El hogar de las mujeres de Granada que no tienen hogar
Una mañana en el centro de Ocrem. La asociación atiende cada año a 230 personas, mujeres y familias completas que se han quedado en la calle
Domingo, 2 de agosto 2020, 17:05
La casa, de casi 500 metros, es el hogar de las mujeres que no tienen hogar. El sol baña el silencio cómodo de la ... media mañana. En una de las habitaciones, la máquina de coser marca el compás, al que una joven teje coloridas mochilas con forma de búho. A su lado, el soniquete es otro, el de las teclas de una experta en ordenadores que pone en orden –valga la redundancia– una base de datos. En la sala contigua juega una familia. En otro extremo del inmueble, una mujer ve la tele en un sofá. En una tercera estancia descansan tras hacer las camas. En otra, Marta se asoma por la ventana del centro en el que la asociación Ocrem atiende cada año a 230 personas –mujeres, en su mayoría– y familias que se han quedado en la calle. Ella, mujer maltratada, llegó allí en noviembre, «apagada y asustada», y ya pelea por encontrar un empleo y recuperar su vivienda.
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Por ahora, vive en este espacio singular –el único en Granada que acoge a mujeres y familias– mientras arregla los papeles para que se reconozca su minusvalía y empieza a buscar trabajo. Le gustaría algo relacionado con la limpieza. O ser conserje. Alguna tarea compatible con la artrosis que el dificulta el andar. En última instancia, el objetivo es volver a la que fue su casa. Marta, nombre falso de una mujer que ronda los 55, se ha visto en la calle después de una historia tortuosa de malos tratos por parte del que fue su marido.
El suyo es uno de los perfiles habituales atendidos en este centro, contratado por el Ayuntamiento de Granada. Se divorció hace dos décadas, tras una de matrimonio y con dos niños. «Al principio tenía miedo», recuerda. «¿Si me separo a dónde voy, con niños, sin trabajo y con las cosas como están?» Esta pregunta es para muchas mujeres la barrera que separa la vida a la sombra de un maltratador de la oportunidad de un nuevo comienzo, sin terror. Se lo pensó mucho, pero no podía aguantar más: denunció y se divorció. Lo que recomienda a hacer a cualquier mujer en las mismas circunstancias. «De todo se sale».
Vivió en casas de amigas, luego pasó un par de meses en Córdoba. Y finalmente regresó a la casa de la que huyó: no sabía dónde meterse. Al tiempo tuvo que abandonar de nuevo el hogar, vivió con sus padres, con sus hermanos. «Me quedé en la calle», recuerda. Gracias a la ayuda de sus conocidos, sólo ha pasado una noche al raso. No tiene contacto con sus hijos y busca la forma legal de recuperar la que fue su vivienda.
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En Ocrem, como el resto de mujeres y familias alojadas, busca la reinserción. Lo deja claro su directora, Paqui González: salvo las camas que ponen a disposición de las mujeres sin hogar en los momentos más crudos del invierno, quien duerme allí debe cumplir unas reglas y comprometerse a buscar salida. No hay límite de tiempo para ello.
Marta se levanta minutos antes de las ocho de la mañana, desayuna y se lanza a la búsqueda de su nueva vida: médicos, papeleo… Deja su habitación, con un lapicero en la mesita, perfectamente ordenada y bien perfumada antes de salir. «¿Cumplo las normas como hay que cumplirlas, sí o no, Paqui?», pregunta a la directora, que ríe: «Cuando hay gente que no crea mal rollo, es más fácil trabajar». Luego almuerza en un luminoso comedor y pasa la tarde en alguno de los talleres –costura, meditación…– o charla con un psicólogo. A la noche vuelve al dormitorio compartido con otra mujer.
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Mujeres y familias
Hay 17 camas, que se distribuyen entre las dos dedicadas a situaciones de emergencia, 6 de acogida, 5 de atención rehabilitadora y las 4 de 'ola de frío'. En estas habitaciones sí hay límite de estancia: tres días, para así favorecer la rotación con otros centros. Por otro lado, está la zona de familias, con 11 camas, 5 cunas y 6 plazas de ola de frío. Aunque están en el mismo edificio, mujeres y familias –con hombres– hacen vida por separado, para cumplir con los requisitos de las administraciones: tienen turnos de comida distintos, espacios de convivencia separados…
Cuando hay que echar una mano, todas se ponen manos a la obra. Los jueves, por ejemplo, ayudan a colocar la comida del Banco de Alimentos, cuenta la directora. Paqui no obvia algunos roces de la convivencia, ni la vuelta al pozo de algunas mujeres que en el último momento, cuando van a dar el paso de entrar en el centro, deciden regresar a casa.
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Las raíces de Ocrem se clavan en un proyecto emprendido por Paqui para tratar el trastorno dual –consumidores de droga que desencadenan enfermedades mentales o a la inversa–. Amediados de los 90, ni unos ni otros recibían la atención adecuada. Luego llegó un proceso de normalización de larga estancia para mujeres sin hogar. Más tarde una casa para familias. También los programas de intervención psicosocial en la calle. Ahora, ocho trabajadores y diez voluntarios hacen del centro un hogar para las mujeres que no tienen hogar.
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