Belén en el Parque Tico Medina. PEPE MARÍN
Día de Todos los Santos

«Mi hermana cantó nanas a su marido agonizante»

Elo, maestra de infantil jubilada y soprano, cantó nanas a su marido, enfermo de cáncer y de Covid, para ayudarle a morir

Carlos Morán

Granada

Martes, 1 de noviembre 2022, 00:31

El murmullo de las máquinas de respirar del hospital y los chillidos de las alarmas convivieron con la tenue voz de Elo durante unas horas. ... Susurraba nanas a su marido Sabino, enfermo terminal de cáncer y de Covid.

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Aunque estaba noqueada por la inminencia del fallecimiento de su compañero, se abrió un claro en su mente y empezó a interpretar canciones de cuna para el moribundo. Ya no era un presentimiento, sino una certeza: la noche más larga estaba llamando a la puerta. «Y Elo tarareaba coplillas para dormir a los niños. Le cogió la mano y él, en su agonía, se la apretaba de vez en cuando para que siguiera», recuerda Belén, la hermana de Elo, la última y conmovedora velada que compartió la pareja en un centro hospitalario de Granada.

Julen, el hijo de ambos, fue la otra persona a la que permitieron entrar en la habitación para despedirse de Sabino. Lo hizo vestido con un traje de protección, pero luego tuvo que salir. El coronavirus exigía asepsia total para frenar los contagios. Una pesadilla distópica hecha realidad.

Cuando Sabino expiró, los sanitarios metieron su cadáver en una bolsa precintada y lo trasladaron directamente al cementerio de San José de la capital. «En el último momento, solo pudo estar con él mi hermana. El resto de los familiares esperamos el desenlace fuera de la clínica. Ni siquiera podíamos pasar dentro. Me hubiera gustado darle un beso, pero no pude», rememora Belén las penosas trincheras que obligó a cavar la pandemia por doquier. El mundo estaba amurallado.

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Corría el mes de noviembre de 2020 y las vacunas empezaron a administrarse en diciembre. Así que el coronavirus campaba a sus anchas. YGranada estaba en el ojo del huracán. Se ahogaba en la llamada segunda ola. No se llegó al confinamiento, pero fue la única provincia de Andalucía en la que cerraron totalmente todos los establecimientos considerados no esenciales.

La habitualmente bulliciosa ciudad de la Alhambra estaba de nuevo en estado de sitio. Las calles eran un páramo oscuro, un desierto frío. Por contra, las costuras de los hospitales iban a reventar. El número de contagios diarios rondaba los dos mil. Un disparate. La posibilidad de medicalizar hoteles estaba a la vuelta de la esquina.

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El avance del coronavirus en Granada era explosivo: los récords de infectados quedan obsoletos en pocas horas. La transmisión del coronavirus parecía no tener techo.

Sabino, profesor jubilado, apenas se enteraba ya de lo que sucedía fuera de su casa. Un tumor cerebral extremadamente agresivo había ido minando su salud de forma inexorable.

Llegó a someterse a una complicada intervención quirúrgica que logró alargar su vida, pero el cáncer rebrotó y la medicina no tenía nada más que ofrecer. «Siempre fue un enfermo especial. Hacía todo lo que le aconsejaban los oncólogos. No ponía pegas nunca. Apenas se quejaba. Pero fue muy duro. Elo, mi hermana, no se separaba de él. Ella fue una cuidadora especial», recuerda Belén.

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Pero llegó el día en que Sabino casi no podía levantarse de la cama. Fue entonces cuando el coronavirus saltó por encima de sus debilitadas defensas y lo dejo sin aire.

Ingresó en el hospital en un estado semicomatoso del que nunca se recuperaría. Lo último que escuchó fue una nana que le cantaba su mujer. «Dicen que hay que tener suerte para vivir, pero también hay que tenerla para morir. Creo que Sabino la tuvo», concluye Belén.

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