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La fiesta se traslada a los pubs
El primer viernes tras la expiración del estado de alarma despeja los lugares habituales de botellón y lleva el ambiente a las zonas clásicas del centro
Chema Ruiz España
GRANADA
Sábado, 15 de mayo 2021, 00:39
«Me voy», avisó una joven a su grupo de amigas en la Calle Pedro Antonio de Alarcón. «¿Ya te vas con tus padres?», respondieron ... estas, entre apenadas y sorprendidas. No entendían la decisión; apenas pasaban las 23.00 horas y, por primera vez en mucho tiempo, la noche del viernes aún era joven en Granada. El primer fin de semana sin estado de alarma reactivó la vida nocturna de los pubs céntricos, ya sin la limitación del toque de queda y, desde hace un par de días, con la posibilidad de adentrarse en la madrugada. Con las grandes discotecas aún cerradas, a la espera de que el nivel de alerta sanitaria les permita desarrollar su actividad con cierta normalidad, los granadinos, jóvenes en su mayoría, volvieron a llenar las terrazas y los locales habituales en las jornadas festivas de la ciudad.
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El bullicio de la tarde en el centro de la capital se fue disgregando, en bares y restaurantes, primero, y lugares de copeo, más adelante. Estos últimos acabaron robando el protagonismo. La Calle Moras destronó a su paralela, Ángel Ganivet, a base de ritmos latinos que escapaban del interior de los pubs, si bien el epicentro de la actividad nocturna se registró en Pedro Antonio de Alarcón.
La gente se aglutinó en las zonas exteriores de sus bares de copas y se mezcló a las puertas de sus pubs. Una camarera recogía los restos de una copa rota en una terraza, con las mesas más que completamente ocupadas, mientras varios jóvenes se encontraban. Junto a la entrada, un nutrido grupo de personas fumaba algo más que tabaco cuando el tubo de escape de una moto de cross rugió acallando el alboroto de ambos lados de la calzada. «¡Una foto!» exclama un hombre, más mayor, desde una mesa. Más adelante, los encargados de relaciones públicas se mueven a la caza de clientes: «Chicas, ¿vais a tomar algo por aquí?».
Un par de minutos después de las once de la noche, otrora momento de fin de fiesta obligatorio, un chico, de apariencia poco mayor de los 18 años, sucumbe al ritmo adquirido durante la noche y vomita frente a una tienda de colchones, mientras sus acompañantes le rodean y apartan del tumulto. «¿Y si vamos al 'Seventeen'?», plantean otros jóvenes a unos metros de distancia. Un par de muchachos se detienen frente a un pub de fachada naranja, preguntándose si hay que pagar entrada para poder acceder. «Se puede entrar. Vamos, chicos, antes de que me lo piense, venga, venga», invita el encargado de controlar el aforo, resolutorio. En otra esquina, cuatro jóvenes se tambalean junto a una terraza cuando una chica sale de un portal para unirse, bailando, a sus amigos, que la esperaban sentados en la acera de enfrente.
La puerta abierta de otro local, ya al final de la calle, permite comprobar que el fútbol, puesto en una gran televisión en el interior, llama poco la atención en un viernes noche de desescalada pandémica. De allí salen tres chicas, animadas y atraídas por la nicotina. «Vamos a hacernos un piti, ¿no?», lidera una de ellas la iniciativa. En el pub contiguo, en su zona externa, una mesa y una silla bastan a un joven para marcar un ritmo que compitiera con el que emana de dentro. En un callejón, una chica llora en el hombro de su amiga, que trata de consolarla. Un grupúsculo, entonces, se detiene y decide su próximo destino. «¡A nuestro garito de confianza!», exclaman, a la par que un turista extranjero solicita indicaciones a unos muchachos que se alejaban del bullicio. «Listen me, bro. You, p'allá», señalan. Otros, de retirada, ya piensan en el futuro: «¿A dónde vamos mañana?».
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Menos botellones
El escenario fue bien distinto en las zonas habituales de botellón. El Camino del Avellano, lugar de moda, en especial entre adolescentes, quedó vacío en el primer viernes tras la expiración del estado de alarma. Algunas voces entre la maleza del cerro indicaban la presencia de gente que prefiere huir de bares y pubs; al final del sendero, un par de grupos, de 16 personas en total y distanciados, vacían unas litronas. En el mirador de San Miguel Alto sí se reunieron alrededor de un centenar de personas, si bien en su mayoría se limitaban a apreciar la panorámica que ofrece la ubicación. «Hemos venido a ver las vistas, dando una vuelta», aclaran tres chicos. «Es que, si no venimos a turistear, ¿qué coño hacemos?», plantea, en un escalón inferior, una voz a sus compañeros de paseo. En el mirador de La Churra, al caer la noche, seis jóvenes ríen en un rincón y comparten litros de cerveza.
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