Álvaro Cerezo posa para IDEALen la primera playa en la que él experimentó la sensación de sentirse un náufrago, en Calaiza, en La Herradura.

El turismo náufrago nació en Calaiza

Álvaro Cerezo posee la única empresa del mundo que ofrece estancias en una isla desierta | Granadino de 35 años, busca y encuentra islas para enviar a clientes a encarnar la vivencia real de un náufrago

Daniel Olivares

Jueves, 14 de enero 2016, 01:27

A Calaiza, un virgen rincón de La Herradura sexitana, la civilización apenas llega... En invierno. Si acaso, ojos humanos le miran desde arriba, desde las ... laderas que se revolvieron un día contra la invasión del hormigón y decidieron hacer temblar la tierra para sacudirse la barbarie urbanística de la ambición. Allí, a Calaiza, hay que bajar andando. O llegar por el mar, nadando o a remos. Amotor ya está prohibido por ley, afortunadamente. En este lugar la naturaleza parecer haberse revelado contra el hombre y le ha mostrado, con su movimiento, que hay límites arquitectónicos que no se deben sobrepasar. Las casas, allí arriba, gritan en silencio y se retuercen por las grietas que se les abren por los costados a los Cármenes del Mar.

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Abajo solo se oye, eso, el mar, hoy tranquilo tras amainar el viento que azotaba la Costa Tropical a media mañana. Desde la orilla se advierte a lo lejos la civilización. Para ello hay que girar la mirada hacia la Punta de la Mona, enfrente, o hacia la bahía donde un día, como recoge el Quijote, naufragaron las últimas naves de la Armada Invencible. Calaiza, de un modo inconsciente, inspiró a Álvaro Cerezo y le convirtió en un nómada náufrago. Allí, con ocho años, se sintió por primera vez como el superviviente de un hundimiento marino.

«No sé si tiene algo que ver, pero cuando reconstruyo recuerdos, me vienen a la cabeza aquellos veranos que pasaba en La Herradura, en los que mi principal deseo era ir hasta Calaiza en una barca inflable. A veces solo estaba cinco minutos aquí y me volvía, pero eso me hacía sentir diferente», narra Cerezo, un granadino de 35 años y licenciado en Económicas que en lugar de encerrar su mente y su cuerpo entre las paredes de una oficina abogó por ser libre y transformar una pasión en una profesión. Su afición, y ya modo de vida, es sencilla y a la vez compleja: descubrir islas desiertas, sin rastro de huella humana en ellas, y encarnar a un náufrago. La experiencia, que puede sonar lunática, supone todo un lujo para quienes, como él, deciden abstraerse del mundo y fugarse a una isla desierta. De ahí surgió Docastaway, que traducido del inglés viene a significar haz el náufrago.

The New York Times se hace eco de la idea de Álvaro Cerezo

  • El proyecto de Álvaro Cerezo ha llamado la atención de numeroso público, entre otros de grandes millonarios ávidos de vivir experiencias nuevas, como el británico Ian Stuart, de 65 años, que pasó once días en una de las islas que descubrió el granadino en sus viajes. En este caso fue un islote volcánico a punto de desaparecer. La idea de Cerezo ha dado ya la vuelta al mundo, hasta el punto de que el prestigioso y conocido diario norteamericano The New York Times publicó hace un mes un amplio reportaje de seis páginas, en su suplemento de estilo de vida y tiempo libre, sobre la experiencia de cinco días vivida por el periodista Andrew Marantz y su esposa en una isla desierta con Docastaway. Y pronto un diario alemán llegará a La Herradura a conocer Calaiza. Todo un embajador.

La idea rondaba su cabeza desde sus primeros viajes a la India en busca de porciones de tierra donde el contacto con el mundo conocido se limitase a un encuentro casual con un pescador o varios. Con 19 años inició su particular periplo por las ínsulas deshabitadas. Una década más tarde, en 2010, su sueño de montar una empresa para ofrecer experiencias reales en islas desiertas ya era una realidad. Y en un lustro su empeño le permite ofertar un catálogo de más de mil lugares alejados de cualquier forma de vida humana.

Según asegura, en el planeta quedan «pocas» islas desiertas por descubrir pero son muchas, miles, las que aún permiten disfrutar de una experiencia de incomunicación total y naturaleza salvaje. India, Indonesia, Filipinas, Centroamérica o Sudamérica esconden algunos de estos secretos terrestres. Su idea era única y, de momento, sigue siéndola. Y funciona. «Nos faltan islas. Mi compañero japonés son tres personas en la empresa me está pidiendo que busque más», señala. Él mismo se encarga de encontrarlas. Viaja al lugar, investiga, habla con los lugareños, examina si la isla cumple las condiciones y se asegura de que nadie va a visitar a sus náufragos. «Hablamos con el propietario de la isla, ya sea el gobierno local, la armada o un particular, y les pedimos que protejan la zona y que nadie pueda acceder para que nuestros clientes estén solos», explica.

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Protección y riqueza

Las autoridades locales suelen ceder y colaborar, porque entienden que es una oportunidad de atraer turistas al lugar y generar riqueza, aunque a veces Cerezo tiene que hacer frente a un peaje económico bajo cuerda. «En la mentalidad europea, sobre todo del norte, se considera que es un soborno, pero yo no lo veo del todo así, y ellos tampoco. Entienden que puede ser beneficioso para el país o la región porque mis clientes, antes de ir a la isla, tienen que pasar por la ciudad o el pueblo más cercano», opina. «En las redes sociales hay quien nos dice: Nos encanta vuestro negocio pero no comprendemos por qué tenéis que sobornar. Pero es que si no lo haces, no consigues nada. No es sobornar, es que la persona ve que va a hacer un trabajo extra y si ve que no va obtener ningún beneficio, en la vida va a mover un dedo. ¿Qué haces? ¿Cómo lo haces? No te queda otra. No me siento mal por ello, porque, además, estamos generando riqueza para gente local, ya que esas islas nadie las quiere o nadie las conoce. Lo bueno es que no destrozamos la isla, la dejamos tal y como es, y estamos promoviendo un turismo sostenible. Es más positivo que negativo. Lo suyo sería no molestar pero también estamos protegiendo la isla de los pescadores que pescan con bombas o veneno, que sobrexplotan las islas y se cargan el coral de todo el mundo. Con nosotros ahí la gente ni se acerca, porque está la armada vigilando», se sincera Álvaro. «Mejor un náufrago que 300 pescadores o un resort que la destroce con ladrillos», matiza.

Otro incentivo es que su empresa genera empleo entre los lugareños. Docastaway cuenta con agentes locales que trabajan de modo freelance y ejercen de guías para sus clientes. También están pendientes de lo que puedan necesitar. El aislamiento es total en el modo aventura, como se denomina, pero hay un pequeño hilo que comunica a los náufragos con el mundo a través del teléfono. «En cada sitio tenemos un equipo. Y enviamos clientes en función de cómo funcionen. Se llega a crear competencia entre ellos. El que mejor funciona y más satisfecho deja a los clientes, consigue más trabajo», desvela. El objetivo de esos agentes locales es «que la isla esté limpia, que los pescadores no se acerquen, que todo esté a tiempo, que recojan a los clientes, que les atiendan y les lleven al lugar». Desde unos 2.000 euros, casi lo que cuesta un viaje al Caribe, dos personas pueden pasar quince días sintiéndose unos robinsones del siglo XXI.

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También a todo confort

El tiempo de estancia en la isla es una decisión del cliente. Puede estar cinco días, una semana, un mes o más. «El que más tiempo ha estado fue un rancés, que estuvo 40 días. Era jefe de una empresa de comunicación que tenía varias revistas. Terminó escribiendo un libro sobre la experiencia», narra. A elección del usuario queda también el modo de vivir su retiro, ya que ofrecen como alternativa el modo confort, que consiste en pasar unos días en una isla desierta pero con comodidades. Para esta opción Cerezo suele elegir islas de propiedad privada cuyos dueños le alquilan el lugar. Aquí sí hay vivienda, víveres y hasta detalles opulentos. En el modo aventura, un machete es ya un lujo, aunque aún más lo son las recomendaciones del propio Álvaro.

La demanda, revela, «ha crecido muchísimo». Pero eso no ha sido óbice para que Álvaro deje de lado otro proyecto: un libro sobre náufragos reales. Recorre el mundo visitando a estas personas y conociendo sus experiencias personales. «Algunos lo han hecho por voluntad propia, como un japonés que vive desnudo en una isla desierta, que tiene 80 años y que se quedó mentalmente en la Segunda Guerra Mundial. Son ermitaños, quieren estar solos, sin contacto con nadie. Estoy recopilando sus historias para escribirlas», adelanta. La Herradura es el lugar elegido para este retiro provisional. Desde aquí seguirá enviando personas a islas desiertas. Después, su maleta de 30 kilos y él seguirán naufragando el mundo.

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