con ilusión y desinterés, sin pensar en la recompensa.
Sebastián se fue como decía: «dentro de un orden», calladamente, sufriendo en silencio, pero con la sonrisa en sus labios. Su entierro en Granada capital fue un acto multitudinario y la prensa elogió su figura y su lado humano. Su hijo Sebastián, el escritor que tanto hizo por La Alpujarra y por las demás zonas de Granada cuando fue presidente de la Diputación de Granada, siguió los pasos de su progenitor, recorriendo todos los pueblos de Granada en más de una ocasión para, y entre otras cosas, proporcionar recursos, asistencia y servicios que los pueblos, especialmente los más pequeños, no podían proporcionar por sí mismo, permitiéndoles así funcionar mejor y mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.
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