Gerberas rosas

Relatos de verano ·

MARÍA ISABEL GALLEGO FIESTAS

Jueves, 30 de julio 2020, 00:01

Luisa trabaja desde hace ocho años en la pequeña tienda de chucherías de un centro comercial. Cuando comenzó su actividad, los clientes la miraban con ... extrañeza: contaba ya cerca de sesenta años y los anteriores empleados habían sido chicos y chicas muy jóvenes. Y, en efecto, su edad había sido el mayor obstáculo para conseguir este trabajo. Tuvo que llamar a más de una puerta y recordar favores que ella había hecho en otro tiempo, para que le permitieran acceder al puesto. Era el mejor medio que había encontrado para ganarse la vida después de haberlo perdido todo. Poco a poco, se fue ganando el respeto y el cariño de sus clientes y ahora, los más pequeños la llaman con afecto 'abuelita Luisa'.

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Luisa conduce cada día su viejo y destartalado Mazda, último reducto de su anterior poder adquisitivo, y lo aparca en el parking del centro comercial –aprovecha el descuento de la tarjeta de empleado–.

Desde hace una semana, cuando recoge el vehículo para volver a su casa, encuentra todos los días una gerbera rosa sujeta al limpiaparabrisas delantero. El primer día pensó que se trataba de una equivocación –¿quién le regalaría una flor a ella?– Y ahora, después de siete flores, ya no sabe qué pensar. Este insólito hecho está removiendo el mundo emocional de Luisa y teme perder el equilibrio y la tranquilidad, conseguidos con tanto esfuerzo.

Cuando su hijo cayó en la adicción, al poco tiempo de enviudar ella, todo se derrumbó. Al principio, su mayor interés fue que su hijo no consiguiera dinero: instaló una caja fuerte y guardó joyas y cualquier otro objeto de valor que tuviera en su casa. Después vinieron las amenazas. Luisa no ha superado nunca que su hijo le pusiera un cuchillo en el cuello. Tampoco puede olvidar el día que, encerrada en el cuarto de baño, tuvo que pedir protección a la policía desde su móvil. Ella sabe que toda esa violencia fue producto de las drogas, y de la abstinencia, y de la desesperación, pero las escenas que quedaron grabadas a fuego en sus ojos, no entienden de explicaciones, sólo duelen, desgarran el alma y el corazón.

Poco después, el problema presentó una nueva cara: comenzaron las detenciones por robos y la cárcel.

Luisa era propietaria de cinco floristerías, una de ellas ubicada en el centro comercial donde ahora trabaja. Una a una las fue vendiendo todas para hacer frente a fianzas, abogados, procuradores y gastos de juicios. También se vio obligada a malvender su vivienda y a trasladarse a una pequeña habitación de alquiler.

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Cuando ya no tuvo medios con los que afrontar más gastos, su hijo tuvo que permanecer en la cárcel. Ella fue a visitarlo, pero el joven, después de vomitarle todos los insultos que conocía y otros que se inventó, le prohibió que volviera: no quería verla ni saber de ella nunca más.

Luisa cayó en una profunda depresión y llegó incluso a culparse por no haber estado a la altura de las circunstancias, por no haber sido capaz de ayudar a su hijo.

Al cabo de un tiempo, y con la ayuda de un terapeuta, fue aceptando la situación y tranquilizándose. El siguiente paso fue buscar alguna forma de paliar la difícil situación de su hijo. A través de los servicios sociales supo que se había puesto en marcha un programa de reinserción de presos recluidos por asuntos relacionados con adicciones. Consistía en cumplir la condena pendiente en un centro de desintoxicación en lugar de en la cárcel. Luisa consiguió que incluyeran a su hijo en ese programa.

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Dos años después, recibió una llamada del centro en el que estaba recluido el joven, comunicándole que se había fugado. Desde entonces, y han pasado ya cinco años, desconoce su paradero, incluso si vive o está muerto.

Luisa ha aprendido a vivir con esta pena y a seguir adelante, pero desde que comenzaron a aparecer las flores en su coche, siente un cosquilleo en el estómago, que no sabe si definirlo como intranquilidad, miedo o presagio de algo malo. Esta noche da vueltas en la cama, mira la oscuridad con los ojos abiertos y no consigue conciliar el sueño. En medio de esta vigilia, colmada de pensamientos y corazonadas, recuerda que años atrás, aconsejaba a sus clientes la flor adecuada para regalar en cada ocasión. Se levanta y busca el viejo libro que explica el significado de cada flor. Mira gerbera rosa y lee: «muchas gracias». En este momento decide que tiene que averiguar quién le obsequia cada día la flor.

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Los días siguientes, baja al parking en diversos momentos y observa desde lejos. La flor sigue apareciendo cada día en el parabrisas, pero no consigue ver quién la deposita. Hoy se ha detenido su tiempo como en un reloj averiado y casi le estalla el corazón. Lo ha visto acercarse al coche con la gerbera rosa en una mano: bien vestido, peinado, aseado y guapo, muy guapo. La garganta y el corazón de Luisa, han logrado emitir un sonido con dos palabras: «está vivo».

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