Relatos de verano

El despertar de una noche de verano

Manuel Fermín Malagón Ortega

Martes, 27 de agosto 2024, 10:58

Es muy corto el tiempo que transcurre entre que decido dormir y me duermo.

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No lo es el que pasa desde que me acuesto hasta ... que pierdo el sentido.

La brevedad es buena, porque durante el tiempo que va de la vigilia a la inconsciencia, imagino mi muerte, la planifico, defino los detalles, a veces por causas naturales; otras, fruto de algún accidente; en ocasiones como consecuencia de un comportamiento audaz y heroico que salva otras vidas, y algunas, de forma prosaica y autoinfligida.

Por la falta de tiempo, nunca concluyo. No conozco el final.

Todas las opciones me producen desazón en este pequeño período, porque estos pensamientos solo acuden cuando decido dormir, no cuando, aun estando en la cama, hago otras cosas.

Leo, hablo o juego con quien comparta lecho conmigo en ese momento; acompañante que ha de ser, como único requisito irrenunciable, mayor de edad; preferiblemente con más o menos los mismos años que a mí me adornan.

Porque, no lo he dicho, pero soy un adulto, casi por dos veces, tengo 35 años y mi nombre es Lucas Almagro Jiménez.

Los apellidos ni me aportan ni se quitan, más allá de constatar mi pertenencia a un determinado linaje, podrían ser Malagón Ortega o Daimiel Guerrero; sin embargo, el nombre y la edad sí que tienen su influencia, ya que predispone a mi favor a la gente más joven, al asociarme con el personaje de Hugo Silva en la serie 'Los hombres de Paco', con el que, por otro lado, guardo cierto parecido, e invita a la sorna a la gente que me aventaja en edad, que al despedirse utiliza la fórmula de «Hasta luego, Lucas» con el soniquete y los saltitos que popularizó, junto a la propia expresión, 'Chiquito de la Calzada'.

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Da igual la hora a la que haya decidido dormirme, de un tiempo a esta parte me despierto a las cinco, pasando, sin solución de continuidad, del sueño profundo a la consciencia más absoluta.

Las primeras veces luchaba por recuperar el sueño, pero ya he desistido. En el duermevela, organizo mi día; me levanto y leo; me levanto e imagino el mundo desperezándose a mi alrededor...

Ha empezado a hacer buen tiempo, vivo junto a la playa, he tomado una decisión, voy a ver cómo empieza el día desde dentro.

Son las cinco, me levanto, pantalón corto, camiseta y cortavientos, a esta hora todavía hace fresco, y unas zapatillas de deporte.

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Salgo a andar por la línea de playa, unos kilómetros hacia poniente, para deshacerlos después hacia levante. Volver a casa, ducharme y empezar el día con alegría, con energía, con empatía; de forma sostenible, ergonómica y transversal. La primera parte del deseo, el «con qué», la aprendí de pequeño a través de una presentadora de televisión que nos recomendaba iniciar el día así, Leticia creo que se llamaba. La segunda, el «cómo», es consecuencia del tiempo que vivimos.

A la vuelta, en el trayecto hacia levante, llama la atención el cuerpo extraño que está en ese punto al que el mar llega, pero no se queda.

Cuando te acercas, adviertes que el cuerpo no es extraño, lo inusual es que esté ahí, y en esas condiciones.

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Tumbada en esa línea, en la que unas veces el agua moja los pies para, de forma inmediata, llegar hasta más allá de la cintura y volver a volverse, hay una persona inerte con los ojos cerrados.

El agua la golpea de forma inmisericorde, repetitiva e hipnótica. No la mece, no la acaricia, la golpea. Parece muerta, es posible que el vaivén del agua ya no le añada sufrimiento alguno, aunque sí esté contribuyendo a incrementar su deterioro.

Alrededor se empieza a arremolinar la variopinta prole que a estas horas pasea y corre, mientras piensa, divaga o mantiene su mente en blanco y actitud zen.

–¡No me jodas!, ¡Un muerto!

–Tranquilos, no sabemos si está muerto.

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–O muerta.

–Es un varón.

–Físicamente, eso parece, pero hoy en día, si no está fiambre, al despertar nos podría denunciar por no haber respetado su elección de género y haber actuado como homófobos y homófobas. De hecho, aunque haya perdido la vida, su familia nos podría denunciar por no haber respetado su postrer deseo. Por cierto, yo me siento varón, ¿usted se siente?

–Señora.

–No se puede sentir señora, no existe esa opción.

–Pues yo me siento señora de toda la vida, aunque sea una anacoreta.

–Querrá decir un anacronismo.

–¿Me va a corregir todo lo que diga?

Hasta a mí se me podría acabar la paciencia, si es que ello fuese posible, pero ha intervenido un tercer individuo que, presentándose como miembro de las fuerzas de seguridad, se ha ofrecido a realizar el primer reconocimiento 'CSI'.

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–¿Y a qué cuerpo dice que pertenece?

–Soy portero titulado, trabajo en la discoteca «Mucho, Más, Mejor».

–Nos quedamos «mucho» «más» tranquilos, pero «mejor» intentamos comprobar si sigue viviendo y, en caso positivo, le practicamos unas maniobras de reanimación. ¿Alguien está capacitado?

Ha levantado la mano el portero. Pero también la ha levantado, menos mal, lo que parece una chica.

A la vista del currículo del portero, se han interesado por su capacidad.

–Soy matrona en el ambulatorio

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Han respirado con alivio

La matrona ha comprobado que el cadáver lo era.

No presenta cortes, ni ningún orificio por arma de fuego, ni grandes hematomas, ni signos de violencia; no parece el típico cuerpo arrastrado por la marea.

Mientras llega el forense, os adelantaré la causa del óbito.

Hace un tiempo dejó de fumar, para vivir más y mejor.

Ha salido a andar rápido, para mantenerse en forma, y vivir más y mejor.

Un caramelo sin azúcar (el azúcar también te acorta la vida y merma la calidad de la que te queda).

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Se ha atragantado.

Me he muerto.

Tanto imaginar mi muerte y fantasear con sus pormenores y me ha pillado desprevenido. He muerto sin épica ni glamur. Sin organización.

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