Alfredo Aguilar

Un techo donde pasar la cuarentena

Primer día en el pabellón Paquillo Fernández, donde el Ayuntamiento ha habilitado un albergue de campaña con capacidad para 75 personas

Miércoles, 18 de marzo 2020, 01:35

Suena Raphael por un transistor. Y también una tos profunda, procedente de un rincón recóndito de José, a quien llaman la atención: «¡Ponte el ... codo!». La puerta del polideportivo está abierta de par en par. Están él y otros tres hombres tomando aire. Miran a ratos el ir y venir de los camiones y las furgonetas. También de las patrullas policiales. Ahora hay un vehículo del Banco de Alimentos. Trae cinco palés de nectarinas, naranjas, manzanas y plátanos de Canarias. «Están deliciosos», subraya Indalecio García, el presidente de una entidad que también ha traído botellas de agua.

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En paralelo hay gente de Calor y Café. Dos personas van bajando bobinas de papel de celulosa. El coordinador del centro recién habilitado, Alberto Fernández, de la Fundación Atenea, explica que son para las duchas. Quieren asegurarse de que nadie se contagie a través de las toallas. Toda precaución es escasa para el albergue de emergencia en el que se ha convertido el polideportivo Paquillo Fernández, que desde la noche del pasado lunes viene siendo el refugio cívico y moral que la ciudad de Granada ha dispensado a las personas sin hogar. Gente desesperada como Juan Antonio. «¿Tú sabes cuándo se acabará esto», pregunta este sevillano de 47 años.

En la puerta del pabellón da la bienvenida a «otro».

-«¿Eres nuevo?», le suelta a bocajarro.

-«Sí», responde un señor con canas y bien peinado.

Mientras Juan Antonio le explica que tiene que ir al final de la pista deportiva, donde hay una mesa para hacer las fichas de los usuarios recién llegados, a IDEAL le cuenta que vive en Chiclana. Y que la pandemia le pilló en Sevilla buscando trabajo para la campaña de Semana Santa. Es camarero, «16 años de experiencia», y se ha tenido que venir a Granada. «Me sorprendió todo allí y, claro, con todos los bares cerrados no puedo trabajar. Me fui a la estación, vi que había un viaje a Granada y aquí estoy», relata. Sus huesos han dado a parar al polideportivo después de llevar tres días durmiendo en la terminal de autobuses. Allí le vio un vigilante y le contó lo del albergue de campaña en el Paquillo Fernández. Este sevillano fue una de las personas que pasaron la noche del lunes en este recurso municipal. «Hacía un poco de frío, pero muy bien», resume. El coordinador del centro explica que en la primera noche se dio servicio a una treintena de personas. Pero que poco a poco podrán ir llenando las instalaciones de vida conforme pasen los días.

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Galería. Un pabellón en Granada para los sintecho ALFREDO AGUILAR

El pabellón Paquillo Fernández está preparado para poder acoger a 75 personas. Hay camas y mantas ofrecidas por Cruz Roja y también butacones de la Fundación Atenea. «La idea es que estos puestos se vayan adjudicando a las personas que vienen. Estamos haciendo que interioricen que deben de pasar también ellos la cuarentena y lo tienen que hacer aquí», explica Alberto Fernández, que reconoce a IDEAL estar encantado con las instalaciones municipales: «Son una auténtica maravilla».

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El Paquillo Fernández

Una muleta en una silla. Media vuelta en el camastro. Zapatillas alineadas con las marcas de lo que en tiempos corrientes era un campo deportes. Cajas de Casa Isla con indicaciones marcadas con rotulador:'tartas', 'pastelitos'. Se mira y se duerme mucho en el pabellón Paquillo Fernández. Hay tres hornillas con butano donadas por un grupo scout, tres frigoríficos y otros tres microondas. Los catres lo ocupan prácticamente todo; un lugar que tienen que compartir con mesas y sillas. Es el comedor. En el polideportivo se come y cena por tandas. Hay que tomar distancia: solo 20 comensales por cada turno. Desayuno, comida caliente y cena que podrán hacer cada día 60 personas.

De los vestuarios sale un señor sin camiseta. Se estaba afeitando pero alguien le ha llamado. Habla árabe por un móvil en el que se ve otra persona en la pantalla. Muestra con la cámara las instalaciones. Mueve el teléfono muy despacito de un ángulo al otro. Filma a usuarios que están quietos y sin hablar en la pared de enfrente. Los hombres son mayoría: la proporción es 80/20, cuenta el coordinador.

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Están callados y a cierta distancia. Nadie habla, algunos duermen. Y todos están aparentemente sanos. Se les toma la temperatura cuando llegan, y si alguno resulta tener fiebre, como ocurrió anoche, «se le aisla del resto y se llama a los sanitarios para que le hagan las pruebas», va explicando Alberto mientras despacha con educadoras, miembros de entidades colaboradoras o incluso la Policía.

Hay mucho que hacer. Él es quien coordina al equipo humano que está formado por una decena de personas. Ellos serán durante estas duras semanas la vanguardia de un servicio lleno de humanidad consagrado para los que no tienen nada.

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