Elorrieta, arquitectura superviviente y patrimonio ineludible de Sierra Nevada
Hablar del Refugio Elorrieta es hablar de una pieza única en la historia de Sierra Nevada. Construido en los años treinta como observatorio científico y ... refugio de los operarios del programa de repoblación forestal, se levanta en la divisoria de los Tajos de la Virgen a más de 3.000 metros de altitud, convertido hoy en una de las edificaciones a mayor altitud de toda la península ibérica.
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Un refugio no es solo un cobijo físico: es también un marcador cultural. La palabra «paisaje» no existiría sin la huella humana sobre la naturaleza; es precisamente esa interacción —acequias, bancales, cortijos, refugios— la que nos permite hablar de paisaje en lugar de naturaleza virgen. En ese sentido, Elorrieta es patrimonio paisajístico porque materializa la forma en que, en un momento histórico determinado, decidimos habitar y estudiar la alta montaña.
Su arquitectura, aunque austera, refleja una empatía profunda con el entorno: aprovechar los recursos disponibles en la montaña, diseñar una envolvente capaz de resistir las ventiscas y adaptar el espacio a un medio extremo. Cada piedra colocada allí arriba habla de ingenio, respeto y sacrificio. Y esa condición lo emparenta con construcciones tradicionales de Sierra Nevada, como las acequias de careo o los cortijos de piedra seca, igualmente inseparables de la identidad del macizo.
La discusión sobre qué hacer hoy con Elorrieta no puede reducirse a verlo como un «estorbo» en la montaña. Abandonarlo a su ruina sería tanto como aceptar la pérdida de un capítulo irremplazable de nuestra memoria colectiva. En cambio, restaurarlo con criterio y respeto no significa domesticar la montaña, sino reconocer que ya forma parte de nuestra herencia. Conservar no es alterar, sino asegurar que la historia que contiene no se diluya con el paso del tiempo.
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Algunos defienden que la montaña debe permanecer «pura», sin rastro humano. Pero quienes hemos recorrido Sierra Nevada sabemos que esa pureza es un espejismo: desde las acequias medievales hasta las estaciones meteorológicas, desde las veredas de arrieros hasta las canteras históricas, cada rincón del macizo está modelado por siglos de interacción. Elorrieta es continuidad de esa tradición, no una ruptura.
En la práctica, los refugios de alta montaña cumplen también un papel insustituible en términos de seguridad. Basta recordar el reciente rescate de varios montañeros en el Pirineo, sorprendidos por una tormenta y en riesgo de hipotermia. Estas construcciones, lejos de ser un lujo, son infraestructuras que pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte en condiciones extremas. Su presencia es garantía de que el disfrute de la montaña no se convierta en tragedia.
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El argumento de la seguridad es, sin duda, legítimo. Nadie cuestiona que la montaña exige prudencia y responsabilidad. Pero tampoco podemos permitir que la única solución pase por la desaparición del refugio. Otros países europeos, con cordilleras de similar valor ecológico, han sabido integrar refugios de altura dentro de sus parques nacionales, estableciendo normativas claras y limitaciones de uso que aseguran la conservación del entorno sin renunciar a la memoria construida. Elorrieta merece un tratamiento equivalente: una intervención respetuosa que estabilice lo esencial, garantice su preservación como vestigio y lo reconozca como lo que es, un hito de la cultura de la montaña.
Pero lo más valioso de Elorrieta es su condición de «puente» entre dimensiones: lo natural y lo construido, lo material y lo simbólico, lo científico y lo humano. Encarna la tensión que siempre ha acompañado a Sierra Nevada: cómo conservar sin fosilizar, cómo dar acceso sin banalizar, cómo intervenir sin destruir. La respuesta no puede ser el abandono, porque abandonar es también decidir, y esa decisión implica pérdida.
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Hoy, cuando el Parque Nacional ha iniciado actuaciones para asegurar la conservación del refugio, es oportuno agradecer el gesto de responsabilidad institucional. Pero también es legítimo exigir que esas intervenciones se desarrollen con transparencia, escuchando a la ciudadanía y al tejido asociativo, porque la gestión del patrimonio debe ser compartida. Solo así Elorrieta seguirá siendo refugio, y no simple ruina.
Defender el valor arquitectónico y cultural de este lugar no significa negar la importancia de preservar la naturaleza. Significa, más bien, reconocer que nuestro patrimonio común se teje precisamente en esa interacción, en esa frontera donde la piedra colocada por la mano humana se confunde con la roca eterna de la montaña.
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Elorrieta, a pesar de su deterioro, sigue siendo la herencia superviviente de una época que transformó la montaña y, en cierto modo, también a Granada. Perderlo sería amputar nuestra memoria; conservarlo, en cambio, nos permitirá seguir dialogando con ella cada vez que el viento helado roce sus muros y nos recuerde que estamos ante algo mucho más grande que nosotros mismos.
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