Cuatro niños valientes y un héroe inesperado salvan a su padre en plena calle
Susto en la céntrica calle granadina, cuando un hombre ha sufrido una crisis epiléptica mientras arrancaba su furgoneta y sus hijos han salido corriendo a pedir ayuda. La calle se ha volcado con la familia
Este mismo miércoles, 12.25 horas, calle Pedro Antonio de Alarcón. El grito todavía hiela la sangre. «¡Ayuda! ¡Por favor, ayuda!». Son cuatro voces, dos ... niños y dos niñas, cada uno exhalando lo mismo hacia una esquina distinta de la vía. «¡Ayuda! ¡Nuestro padre!». De los cuatro, el mayor, de 12 años, abraza a las pequeñas y se las lleva a la otra acera. Luego vuelve y explica la situación a los que se acercan. Su padre, unos 50 años, está al volante y ha sufrido un ataque. Tiene espasmos y no puede moverse -más tarde, los sanitarios hablarán de crisis epiléptica-. La calle está alerta y en cuestión de segundos hay medio centenar de personas ofreciendo manos y teléfonos. La llamada al 112 es inmediata, pero nadie sabe muy bien qué hacer.
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Hasta que llega José. José sale del supermercado cuando escucha los gritos de auxilio. Se acerca al asiento delantero y, con la ayuda de otro vecino, sacan al hombre del vehículo. José da las indicaciones exactas para colocar al hombre en posición de seguridad, de lado. Luego se acerca a su oído y le habla con una ternura sanadora. «Tranquilos, dejadle aire, no pasa nada, tranquilos», pide a los presentes. José es enfermero y, también, ángel de la guarda.
Los niños, desde el otro lado de la calle, se abrazan y confían en la gente. La calle se ha volcado con ellos: con el padre y sus cuatro hijos. Pese al horror, hay algo bonito: una sensación de cuidado, de protección, incluso de cariño. Unas vecinas ayudan a ordenar el tráfico -la furgoneta se quedó con el morro un poco fuera-. Las de la Farmacia invitan a los niños dentro, mientras viene la ambulancia. Les dan agua. Les sonríen. Les dicen «lo habéis hecho muy bien, sois unos valientes». Los cuatro asienten y dan las gracias. Todos aguantan las lágrimas.
Pese al horror, hay algo bonito: una sensación de cuidado, de protección, incluso de cariño
Cuando la ambulancia se lleva a su padre, José entra en la farmacia y saluda a los niños con una mirada tranquilizadora. «Todo va a ir bien, chicos», les dice. Un agente de policía les ayuda a localizar a su madre y una de las responsables del Carrefour Express les ofrece un helado de frutas. Los niños se sacuden los nervios y, de pronto, se hacen grandes. «Muchas gracias por todo», resoplan con las manos entrelazadas.
En la calle, los de Pedro Antonio aprietan los puños y aguantan la respiración. «Qué susto -dice Angelitas, de 78 años, que parece que habla en nombre de todos-. Que se ponga bueno pronto ese padre».
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