Las flores rosas que pinta Paco
Paco Conde, pintor ·
El mensaje vitalista de un lojeño de 83 años que, después de los tiempos oscuros, ahora plasma su creatividad en lienzos llenos de color y de vidaViernes, 11 de marzo 2022
Paco Conde tiene toda su casa forrada de cuadros. De sus cuadros. Un atardecer dorado sobre la marina, el tranvía circulando por las intrincadas calles ... de Lisboa, la Alhambra con Sierra Nevada al fondo... «Aquí tendré colgados unos veinte, pero yo creo que habré hecho más de sesenta», estima Paco, cuyos ochenta y tres años de biografía han estado relacionados con la pintura. Primero, durante cuarenta, con la brocha gorda en la mano.
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Y los últimos veinte, desde que se jubiló, con los pinceles delante de un lienzo. Bueno, los últimos veinte no. Más bien los últimos dieciocho porque la pandemia, de la que parece que estamos escapando poco a poco, ha limitado tanto la vida de Paco y de la inmensa mayoría de mayores que, como mucho, han salido a pasear con mascarilla y en soledad. Nada de dominó, nada de cafés, nada de socializar y tampoco nada de acudir al 'hogar', como llama Paco al Centro de Participación Activa 'San José', de Loja, donde está el Aula de Dibujo y donde depura su técnica pincelada a pincelada.
Las rutinas de Paco han dado un giro de ciento ochenta grados en las últimas semanas, conforme la presión del bicho se ha ido reduciendo. Por la mañana lleva a sus nietecillos Alejandro e Isabel al cole, que está cerca de su casa. Y desde ahí, caminito al 'hogar', unos ochocientos metros de paseo que son un 'pispás' para un señor que en sus años mozos fue todo un deportista. «Jugué en el Loja como interior izquierdo, aunque yo no soy zurdo», aclara. «Le pegaba con las dos piernas», recuerda orgulloso.
Porque los recuerdos forman parte de su vida. Los recuerdos de Ana, su Ana, que se fue hace dos años después de que su inmenso corazón dejara de latir, o los recuerdos con sus ocho hermanos. Uno de ellos, Manolo, fue el que construyó 'años ha' los setenta escalones de la Cuesta de los Escaloncillos, la que comunica la Avenida de los Ángeles con el Barrio Alto de Loja, que Paco sube todos los días con los bríos de una gacela para arribar hasta el 'hogar', donde ahora sí Paco y compañía pueden echarse la partida, reír y sobre todo pintar. «Que bastantes malos ratos hemos pasado en los últimos dos años».
Paco llega al CPA San José sobre las diez. Gel desinfectante en la recepción, registro de asistencia y tapabocas obligatorio. Los protocolos son los protocolos, y hay que seguir cumpliéndolos hasta que el mundo termine de enderezarse. El Centro cuenta con unos dos mil usuarios, aunque solo doscientos son asiduos. «La cafetería ha ido recuperando poco a poco el bullicio perdido», dice Julia, la directora, mientras que Paco, el periodista y el fotógrafo apuran un café calentito, que fuera el termómetro apenas marca dos grados.
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En una de las mesas, la que hay junto al escenario -que aún conserva los motivos decorativos carnavalescos realizados por los propios abuelos en el Taller de Manualidades-, se forma la primera timba. Todo en orden, aunque Paco prefiere bajarse al Aula de Pintura para continuar con el precioso óleo que le ha llevado, por ahora, tres días de faena. Una preciosa estampa de un ramo de flores rosas y hojas verdes. Un bodegón lleno de color y lleno de vida. Porque, como espeta el propio Paco mirando a la cámara: «Por fin puedo volver a pintar al 'hogar', por fin puedo vivir de nuevo».
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