Alejandro Palomas.

"Quería que una mujer de 65 años tuviera una segunda vida"

Alejandro Palomas presenta hoy en Granada su última novela, 'Una madre', la historia de una familia enfrentada a sus secretos y mentiras en una cena de Nochevieja

Inés Gallastegui

Viernes, 5 de diciembre 2014, 12:39

Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) presenta hoy en Granada su última novela, Una madre (ed. Siruela), una historia sobre una familia que se reúne para pasar ... la Nochevieja. Traductor y poeta, Palomas ha publicado también las novelas El tiempo del corazón, El secreto de los Hoffman (finalista del Premio Ciudad de Torrevieja en 2008), El alma del mundo (finalista del Premio Primavera en 2011), El tiempo que nos une y Agua cerrada.

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En alguna ocasión ha dicho que su propia familia no es un modelo de familia estructurada. ¿Se parece a la de la novela?

Sí se parece. Yo trabajo mucho con lo que tengo cerca, con mi realidad, para construir ficción. Lo de familia estructurada y desestructurada no lo entiendo mucho. ¿Qué es la estructura familiar? ¿Padre, madre e hijos? ¿O gente que a partir de relaciones no elegidas intenta sacar lo mejor de cada uno a lo largo del tiempo?

¿Una madre es su madre o es todas las madres?

Tiene mucho de mi madre. Creo que partiendo de lo más íntimo se ha convertido en algo muy universal. Está mal que lo diga pero creo que sí lo he conseguido: que de algo tan pequeñito como es la madre de una sola persona en este universo, aparezcan muchos rasgos y muchos colores de millones de madres.

¿Es un homenaje a las madres?

No lo pretendía, pero es una de las preguntas que siempre me hacen y una afirmación de los lectores. Creo que es más un reconocimiento, un agradecimiento a esa generación de madres de 65 años que han hecho tanto con tan poco ruido.

Las relaciones familiares se caracterizan por no ser elegidas. ¿Siempre son problemáticas?

Ojalá que no. Es difícil que no lo sean porque no son elegidas y lo que requieren es adaptabilidad constante, mucho trabajo personal. Las alimenta el conflicto, es cierto, pero es que el conflicto es la vida. Si no hay conflicto no hay evolución, si no hay evolución no hay intensidad y si no hay intensidad no hay vida. Sobre todo, es que si no hay conflicto, no hay novela. ¡Y entonces tengo un problema!

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¿Por qué ha elegido una cena de Nochevieja para situar la trama?

Por dos motivos. En primer lugar porque necesitaba un marco fácilmente reconocible: puedes entrar en la acción sin que yo tenga que justificar nada. Y en segundo lugar, porque normalmente en Nochevieja se reúnen los amigos y en esta ocasión se pasa en familia. Eso dice mucho de estos personajes: son muy amigos además de ser familia.

La protagonista, Amalia, empieza a vivir una nueva vida a los 65 años, después de divorciarse de un marido impresentable. ¿Nunca es demasiado tarde?

Nunca. Quería que una mujer de 65 años, que normalmente son invisibles y por las que no se apuesta, tuviera una segunda oportunidad. Las oportunidades están ahí; da igual la edad que tengas. Si sabes aprovecharlas, está todo por vivir, todo por hacer. Quería dar a esas mujeres una segunda vida; creo que se lo merecen.

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Jugar al despiste

Al principio del libro se presenta a Amalia como una mujer torpe, ingenua, con creencias esotéricas y que no quiere hablar de los problemas...

He aprendido de mi madre que, como Amalia, el hecho de que tenga una discapacidad visual la limita mucho, pero en realidad la hace más certera. Tiene que escoger lo que ve y lo que no ve; aprende a elegir su visión, a ver lo que importa y no ver lo que no importa. Parece torpe e ingenua, pero es todo ruido: ella juega al despiste con estos hijos que en realidad son mucho más torpes que ella.

En esta novela, los perros son personajes con nombre propio...

Yo vivo con un perro y es inconsciente:me sale en todas las novelas. Se las dedico a Rulfo porque es mi perro. Los perros son tan importantes... Te ayudan a establecer tiempos, tienen su vida y su espacio y ocupan un protagonismo en la vida de una persona y de una familia. Son muy importantes por lo que hacen y por lo que no hacen; porque están. Son la incondicionalidad.

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El libro está lleno de humor.

Sí. Es un sentido del humor muy especial, esa cosa surrealista que tiene Amalia, y tenía miedo de que no se entendiera. Pero ha funcionado muy bien. No había tocado nunca el humor de esta manera y ha sido una apuesta arriesgada, porque hacer reír en una novela es muy difícil. Pero es muy satisfactorio cuando la gente te dice que se ha reído mucho. Cuando te hacen reír, te abandonas. Se crea un vínculo difícil de romper.

¿En qué se parece y en qué se diferencia de sus anteriores novelas?

Se parece en que se articula en torno a la familia. La diferencia en cuanto a estilo es que no hablan en primera persona los diferentes personajes. Esta está narrada por un solo personaje: en el segundo capítulo, Fer siguió hablando y no se calló. Es un salto importante en mi obra, pero no sé calibrarlo. Lo que me tiene alucinado es que la gente hace de esta familia la suya, participa de la cena... Yo, después de siete meses de promoción, he terminado viviendo con esta familia y no la quiero soltar.

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La mayoría de las relaciones elegidas de los personajes, las de pareja, son un fracaso. ¿Por qué?

Hablo de lo que conozco. Quizá no he tenido mucha suerte con las parejas y el inconsciente habla por mí. Que las relaciones de pareja sean sanas y funcionen al 100% es muy complicado. Me gustaría trabajar eso en una novela, utilizar relaciones de pareja más satisfactorias y plenas. Pero elegir bien es muy difícil. En las relaciones familiares no eliges; en las relaciones de pareja no hay excusa, porque tú las eliges. Equivocarse es muy fácil. Luego hay muchos paños calientes y el cerebro empieza a funcionar para buscar excusas.

Además de escritor, es traductor. ¿Es una profesión tan sufrida como dicen?

Se nos critica mucho y se nos paga poco, pero yo lo disfruto tanto que me compensa. En un momento de mi vida pensaba que era algo alimenticio y no estaba muy implicado, pero con el tiempo lo he hecho muy mío. Me gusta escoger a los autores que quiero traducir y tengo suerte porque a veces puedo hacerlo, y entonces es una delicia. Me da mucho para mi propia narrativa; me hace fijarme en cosas en las que nunca me habría fijado. He aprendido mucho con Jeanette Winterson porque soy su fan número uno. Es un placer poder elegir sus palabras en mi lengua y hacer música con eso.

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