Pepe Marín
Obituario para idealistas no fallecidos

«Intentó vivir con dignidad y conciencia»

José Ramón Ripoll ·

Siempre dice que escribe poesía porque es un músico frustrado, pero no es del todo verdad

clara peñalver

Sábado, 6 de agosto 2022

Para él la muerte es algo consustancial a la vida. Percibe al ser humano, y a sí mismo, por tanto, como un cúmulo de energía ... sin solución de continuidad que, además, alberga consciencia. De modo que, dado que la energía no se crea ni se destruye, «no es descabellado pensar en otra ordenación –de esa energía que nos configura– tras la muerte». Unas reflexiones a las que ha llegado tras grandes dosis de pensamiento e indagación: «He pasado por muchas etapas, la he tenido cerca, aunque no la he temido», me cuenta, y añade que cuando la tuvo a apenas un soplo de distancia –tuvo que ser operado de urgencia por un accidente cardiovascular– no logró ver su rostro ni llegó a intuir siquiera qué quería de él. Una gran suerte que La Parca se mostrara esquiva aquel día, de lo contrario no habríamos tenido la oportunidad de mantener esta conversación.

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Cuando le pregunto cómo le gustaría vivir este día si fuese el último para él, lo primero que sale de su boca es: «En compañía de mis seres allegados». Pero algo hace clic en su cabeza y rectifica de inmediato: «Si lo pienso bien, tampoco estaría mal morir solo, tal como nacemos. Y, en mi caso, rápidamente, frente al mar, en la playa, leyendo o meditando sobre ese último instante.»

Hoy tengo el placer de conversar sobre la vida, la muerte y el verdadero significado de las palabras con un clásico de Radio Clásica, José Ramón Ripoll, escritor, poeta, musicógrafo y divulgador musical. Su trayectoria, preñada de éxitos y experiencias, no es más que la consecuencia natural de una larga, incorruptible y respetuosa relación de amor a tres bandas. Él. La música. La poesía.

El mundo a través de un cristal

Los escenarios de la infancia de José Ramón Ripoll tienen una curiosa banda sonora: «de algarabía, de chirigota y de silencio», y se encuentran, todos ellos, en la ciudad en la que nació y de la que, pese a sus intensas idas y venidas, jamás ha llegado a marcharse: Cádiz.

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De los meses fríos recuerda la ventana del piso en el que se crió en la calle Columela. Una ventana casi siempre impregnada de vaho por la humedad de la pequeña ciudad costera y, sospecho, también por el propio aliento de Ripoll niño, que permanecía durante horas con la nariz pegada al cristal. Me cuenta que limpiaba la superficie empañada con la mano o con la manga del jersey para poder ver a su través. Al otro lado, la mítica plaza de las Flores. Me cuenta que allí, observando lo que ocurría, escuchando a lo lejos a los charlatanes que la visitaban –la adivina que, con los ojos vendados, y algo de ayuda, adivinaba el color de los abrigos de las mujeres, el faquir que descansaba sobre una cama de pinchos, el vendedor de productos 'milagrosos'…–, comenzó a descubrir algunas de las trampas del mundo.

Y de los meses fríos, a los cálidos. Los veranos en el campo, junto a su abuela y sus primos. Y las horas de juego en solitario en la azotea del edificio en el que se crió, donde disfrutaba de los trescientos sesenta grados de una Cádiz abrazada por el Atlántico. «Ahora hay cruceros, antes había transatlánticos y cargueros, y yo siempre soñaba con montarme en uno de aquellos barcos, sin rumbo, y viajar como polizón hasta alguna playa desconocida para mí.»

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De esa imagen, que aún vibra en su memoria, nacieron años más tarde dos proyectos que hoy recuerda con cariño. El primero, el libro de poemas titulado El humo de los barcos. El segundo, con idéntico nombre, un programa de música clásica y literatura, aderezado con comentarios personales, que dirigió en la que durante muchos años consideró su casa, Radio Clásica, en Radio Nacional.

Serendipias

Primero llegó la música, y lo hizo por casualidad, casi por accidente. De corretear por las aulas del Conservatorio de Cádiz –donde jugaba con los pianos que encontraba abiertos mientras su abuela visitaba allí a una amiga– a acabar matriculado en primero de solfeo por decisión de un profesor que se fijó en Ripoll niño y decidió que debía adentrarse en el mundo de las notas y los pentagramas. Me cuenta que le habría encantado que aquel súbito giro en pos de la música lo hubiera conducido a la interpretación, a la composición, a la dirección de orquesta… Sin embargo, pronto descubrió que lo que se le daba realmente bien era analizar el trabajo que hacían otros, de modo que se decantó por el estudio teórico y la difusión.

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¿Y la poesía? ¿Cómo llegó a la poesía? «Llegué a la poesía por el camino de la música», me explica. Y fue también a muy temprana edad. Cuando era adolescente, en Cádiz se celebraban numerosos recitales para canto y piano. Se trataba de canciones alemanas y, pese a no entender nada, en la combinación entre la palabra y la música encontró algo que, de nuevo, lo hizo vibrar. Descubrió enseguida que lo que escuchaba eran textos de poetas románticos alemanes como Goethe, Novalis o Mörike y, de forma irremediable, se lanzó a estudiarlos.

De modo que la poesía llegó a Ripoll primero en forma de música, luego, quedó atrapado en –y por– ella a través de las palabras. «He dedicado, pues, toda mi vida a estudiar la relación de la música y la poesía (...). No sé si son hermanas o pareja de hecho, pero cuando una trata de sobrevivir sin la otra, es desalentador.»

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La venenosa sustancia de la poesía

Para José Ramón Ripoll la poesía es el modo en que se relaciona con el mundo, la llave que le permite acercarse a la realidad y masticarla para, más tarde, integrarla en su mecánica cerebral. También es el medio a través del cual logra comprender el uso que de la palabra hacen quienes lo rodean. Es, por tanto, su fábrica de pensamiento, y me ayuda a indagar en ello a través de unas reflexiones coronadas con el título 'La venenosa sustancia de la poesía'.

«La poesía es necesaria porque sitúa a las palabras en su justo lugar, recupera el significado de los objetos, concede vida a la abstracción, escarba la identidad de los nombres y se rebela contra quienes pretenden manipular el lenguaje con pretensiones ideológicas. Por eso, refugiarse en el poema no es evasión ni escape ante las situaciones reales, sino parapetarse tras los baluartes de la palabra para defender la verdadera realidad.»

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Cuando muera quiere ser recordado con la frase «Intentó vivir con dignidad y conciencia». Por primera vez desde que empecé esta aventura llamada 'Obituario para idealistas no fallecidos', discrepo con los deseos del idealista. Lo que pide se me antoja poca cosa. Una esquela demasiado impersonal, demasiado común para alguien como él. Así que me permito la libertad de escoger para José Ramón Ripoll una frase alternativa, una frase que, a mi juicio, es fiel reflejo de su legado personal: «Defendió hasta su último aliento el verdadero significado de las palabras».

Pasarán muchos años hasta que Ripoll mute en otro cóctel energético y se convierta en memoria. Mientras tanto, viva en paz.

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