El historiador Juan Antonio Vilar acompaña a un grupo de japoneses por el recinto de la Alhambra.

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Un guía veterano analiza los problemas de la profesión después de tres décadas enseñando la Alhambra a miles de turistas

Inés Gallastegui

Lunes, 9 de noviembre 2015, 01:34

Hay algo mas bello que enseñar la ciudad que se ama, acompañar a quienes la ven por primera vez, descubrirles sus tesoros ocultos? En Granada ... un puñado de personas cree que no y ha hecho de ello su profesión y su vida. Son los guías e intérpretes del patrimonio y entre ellos hay una gran variedad de ejemplares: jóvenes y mayores, granadinos de pura cepa y extranjeros, historiadores del arte y diplomados en Turismo.

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Juan Antonio Vilar es uno de ellos. Al entrar en el Palacio de Carlos V, reúne en torno a sí a su grupo de catorce japoneses y les habla a través de un micrófono conectado a sus auriculares: después de 36 años guiando bajo la lluvia o un sol abrasador, con viento o nieve, su voz ya no da para más. De vez en cuando, los nipones, en su mayoría de edad madura, estallan en una breve carcajada. ¿Qué les estará contando?

Vilar es un guía atípico. Como la mayoría, lleva paraguas y es un trabajador autónomo. Estudió Turismo y trabaja en alemán y en japonés, aunque también habla inglés, francés, neerlandés y algo de ruso y árabe. Pero sus conocimientos sobre la Alhambra superan un poco la media de la profesión: es licenciado en Historia Moderna por la Universidad de Granada y en Historia Medieval por Colonia (Alemania) y doctor por la Universidad de Nimega (Países Bajos). Ha escrito varios libros en torno al monumento, entre ellos '1526. Boda y luna de miel del emperador Carlos V', 'Los Reyes Católicos en la Alhambra' y 'Acequia Real de la Alhambra'. Con el último, recién publicado por EDAF, 'Carlos V, emperador y hombre', ha ganado exaequo el XIII Premio Algaba de Biografía, Autobiografía, Memorias e Investigaciones Históricas 2015.

Pero lejos de elevarse en su diferencia, Vilar es un acérrimo defensor de su profesión, a la que incluso dedicó un manual que no se ha publicado en papel, pero al que se puede acceder en su sitio web (www.juanantoniovilar.com). En 'El guía. La interpretación personal en el patrimonio monumental, histórico, artístico, cultural y geográfico andaluz' ofrece toda la información atesorada durante sus tres décadas de profesión a quienes se incorporan ahora a este oficio.

Porque, a su juicio, la transmisión de estos conocimientos entre veteranos y novatos, que antes se realizaba de manera natural en el día a día, ya no se produce, lo que perjudica el reemplazo generacional y, al final, repercute en la calidad del servicio. En esta obra explica nociones básicas sobre los turistas y los monumentos pero, sobre todo, aporta estrategias prácticas. «Yo les debo todo a mis compañeros guías. Ellos me enseñaron todo lo que sé y los admiro», afirma Vilar, que se jubila el año que viene dejando el relevo a uno de sus hijos.

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Juventud hippy

«Mi padre era cabrero, tenía un puestecillo de especias en la Plaza de la Romanilla y apenas sabía leer. Pero era muy listo y, cuando vio que yo me estaba haciendo hippy, me dijo: 'Yo te pago una carrera corta y cuando termines, te vas a Ibiza'». Así que el joven Juan Antonio acabó Turismo, vivió el paraíso ibicenco de los años setenta y en 1976 se casó con una alemana que ahora es catedrática en la Universidad de Granada.

Mucho más tarde, él estudió Historia, pero nunca ha logrado una plaza de profesor en la institución académica. «Tengo una espina clavada -reconoce-. Yo voy a congresos internacionales: todo el mundo es profesor de universidad y yo soy guía de la Alhambra. No lo entienden».

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A su juicio, esta profesión no ha sido bien tratada por las diferentes administraciones. «Antes teníamos un local junto al Palacio de Carlos V, como lugar de encuentro, con su biblioteca... pero nos lo quitó Mateo Revilla. Ahora estamos diseminados. Las empresas no se preocupan de la calidad; si un guía cobra 50 euros y otro, 25, se quedan con el de 25», lamenta Vilar, uno de los fundadores de la Asociación de Guías e Intérpretes del Patrimonio de Granada.

Y ello, asegura, a pesar de la gran importancia económica que tienen estos agentes: son ellos quienes pueden hablar a los turistas de los productos de artesanía más interesantes, de las especialidades gastronómicas o de los otros monumentos que pueden visitar en la ciudad.

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Por sus especiales conocimientos, Vilar dirige, además de 'tours' con grupos de turistas corrientes, visitas para especialistas y estudiosos. Ha sido profesor de guías en los cursos de formación y reciclaje de la Junta y es miembro del comité nacional de Formación de la Confederación de Guías de Turismo.

En su opinión, la profesión se ha deteriorado, en parte porque el sistema de habilitación ha cambiado; antes, solo podían acceder a la profesión los licenciados que superaban un examen sobre turismo, patrimonio y dos idiomas. Actualmente, en Andalucía los diplomados en Turismo se convierten de forma automática en guías, a pesar de que en su carrera, más enfocada a la gestión económica, no hay una formación específica sobre patrimonio, lamenta. Además, recuerda, la liberalización de la profesión ha hecho que, durante unos años, fuera posible 'comprar' el carné de guías en Canarias para ejercer en cualquier otro lugar de España.

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Capacidad de sorpresa

Uno de los consejos que vierte en su manual es no caer en la rutina: el visitante no tiene la culpa de que el guía, que quizá sea la única persona local con la que llegue a hablar, esté aburrido de su profesión. «Es vital que uno sienta lo que está explicando. Yo vengo a la Alhambra desde hace 36 años y todavía me sigo sorprendiendo. Para eso no hace falta ser de aquí; puede hacerlo un extranjero que se ha afincado aquí y está enamorado de esto. Lo que no puede ser es que lo explique gente que viene de fuera, sin sensibilidad y hablando perrerías de nosotros».

En ese sentido, cuenta que en una ocasión la asociación denunció ante Turismo a un guía japonés que cada día llevaba a su grupo a la Plaza de los Aljibes a las 10.30, hora del bocadillo de los trabajadores, para mostrar a los turistas «lo vagos que somos los españoles». También hay un alemán que desvía a sus grupos por la calle con más mierda de perro del Realejo. Les hace gracia.

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El intérprete del patrimonio no solo debe estar atento al nivel educativo y a los conocimientos del grupo, sino a factores mucho más prosaicos, como las necesidades fisiológicas del grupo, la edad o la presencia de personas con movilidad reducida. Tal como destaca en su manual, la principal ventaja del guía humano sobre el libro o la audioguía es que el primero es capaz de adaptar cada visita a las características y condiciones del grupo al que lleva. «Por lo general, cuando vienen de zonas cercanas los turistas tienen más tiempo y pueden pasar el día entero en Granada; se les enseña la Alhambra, la Catedral, la Capilla Real, el Albaicín, el Sacromonte, la Cartuja... En cambio, los japoneses vienen a ver Europa en ocho días y para la Alhambra apenas tienen dos horas», recuerda.

«Tienes que redistribuir tus conocimientos en cuatro frases -apunta-. Hay grupos de adolescentes que vienen pensando en la discoteca a la que van a ir por la noche y debes atraer su atención para que en dos horas se lleven una leve idea de lo que es el monumento. Y hay grupos de estudiosos, sobre todo alemanes y americanos, que hacen una visita de cinco horas y te piden más».

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Una Alhambra nipona

El guía debe emplear técnicas para 'seducir' a su audiencia y no perder su atención: «Un veterano estudia al grupo y analiza cómo va a reaccionar. Hay que saber detectar si te están escuchando o se escapan de ti». Para ello, es importante convertir la explicación en algo significativo: que cuando vuelvan a su país, recuerden su paseo por la Alhambra.

«Lo que más atrae son las experiencias humanas -subraya-. No puedes hablar de reyes y de fechas. Por ejemplo, los japoneses tienen una medida del tiempo distinta, en eras y emperadores, y para ellos no tiene sentido hablar de 1492; si no conoces su historia, no llegas a ellos». «Les interesan cosas de la vida cotidiana: si los habitantes de la Alhambra tenían calefacción central y aire acondicionado, servicios y agua corriente, cómo se curaban de enfermedades, qué alimentos producían, de dónde sacaban el dinero, cómo era la vida del harén...», relata. En este punto, el experto alerta del peligro de caer en historias picantes, que pueden acabar con chistes de mal gusto. En los grupos de turistas no suele faltar nunca el 'gracioso', que replica a las explicaciones del guía con chistes e intenta acaparar la atención del resto.

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Sin notas ni apuntes, armado solo con su conocimiento y un paraguas, al llegar al Palacio de Carlos V, Vilar reagrupa a sus catorce clientes y les explica las peculiaridades de este edificio renacentista, uno de los pocos de la época con planta cuadrada y patio circular. «Se parece a la bandera de Japón, pero sin el rojo», compara el guía. Y los japoneses sueltan al unísono una breve carcajada.

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