Una voz para mil canciones
La cantante israelí Noa mostró la ductilidad de su voz al interpretar canciones de los más variados estilos y tiempos
ANDRÉS MOLINARI
Miércoles, 8 de julio 2015, 03:01
Una música distinta, pero siempre la belleza por bandera. Una mujer encantadora para el que la escucha y encantada ella con lo que interpreta. Un ... repertorio variadísimo que va desde lo sefardí hasta las bandas sonoras del cine, pasando por los musicales americanos o las bandas de cine. Así se comprende el éxito de Noa y los sinceros aplausos que cosechó anoche en el Palacio de Carlos V.
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Sin pedir peras al olmo, es lo que es. Y en el Festival debe haber de todo, si es bueno. Noa posee una voz preciosa y bien timbrada, dotada de metal cálido, poca nasalidad y potencia sobrada. Se desvive cuando canta, derrama su caudal sonoro en la noche como despliega su abrazo al aire, brazos como aspas y sonrisa como brisa, pero siempre contenida del exceso como se mantiene inmóvil su enrizada cabellera. Escuchándola vivimos dos veces los que conocimos aquellos años sesenta y setenta, hipnotizados por Cohen, Simon y sobre todo Barbara Streisand a la que tanto se parece en muchos momentos.
Estilos diversos
En su espectáculo titulado SymphoNoa, la muy dúctil intérprete reunió un poco de jazz y algo de melodías tradicionales, versiones clásicas y sones novedosos, recuerdos de sus estudios en Nueva York y temas de su actual nacionalidad israelita. En este caso no se cumple aquello de que quien mucho abarca... Porque Noa despliega un amplio repertorio, yendo de menos a más a lo largo de su hora y media de espectáculo, de lo neohebreo a lo participativo, de la plegaria musitada al vendaval de percusión, como en los conciertos de rock que se precien, solicitando remedos silábicos y palmas del público. Su voz mezzo, cuando implora o describe ámbitos poéticos, deviene en soprano ligera cuando imita pájaros o arpegiea como lo hacía la grandísima Ella Fitzgerald, a la que también quiere parecerse.
En buena compañía
Pero no debemos olvidar los dos compañeros de Noa toda la noche. Ambos grandes, uno en calidad y el otro además además en tamaño. Gil Dor es un guitarrista peculiar que sabe extraer melodías preciosas de entre las seis cuerdas, pero que también sabe quedar en un segundo plano cuando Noa derrocha su torrente de voz y su turbión de vida y de mestizaje. Ciertamente comido por la orquesta en muchas ocasiones, tuvo sus minutos de gloria.
Y la Orquesta Ciudad de Granada salvando también una postura difícil. Ahora no fue ella la protagonista, como en tantas noches de temporada, sino la acompañante. Y supo hacerlo a la perfección bajo la dirección de Ilan Mochilach. Lástima que este señor se metiese a clásico y le infringiese más daño a Granados del que le hizo aquel torpedo lanzado por los alemanes al barco Sussex en el que viajaba. Sin embargo en la comedia musical americana y en los tientos étnicos sí atipló bien a la OCG crecida de percusión y salpicada anoche de cierta gracia jazzística.
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Una noche viajera en compañía de una mujer excepcional. Cercana, atractiva, muy teatral, siempre melódicamente correcta. Vestido blanco para los recuerdos neohebraicos y negro para la América de Bernstein, latente en cada canción, lentejuelas para la chanson romántica y el recuerdo a nuestros cantaurores que nunca mueren. Percusión como ellos hasta en el pecho. Un detalle el hablar español y una boutade la repulsa previa, algo panfletaria, hacia una israelita confesa en un Festival Internacional.
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