Las novelas son para el verano

'El hombrecillo de los gansos'

antonio enrique

Lunes, 30 de agosto 2021, 23:54

En Nüremberg, el hombrecillo de los gansos era una escultura de bronce que coronaba una fuente cerca del mercado de las frutas. De alguna forma, ... venía a constituir el tótem de la ciudad, una de las más bellas de aquella Alemania de entre siglos, cuna del romanticismo musical europeo. La figurilla, airosa y enigmáticamente risueña, portaba un ganso bajo cada brazo. En 'El hombrecillo de los gansos', la novela de Jacob Wassermann, esta escultura regula una apasionante historia que relata la redención vital de un músico a través del arte, al tiempo que vertebra el pulso de la ciudad bávara a través de numerosos personajes en los que lo primero que llama la atención es lo nítidamente descritos, lo rotundamente perfilados. Son personajes estrámboticos los más, miserables casi todos, perplejos y desorientados en una Alemania donde ya se olfatea la tragedia de las dos futuras guerras que se avecinan, incluida la atroz Shoá contra los judíos. Personajes desarrapados son éstos que evocan a tantos otros de Dostoievski, Pobres gentes o Humillados y ofendidos sin ir más lejos.

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Y cada uno tiene su historia, que va devanándose en tanto se engarza en la de los demás. Veamos, por ejemplo, a Carovius: tan obsesivo es del rencor que en su sombrío piso del Full conserva, tras una puerta siempre cerrada, montoncitos de tierra donde sepulta una tarjeta con el nombre de cada uno de sus vecinos odiados. Y es con personajes como éste con quien ha de lidiar Daniel Nothafft, muchacho de mal carácter en su aprendizaje de compositor, haciendo frente al hambre, al frío, a la soledad extrema. Su padre, a costa de una vida de privaciones, había acumulado una pequeña fortuna de la que hace depositario a su cuñado, el librero Jasón Philipp, para cuando él fallezca, en un acto sin testigos y fiado sólo en la palabra. ¿Y qué creen ustedes, que fue fiel a ella? ¿O bien que le sirvió para medrar socialmente, negando al muchacho y a su madre un mínimo estipendio?

Pero sucesión tal de personajes no cesa ni en una sola página, ni en un solo párrafo, a través de esta voluminosa novela, llena de enjundia; novelas así ya no se hacen, no se ven por el mundo. Un coro de mujeres secunda al esquivo muchacho atronado por la inspiración: las hermanas Leonor y Gertrudis, tan atormentadas por la sexualidad que no alcanzan a sublimarla, y por ello dan en lo sucedáneo de lo místico; destaca entre todas ellas Ana Siebert, prostituta con quien Daniel se siente intimidado, una muchacha de dieciséis años que termina arrojándose al río; tras ser rescatada, alguien, admirado de su belleza, le saca la carátula en yeso; un día Daniel se la encuentra como muestra anónima de una tienda y la compra para que le acompañe siempre. Pero ante todo la presente es una historia de heroísmo y de cómo, mediante la abnegación y la constancia, la voluntad y el talento se abren paso en las adversidades.

Leí esta novela hace exactamente cincuenta años. Me la regaló mi maestro el pintor Iván Piñerúa cuando yo tenía diecisiete, y me he encontrado el ejemplar dedicado por él con unas viñetillas. La he releído, consciente de la excepcionalidad de tal experiencia, porque leer lo mismo tras medio siglo la convierte en algo así como un examen de conciencia. Se reviven los recuerdos de entonces, ahora con la perspectiva de haber vivido.

PPor entonces, las clases medias granadinas veraneábamos en Almuñécar o en Huétor Santillán. Pero la estrella era Lanjarón. Y he evocado, mientras pasaba las hojas del ejemplar editado en aquella colección Reno de Plaza y Janés, por 50 pesetas, aquel Lanjarón de los viejos hoteles sombreados por castaños de Indias, con franja blanca, a sendas orillas de la carrera que abocaba al balneario, y los agüistas con el vasito de mimbre, y mucho marroquí con aquellos cochazos modelo tiburón. Y el olor de los tilos, y el tintinear de las botellas donde se envasaba el agua de la Salud. ¿Qué íbamos a saber los niños de aquel tan gran holocausto como iba a perpetrarse años después en la bella, limpia y clara Nüremberg? Jacob Wassermann fue perseguido y sus libros quemados públicamente. Sus novelas fueron dispersadas como pavesas de una hoguera gigante. Pero quedó su obra, Gaspar Hauser entre ellas que le valieron fama mundial. Yo me limito a dar modesto testimonio de este magnífico olvidado de entre esa admirable pléyade de escritores de origen judío centroeuropeos, alguno de ellos de origen sefardita como Elías Canetti: los Zweig, Cohen, Bashevis Singer, Bellow, Malamud, Roth, Márai y tantísimos. Tienen una manera distinta de novelar: al fondo, esto es a lo profundo de la condición humana, y a lo extenso, esto es lo ilimitado de nuestro peregrinar por el mundo… no sé, unos reflejos y una humanidad como no he visto en otras literaturas.

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