La educación en la cárcel de Albolote: aprender a leer, aprobar la ESO o sacarse una carrera
Uno de cada cuatro internos estudia algún tipo de formación y el 2% aprueba la Educación Secundaria; las mujeres, en proporción, se matriculan más que los hombres
Si hay algo con lo que cuentan los internos en prisión es con tiempo libre. Para pensar en lo que hicieron, para reflexionar sobre cómo ... reconducir su vida, para acordarse de una familia a la que han dejado en casa, sufriendo por sus acciones. Los que trabajan en la cárcel de Albolote suelen repetirlo: aprovechar la estancia allí supone construir un puente hacia una nueva vida. En este sentido, la educación juega un papel esencial. En el centro penitenciario pueden desde aprender a leer y escribir hasta sacarse una carrera universitaria, pasando por hacer cursos de inglés o informática. Uno de cada cuatro presos realizan algún tipo de formación, según explican desde la cárcel de Albolote. Las mujeres, en proporción, estudian más que los hombres.
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Según datos consultados por este periódico, en la actualidad hay 1.246 internos, de los cuales el 92% son hombres. El 39% de los varones se ha matriculado en formación básica, Secundaria, Bachillerato o en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), cifra que asciende al 54% en el caso de las mujeres. Lo que más suelen estudiar es Secundaria, seguido de la formación básica para los que no saben leer y/o escribir, o para aquellos que cuentan con formación equivalente a cuatro o quinto de Primaria. Este curso, aproximadamente un 2% de los internos se ha sacado la ESO para adultos. «Si aprueban algún ámbito se les guarda la nota y se vuelven a examinar solo de lo que les queda. Hay mucho cambio de alumnado, de los que empiezan el curso no llega al final ni el 20%», explica Manuel Casares, el maestro más veterano de Albolote.
Además de la formación básica, en el centro penitenciario se ofrece español para extranjeros, inglés (básico y nivel B1) o informática. «Tenemos también capacitación digital, con unos cursos que suponen un reto, ya que tenemos que enseñar a navegar por la red pero no pueden tener internet. Hacemos encaje de bolillos para mostrarles cómo usar herramientas digitales», apostilla.
Por otro lado, no existe la posibilidad de asistir a clases presenciales de Bachillerato, pero sí reciben el apoyo del profesorado para prepararse los exámenes por libre. En cuanto a la UNED, un total de once alumnos estudia alguna carrera universitaria, lo que supone cerca de un 1% del total. Las más solicitadas son Historia del Arte, Psicología, Trabajo Social, Derecho, Administración y Dirección de Empresas (ADE) o Matemáticas, entre otras. Existe igualmente la posibilidad de hacer el examen de acceso a la universidad para mayores de 25 y 45 años.
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Las aulas, un tesoro
La educación en prisión, a ojos de Manuel Casares, ha evolucionado a mejor en la última década. «Cuando yo empecé en Huelva hace 26 años, las clases se daban en los módulos. Esto que tenemos ahora es un tesoro», cuenta mientras observa el aula. A simple vista es igual que la de cualquier colegio o instituto, con mapas e ilustraciones colgados y trabajos de alumnos sobre cualquier efeméride expuestos. Recuerda sus comienzos como «tiempos difíciles en los que había cerca de 1.800 presos»; ahora raramente se superan los 1.300 en Albolote, por ejemplo. Además, han ido «adaptándose a la realidad» y ampliando la oferta formativa.
Por otro lado, el profesional percibe que, en general, el nivel educativo es inferior ahora al de hace dos décadas. «Los que se han quedado en tercero de la ESO ahora no tienen nada que ver con los de antes, tenían un nivel inicial bastante superior», detalla Manuel, uno de los maestros más veteranos de Andalucía.
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«Su objetivo es socializar y el nuestro es engancharlos a las clases»
Manuel Casares, docente en Albolote, admite que el 70% de los internos no acuden a clase con una finalidad educativa, sino para socializar. Les gusta salir del módulo, relacionarse con otros y, en definitiva, buscar un entretenimiento. Ahí entra el juego el trabajo del profesorado, que se esfuerza cada día para «engancharlos». «Algunos no están acostumbrados a sentarse en un aula y estar una o dos horas concentrados, les parece muchísimo, así que nos toca motivarlos», manifiesta. El comportamiento de los alumnos, dice, suele ser bueno.
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