Enyerberth, con su patinete y su mochila, en la Plaza del Carmen. J. E. C.
De Graná

Un glovo en Plaza del Carmen

A la una del mediodía, no hay un banco de la plaza en el que no haya un repartidor con la mirada perdida en el móvil, viendo 'stories' de otros sin parar, a la espera de una batseñal que dispare el primer pedido del día

Domingo, 2 de marzo 2025

La Plaza del Carmen parece la piscina de la urbanización. Es la una del mediodía y un puñado de pies colgantes remueven el cemento, provocando ... ondas que van y vienen de una punta a otra. Ondas literales e invisibles encadenadas al 5G del móvil, a la espera de una batseñal que dispare el primer pedido del día. Están sentados por parejas en los bancos de la plaza, pero no se hablan ni se miran demasiado, como compañeros de pupitre que nunca se ven en el recreo. Tienen la cabeza hundida y pegada al móvil, moviendo el dedo constantemente sobre la vasta infinidad de las stories de otros, por las que de vez en cuando se cuelan.

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«El McDonalds está ahí, el KFC allí y el Burger King en Puerta Real. Este es un buen sitio para esperar». Habla un chico joven, casi imberbe, mientras columpia los pies en el banco. A su lado, un patinete eléctrico y una enorme mochila amarilla en la que se lee 'Glovo'. «Por eso venimos aquí», dice conforme levanta la vista del móvil y señala con la nariz a su alrededor. Hay una mochila amarilla, idéntica a la suya, en todos los bancos de la plaza. O dos, incluso. También las hay naranjas y rojas.

El chico que habla es el único que está solo. Bueno, no exactamente solo, quiero decir sin otro repartidor a su lado. Él comparte banco con un señor que lleva pantalones a juego con su mochila y que, como él, no levanta la vista del móvil. No lo hace, al menos, hasta que escucha el nombre del chaval. «E, ene, y griega, e, erre, be, e, erre, te, hache. Enyerberth. En-yer-berth. Aquí no es un nombre muy común, parece. En mi tierra sí, Venezuela. Soy de Caracas».

Enyerberth tiene 20 años y acaba de llegar a Granada porque sí, «porque la vida a veces pasa». Dice «porque la vida a veces pasa» mientras encoge los hombros con una elocuencia aplastante. El tipo de al lado, el de los pantalones amarillos, finge que no escucha pero yo apostaría que ha tomado nota rápidamente de la frase y la ha mandado a sus grupos de whatsapp. «La vida a veces pasa». Lo que pasa ahora es que alguien ha deseado un menú de hamburguesa y patatas fritas y, al otro lado de la plaza, salen disparados los primeros glovos de la jornada.

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Móviles y mochilas. J. E. C.

«Llevo poco, pero la gente pide de todo: hamburguesas, shawarmas, bocadillos, sushi, chino... pero también la compra en el supermercado, artículos de papelería, tabaco...». Tabaco. Los que hoy nos quejamos cuando alguien enciende un cigarro en una terraza crecimos en pasillos, salones y cocinas nubosas. Había humo en el coche, sin previo aviso. Humo mientras hacías los deberes. Humo viendo la tele. El humo era lo normal. Con 10 años o así, nos mandaban al quiosco con un billete de mil pesetas: «Trae el periódico y un cartón de Ducados. Y con lo que sobre te puedes comprar una chuche».

«Trae el periódico y un cartón de Ducados. Y con lo que sobre te puedes comprar una chuche»

Qué difícil ponerle cara a la modernidad. Bastan un par de golpecitos en la pantalla del móvil para ver cómo un puntito rojo se acerca a tu calle, como el ratón que busca su queso en el laberinto. Las cosas suceden y ya, no hay más. El sistema es infalible y nos encanta tenerlo todo en la puerta con un chasquido de dedos, como Carlton Banks en su mansión de Bel Air. La casa, el coche y el contrato fijo tal vez no, pero poseemos el vicio, el capricho, el «no me apetece cocinar» y el «hoy me lo merezco». Es un espejismo de éxito, una piscina en la que remojar los pies antes de volver a una vida que depende de un banco. Un banco como el de Enyerberth, metal pesado que fija los globos al cemento para que no se escapen, para que no vuelen demasiado alto. «Déjate de mierdas, es un trabajo», dice Enyerberth con la mirada. «Ya te dije. La vida a veces pasa». Y se marcha, a cruzarse en otras stories.

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