Quien tuvo la suerte de conocer a Teresa sabe que no exagero en el titular, porque al margen de ser una mujer espontánea, directa, divertida ... y con un enorme sentido del humor, buceaba en el canto, la poesía y otras actividades filantrópicas. Daba gloria escucharle el 'Ave María' de Gounod en algunos templos y otras veces los más nostálgicos boleros. Recuerdo una noche de luna llena que, con guitarras y bongós, nos emboleramos en la playa almuñequera de San Cristóbal. La 'voz cantante',tiró de repertorio hasta que, al amanecer, el concierto fue interrumpido por dos policías municipales que nos disolvieron, sin sanción, porque afortunadamente uno de los músicos era Julio Fajardo, por entonces alcalde de la bella Sexi.
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Excelente cocinera, de esa gastronomía de la que huele que alimenta, tenía sus reposos para dedicarse a la poesía secreta donde ella iba volcando vivencias y sentimientos sobre imágenes, objetos o realidades inevitables que más tarde, destapando el tarro de las esencias, recopilaría en un libro que tuve el honor de presentárselo en el Centro Artístico granadino.
Su última aparición en público –malita– fue para donar los cristobicas y marionetas que coleccionaba como oro en paño, Sebastián Pérez Linares, su marido que tristemente se nos fue como un corredor de fondo. Con esa donación, Teresa, cumplía una ilusión de Sebastián de fomentar y aportar los históricos muñecos teatralizados para hacer realidad un museo en el Instituto Hermenegildo Lanz con más de doscientas piezas.
Hace pocos días –ya muy malita– les comunicó a sus hijos Pitu, Nacho, Quique y Tetela que le compraran un vestido y unos zapatos que había visto en internet porque quería renovar su fondo de armario. Ellos, no lo dudaron y abrazaron a su madre con el último capricho. Genio y figura.
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Como era creyente estará en el Paraíso con lo puesto: su desnuda humanidad.
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