El hombre que sabe demasiado
Cumple ochenta años Jerónimo Páez; un pensador que ha leído tanto que, a ratos, le cuesta ser optimista ante el devenir del mundo. La persona que está ligada al mayor reto aspiracional de Granada de las últimas décadas: el Mundial de Esquí
Si Jerónimo Páez no existiera, sería imposible inventarlo. Supongamos que pedimos a la inteligencia artificial que nos cree una persona –que es distinto a ... un personaje– que tenga el carácter de los templarios del Bierzo; la melancolía de Granada y, a ratos, su malafollá; la contundencia de los argumentos y la nobleza disimulada del corazón cansado de sufrir; un estudioso del marxismo y el confidente más discreto de Su Majestad; el hombre autárquico que se alimenta de su razón y el amigo que te llama por teléfono; alguien con la impaciencia indómita de quien quiere arreglar el mundo pero la paciencia necesaria para ver pasar los días sin que los problemas tengan remedio.
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Los algoritmos sacarían bandera blanca y huirían en estampida porque, todavía, hay cuestiones imprevisibles de la naturaleza humana que escapan a las máquinas; y una de ellas es Jerónimo Páez.
Tiene una sonrisilla entre pícara y a la defensiva; que probablemente esconda una timidez calculada y un halo de misterio. Sucede cuando Jerónimo deja entreabiertos los labios solo hasta la mitad de la boca; una pose que parece estudiada frente al espejo, con el que seguramente mantendrá profundos debates de desenlace incierto porque solo puede ganar uno. Es el gesto inocente del niño que hace una travesura en una familia de diez hermanos; el desdén provocador del joven que planta cara a la adversidad tras perder a su madre con 17 años y al padre con 26; la sonrisa del tahúr que juega de farol y gana cuando amenaza con plantar a una consejera antes del Mundial de Esquí –o quizás fuese en serio–; y también pueda tratarse de la risa suficiente y contenida de quien te manda a la lona en un combate dialéctico.
Es Jerónimo Páez un gran conversador. Y a veces, hasta te deja hablar. En la mayoría de las ocasiones es preferible escuchar; sobre todo, si no se puede aportar nada de provecho. Lleva mal la estupidez y esto, lejos de ser un gesto de arrogancia, es la actitud que se puede permitir quien dedica gran parte de su tiempo a mantenerse en forma intelectualmente. Tiene algunos proveedores de cabecera a los que reclama constantemente la búsqueda de los datos más insospechados y los periódicos internacionales.
A Rocío Jurado le dijo un día su madre asombrada por el devenir del mundo. «Hija mía, qué pena saber tanto». Jerónimo, el hombre que leía demasiado –como lo ha bautizado un compinche–, tiene en su vasto conocimiento un poso de pesimismo; a ratos, más ganivetiano que lorquiano, aunque no sea ni lo uno ni lo otro.
Enamorado a su manera de Granada, que lo mismo lo obnubila que lo desespera. «Sí. Amo a esta ciudad aunque como suele suceder con todo amor quisiera, a veces, salir corriendo», confesó en alguna ocasión.
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Aunque de pocos es sabido, comenzó como abogado del Ayuntamiento de Hospitalet, donde obtuvo el número uno de su promoción. Pero cambió de rumbo antes de convertirse en uno de esos técnicos de lo que tanto recela y de los que –sostiene– han acabado con la política. Con alguno de ellos se enfrentó precisamente en su etapa en Sierra Nevada para poder construir la estación moderna en que se convirtió y que él soñó todavía más ambiciosa. Pero, a veces, el progreso está enfrentado al ecologismo y sus activistas; pero este es un capítulo sobre el que pasaremos de puntillas antes de que Jerónimo nos diga que no tenemos ni «puñetera idea».
A Jerónimo se vincula, tal vez, el mayor reto aspiracional de Granada en las últimas décadas: el Mundial de Esquí. Aunque él siempre puntualiza generoso que quien se empeñó verdaderamente en el proyecto cuando iba a desistir fue Paco Fernández Ochoa.
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Siempre a punto de irse de los sitios, su labor se ha valorado con el tiempo en una ciudad donde, a ratos, está mal visto tener personalidad propia.
Atesora contactos y entra por las puertas que pocos atraviesan. Probablemente algún día ganase mucho dinero, pero siempre fue generoso y desprendido. Y cuando tuvo el atrevimiento de hacer cosas relevantes para la sociedad nunca las cobró. Fundador del Club Larra con Antonio Jiménez Blanco o precursor del 5 a las 5. Su nombre suena a democracia y libertad.
Este enero cumple 80 años el niño del Bierzo; el enamorado melancólico de Granada; el campeón de España de esquí universitario; el visionario, el realista, el pesimista; el hombre que esquivó el poder y tuteaba a los poderosos.
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Jerónimo, escucha, mira que te diga: «Felicidades».
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