Walaa Zaiter, profesional del sector humanitario refugiada en Granada, posa sonriente bajo la Puerta de Elvira. BLANCA RODRÍGUEZ
Un viaje de dos años

De la guerra de Gaza a un nuevo comienzo en Granada

Walaa Zaiter perdió su casa, su trabajo y muchos, muchos familiares y amigos. Madre soltera, huyó de las bombas con sus cuatro hijos y ahora vive en el Zaidín. «Estamos aquí, pero estamos allí»

Domingo, 21 de septiembre 2025, 00:37

Walaa se acostó con sus cuatro hijos y su madre en el suelo, en el rincón más seguro de la casa. «Sabía cuál era porque ... soy arquitecta, yo la diseñé». A las 4.40 de la madrugada del 7 de octubre de 2023, todo se elevó como si una fuerza invisible cambiara las normas de la gravedad: las sillas del comedor, las tazas del desayuno, los juguetes del estante, los libros… «En Gaza, que hemos sido testigos de tantas guerras –2008, 2012, 2014, 2022–, sabemos que si escuchas una bomba caer es porque estás a salvo. Esa noche no oímos nada». El fuego entró y salió por puertas y ventanas como el soplido del lobo. Cuando recuperaron el aliento, Walaa empezó a tocar a sus hijos uno a uno, para ver si respiraban. «Si el ataque aéreo de Israel sucede por el día, todos habríamos muerto».

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La camarera deja un café con leche encima de la mesa y Walaa, agradecida, le da un sorbo. Será el último. Antes de retomar el relato, mira por una ventana que da a la calle Elvira y reconoce a una amiga que entra y la saluda con un abrazo. «Nos ha ayudado tanto desde que llegamos a Granada», suspira cuando se marcha. Luego mira el café y lo remueve con una cucharilla, provocando un pequeño remolino en el tiempo. «Perdí familiares y amigos. Aquella madrugada. Muchos. Querían matarnos a todos. Lo supimos desde el principio, supimos que esa guerra sería diferente a las otras... Era la primera vez que sentimos que si nos quedábamos íbamos a morir».

Detalles de la casa de Walaa, antes del bombardeo. W. Z.

«Aquella madrugada fue la primera vez que sentimos que si nos quedábamos íbamos a morir»

Aunque se tenía en pie, los daños en la casa fueron enormes. Walaa decidió que tenían que huir de Gaza, encontrar un lugar donde sus hijos estuvieran a salvo. «La gente piensa que allí vivíamos en chozas o tiendas de campaña. No. Mi casa era preciosa, un dúplex con jardín y azotea, con todos los electrodomésticos normales –guarda un segundo de silencio y resopla con sorna–. Compré un terreno junto al mar, justo antes de la guerra. Era una inversión. 80.000 dólares. Se esfumó. Lo perdí todo... ¿Sabes cuántas cosas importantes caben en una mochila?».

La primera vez

En marzo de 2023, Walaa Zaiter, 39 años, madre soltera, viajó por Europa durante las vacaciones. Entre las ciudades que visitó, la que más le gustó fue Granada. «Me enamoró». Hasta que las bombas cayeron en su casa, Walaa era la directora de operaciones de Acción contra el Hambre en Gaza. De hecho, poco después de aquel viaje volvió a España por trabajo, a un encuentro que organizaba la ONG en Madrid. «Me concedieron el visado de entradas múltiples para venir». Tras licenciarse en Arquitectura, le ofrecieron trabajar en el sector humanitario, donde lleva 14 años: la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), el Consejo Noruego para los Refugiados, Islamic Relief Francia y, finalmente, Acción contra el Hambre. «He trabajado mucho como responsable en respuesta de emergencias. Sabía lo que debía hacer. Debíamos huir».

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Walaa, sus hijos y su madre dejaron un barrio completamente derruido y viajaron hasta Rafah, ciudad Palestina ubicada en la frontera con Egipto. Pasaron dos meses allí. «Sabía que irme de Gaza era perder mi trabajo. Irónicamente, la ONG no podía mantener los puestos de los empleados palestinos que nos fuimos... Pero era la vida de mis hijos o mi trabajo».

Vistas del barrio de Gaza donde vivía Walaa con su familia tras el bombardeo; y lo que queda hoy de su casa. W. Z.

El plan era cruzar a Egipto, instalarse allí y montar una empresa. Pero antes debía encontrar una forma de cruzar la frontera. «Había diferentes maneras, casi todas consistían en sobornar. Me pidieron 9.000 dólares para que mi nombre, el de mis hijos y el de mi madre apareciera en la lista del paso fronterizo. Lo conseguí». Sin embargo, antes de poner los pies en Egipto, la madre de Walaa decidió quedarse en Palestina. «Fue una noche difícil. Volvió con mi padre, mi hermano y su familia». Llora.

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Egipto

El 28 de enero de 2024 llegaron a Egipto. «Fue un infierno». Los niños no tenían derecho a ir al colegio, no los reconocieron como refugiados y Walaa no podía abrir su propio negocio a no ser que se asociara con un egipcio que se quedara con el 51% de las ganancias. «Además, estábamos bajo vigilancia de los servicios de inteligencia. Cualquier movimiento, lo que dijéramos, éramos literalmente objetivos. Todo era una locura». En abril, justo antes de que se cerraran los pasos fronterizos para siempre, su padre, un hombre de 72 años con problemas cardíacos, se mudó con ellos. Por aquel entonces, su casa de Gaza ya había sido destruida por completo.

En junio, desesperada, Walaa recordó que todavía tenía el visado en su pasaporte. «Le dije a mi padre que me iba a España, que conocía el país, que tenía amigos, una red de contactos. Que iría a buscarnos algo mejor. Mi padre me dijo 'hazlo'. Y él se quedó con los niños». Llora.

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El 4 de julio de 2024, Walaa puso rumbo a Madrid. Sola. Era la única de la familia con papeles. «Solicité asilo en el aeropuerto de Barajas. Fue el segundo momento más difícil de mi vida». La gazatí pasó dos días encerrada en el aeropuerto, a la espera de que le dieran luz verde. «No había ventilación ni luz natural. 40 horas sin teléfono... Vino Cruz Roja a ofrecerme ayuda, a darme de alta en el sistema. Les dije que no, que no podía. No quería ser beneficiara de Cruz Roja, no lo necesitaba. Quise mantener mi dignidad».

«En mis primeros días en Madrid, tenía miedo de que me mataran en cualquier momento»

En Madrid se encontró con un enjambre de colegas que le tendieron la mano. «En mis primeros días allí, tenía miedo de que me mataran en cualquier momento. Por las noches, llamaba a mis amigos y me ayudaban». Le prestaron una habitación y se puso a buscar trabajo. Gracias a su experiencia, tardó poco en encontrar su nuevo destino: Amna Refugee Healing Network, una ONG especializada en cuidar la salud mental de refugiados y víctimas de la guerra. «La ONG está en Londres, pero podía teletrabajar. Conseguí un contrato legal, así que ya podía buscar un hogar para traer a mi familia... Pero, ¿sabes lo difícil que es alquilar un piso en Madrid?».

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Walaa Zaiter, en Granada. BLANCA RODRÍGUEZ

Un amigo, Giovanni –el novio de la mujer que antes le dio un abrazo, en la cafetería de calle Elvira–, le dijo que si trabajaba online, no tenía ninguna necesidad de vivir en Madrid, podría elegir cualquier otra ciudad de España. «Y entonces lo vi. Granada. Granada fue lo mejor de aquel viaje. Decidí volver».

Encontró piso en el Zaidín, su nuevo barrio. Se mudó. Puso plantas en el balcón, como en Gaza. Y esperó varios meses a que se formalizaran los visados para su padre y sus hijos. Una vez conseguido, tuvo que volver a Egipto otro trimestre, hasta que consiguieron cerrar allí sus papeles. Había pasado mucho tiempo, casi dos años desde la bomba que alteró las leyes de la gravedad. En abril de 2025, al fin, la familia se reunió en Granada.

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«Mis hijos, cuando pasean por Granada, ven banderas palestinas por todas partes y sienten por dentro el apoyo»

«Estamos aprendiendo el idioma –dice Walaa en español; y vuelve al inglés–. Los niños ya están en el colegio. Es un barrio realmente bonito. Y mis hijos, cuando pasean por Granada, ven banderas palestinas por todas partes y sienten por dentro el apoyo. Nos sentimos queridos».

Detalles del piso de Walaa y su familia, en el Zaidín. W. Z.

Una doble vida

Hace unos días, mientras tomaba unas cañas con un grupo de amigos, Walaa recibió un mensaje: «Tu primo ha muerto en un ataque aéreo junto con su hija». Su hija, Vida –«sí, se llamaba Vida»–, era la canguro de sus cuatro hijos. Los mataron cuando iban a buscar agua. A ellos y al grupo de niños que les seguía detrás. «Me puse a llorar. Y luego seguí bebiendo. Como si fuera humana e inhumana al mismo tiempo... Estamos viviendo dos mundos diferentes. Estamos aquí, pero estamos allí».

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Cuando va al supermercado, Walaa se siente abrumada mirando la nevera de los quesos. «Hay tanto de todo... Solo pienso en lo que necesitamos para sobrevivir. Y como menos para sentirme más cerca de Gaza. Estoy agradecida, pero a veces, cuando me lo pregunto, siento que quizá debería haberme quedado con mi madre, me siento culpable». Al ver la manifestación en Madrid que paró la Vuelta Ciclista a España, o la decisión de no participar en Eurovisión si lo hace Israel, Walaa se siente orgullosa. «Lo que está pasando en Palestina, en Gaza, o en Sudán, o en otros países, debería hacer que todo el mundo se sintiera culpable. Porque de una forma u otra contribuimos a...».

«Disculpa», interrumpe un hombre, Chuck, desde la mesa de al lado, en la cafetería. «No he podido evitarlo –sigue el yanki–, llevo un rato escuchándote y tengo el corazón en un puño. Como estadounidense, tengo que decirte que hay muchos compatriotas que lamentamos profundamente este genocidio, que no nos gusta lo que está haciendo el gobierno». Walaa se lleva una mano al pecho y le agradece sus palabras.

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Walaa muestra su colgante de Palestina. BLANCA RODRÍGUEZ

Walaa intenta beber café, pero está tan frío que lo deja sobre el plato, provocando unas ondas concéntricas. «Todavía estoy asimilando que voy a empezar de nuevo mi vida. Todavía estoy asimilando que podría perder a mi familia en un abrir y cerrar de ojos. Todavía estoy asimilando que tengo hijos a los que tengo que cuidar lejos de lo que era nuestro hogar. Todavía pienso a todas horas en sacar a mi madre de Gaza... Aquí empiezo, en Granada». Y llora.

Fuera, en calle Elvira, la fotógrafa le toma un retrato junto al arco. Walaa sonríe. «No quiero dar pena. No cuento mi historia para dar pena. Quiero que se conozca. Quiero vivir».

«No vimos venir el genocidio»

Walaa Zaiter reflexiona sobre la situación de su país. «Como palestina, me siento culpable porque creo que hemos cometido errores. No hay duda de que los israelíes son los malos en esta guerra. Nadie puede discutir eso. Pero lo que yo sostengo es que podríamos haberlo hecho mejor, podríamos haber aprendido a estar unidos, porque no lo estábamos. No vimos venir el genocidio».

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«Me culpo a mí misma. Culpo a mi gobierno. Culpo a Hamás. Culpo a Abu Mazen, el actual presidente del gobierno. Culpo a todos y cada uno de los que tienen poder en el llamado Estado de Palestina, porque creo que podríamos haber hecho algo mejor. Al menos podríamos haber evitado que se desatara este demonio».

Para el futuro, Walaa aboga por el derecho a vivir, por el derecho a abandonar el país. «Veo que estamos tan apegados a la tierra como lo estamos a nuestra identidad. Y no me gusta esa asociación porque es la razón por la que nos están matando masivamente. Estamos perdiendo a nuestros cerebros brillantes en esta guerra... Podríamos hacer mucho más si preserváramos los cerebros y las vidas humanas en lugar de la tierra. Ese es nuestro tesoro. La tierra puede recuperarse. Las personas, no».

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«Podríamos hacer mucho más si preserváramos los cerebros y las vidas humanas en lugar de la tierra. Ese es nuestro tesoro: las personas»

Walaa habla de la Gaza que dejó, la que crecía antes de la guerra: restaurantes, coches, ocio... «Una vida plena». «Pensabas en tu plan de jubilación en la terraza y, de repente, es como si se abriera la tierra y lo succionara todo. Como mujer, tengo que empezar de nuevo sin ahorros, sin nada, excepto mi experiencia, conocimientos y habilidades, que me alegro de tener. Pero hay cientos de miles de mujeres de Gaza que no tienen opciones».

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