Granada vuelve al Día de la Marmota
A las seis de la tarde, la ciudad aplicó las últimas restricciones en un ambiente de extraña normalidad que vuelve a asfixiar a la hostelería: «Nuestra obsesión es intentar llegar vivos a la orilla, pero duele ver la cantidad de gente que se está quedando por el camino»
El reloj marca las seis y suena 'I Got You Babe' por la radio. El locutor dice que el servicio meteorológico nacional advierte de ... una gran ola de frío y se pregunta si Phil, esto, Filomena verá hoy su sombra augurando seis semanas más de temporal. «¡Es como el Día de la Marmota!», exclama Laura, sentada en una cafetería de la Plaza del Campillo. Ella toma un batido de chocolate, Fátima un café con leche, Pilar un descafeinado y Mar una tila. Las cuatro brindan sus tazas mientras bares y pubs limpian sus mesas antes de bajar la persiana.
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Son las seis de la tarde del 11 de enero, pero podrían ser las seis de la mañana de aquel 2 de febrero en el que Bill Murray se despertaba una y otra vez ('Atrapado en el tiempo', Harold Ramis, 1993). Los hosteleros de Granada viven en un Día de la Marmota que, por mucho que lo entiendan, les está asfixiando las entrañas. Ignacio Bustos, gerente del pub Amsterdam, en Pedro Antonio, está agotado de sufrir las restricciones «una y otra vez». «Más que influirnos a nosotros, está haciendo que los clientes pierdan el habito de quedar para tomar un café -explica-. ¡Es un lío! La gente nos pregunta aquí por las medidas y casi que nosotros tenemos que explicar lo que es el Boja». Ignacio obtuvo la licencia de cafetería para poder vender comida en una de las anteriores fases, por lo que hoy podrán cerrar a las ocho. «Pero sin vender alcohol, claro. Es absurdo -dice mientras sostiene dos tercios en la barra, uno con y otro sin alcohol-. Lo que tenía que controlarse es el aforo, es la base de todas las medidas. Si se respeta el 30%, no veo problema en tomarse una cerveza con alcohol o una sin alcohol... A ver, te puedes tomar un café irlandés porque flambeamos el whisky, pero un carajillo con Baileys no, ojo. Es un poco absurdo».
En otro pub de Pedro Antonio, dos chicas salen del local y se encienden unos pitillos. «¿Nos sentamos?», propone una a la otra. Ambas fuman y charlan de sus cosas, tranquilamente. Sin mascarillas. Más allá, en el pub Babel, Lucía lamenta la situación: «Estamos abiertos desde febrero, que se traspasó el negocio, y desde entonces estamos apurados y no vemos solución». Babel también cerrará a las ocho porque tiene la licencia de cafetería. «No sabemos si vamos a poder tirar, pero no hay que decaer -añade-. La gente sigue saliendo y lo de tomarse el café y la copilla no se perdona», apunta.
«La gente sigue saliendo y lo de tomarse el café y la copilla no se perdona»
En una de las terrazas de Plaza Trinidad, quince minutos antes de las 18.00 horas, las mesas están ocupadas por gente tomando cafés y otras bebidas calientes. «No, nosotros cerramos a las seis porque somos café-bar y nos obligan. No tenemos licencia... Es una locura. Lo que no puede ser es que paguemos igual o más impuestos y que no nos dejen trabajar», lamenta Álex, del Bar Goya. Pilar, del Pecorino, en Ganivet, carga con sillas y mesas al interior del local. Está cerrando con absoluta puntualidad. «Esto había que limpiarlo del tirón y no poco a poco, poco a poco, poco a poco... se avanza y se retrocede... Eso cansa mucho. Sí, es como la película esa -dice, refiriéndose a 'Atrapado en el tiempo'-, te levantas con ganas todos los días pero ya cansa. Ahora cierra, luego abre hasta las ocho, luego cierra a las seis, luego cierra del todo...»
«Sí, la sensación es la del Día de la Marmota -continúa-, pero cada golpe hace callos sobre el anterior: ni el ánimo es el mismo, ni el pulmón económico es el mismo»
Allí, en la zona de Ganivet, los hosteleros cierran sigilosamente a la hora establecida. Félix Cobos, del Backstage, asegura que «reina el desamparo». «Sí, la sensación es la del Día de la Marmota -continúa-, pero cada golpe hace callos sobre el anterior: ni el ánimo es el mismo, ni el pulmón económico es el mismo». Cobos se aferra a la vacuna, pero sabe que es algo que va a tardar. «Nuestra obsesión es intentar llegar vivos a la orilla, como para la mayoría de negocios, pero duele ver la cantidad de gente que se está quedando por el camino». El empresario, además, gestiona varios negocios en Madrid y no entiende la comparación: «Allí estoy trabajando sin problemas, hasta las doce de la noche, pagando los mismos impuestos que aquí. ¿Por qué en un sitio sí y en otro no? ¿Qué diferencia hay? ¿Cuál es el criterio sanitario, que es por el que nos tenemos que medir? La sensación es de que nos están tomando el pelo». Pasan las seis de la tarde y Cobos mira a su alrededor mientras golpea su reloj y resopla: «Así es imposible llegar vivo a la orilla. Yo hablo con mucha gente y percibo que se está acabando la paciencia, los buenos modales y la educación. Cuando el hambre llega a tu casa tú la tienes que defender como buenamente puedas y si tienes que arañar vas a arañar. Si me ayudas, cerramos todos y vamos hasta donde quieras, como en Alemania o en Europa. Pero si no me ayudas no puedes decirme que cierre mi negocio y que mande a diez veinte o sesenta familias al paro».
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Atardece en Granada. La alarma de las seis de la tarde ya pasó y los brindis, a partir de ahora, serán como los de Fátima, Laura, Pilar y Mar: con cafés, tés y batidos. El ambiente en las calles del centro, mientras tanto, es de una extraña normalidad. O, al menos, de esa normalidad a la que ya nos hemos acostumbrado. Hay gente paseando, las tiendas siguen encendidas y casi nadie piensa en que hoy empezaron nuevas restricciones en Granada. A las ocho cerrará todo. Y a las diez, en casa. Como cuando sonaba 'I Got You Babe' en la película, y el protagonista ya no prestaba atención a los cambios. «¿Sabes qué es hoy?», preguntaba Bill Murray, hastiado de levantarse una y otra vez en el mismo día. «Hoy es mañana», se respondía él mismo.
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