Alejandra y Jose en la playa de Torrenueva Costa. Pepe Marín

Volver a respirar

Una parada cardiorrespiratoria en la playa de Torrenueva casi le arrebata la vida a Jose, pero el coraje de su amiga Alejandra y la ayuda médica lo salvaron

MJ Arrebola

Granada

Martes, 2 de septiembre 2025, 00:22

Era un día de verano, como tantos otros en la playa de Torrenueva Costa. El mar, en calma; el cielo, teñido de ese azul casi ... imposible que anuncia el final de agosto. En la arena, familias enteras disfrutaban de las últimas horas de sol, mientras un grupo de jóvenes se preparaba para una de sus rutinas favoritas: primero darse un chapuzó y, después, un partido de fútbol. Nada hacía presagiar que, en cuestión de segundos, esa rutina se rompería en pedazos.

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Entre ellos estaba Jose Aguado, un chico de 15 años con una energía desbordante. Deportista desde niño, acostumbrado al mar, inquieto y con una sonrisa fácil que contagia a cualquiera. Junto a él, su amiga inseparable Alejandra Molina, con la que compartía confidencias, risas y tardes infinitas de verano desde hacía más de cinco años.

«Al principio estaba todo bien. Íbamos charlando y avanzando tranquilos», recuerda Alejandra. «Pero de repente él me dijo: 'Espérate, que me encuentro mal'». En cuestión de segundos, sus ojos se pusieron en blanco y comenzó a hundirse.

Alejandra reaccionó sin pensarlo dos veces. Con apenas 13 años, se lanzó hacia su amigo, le quitó las gafas de natación para que no le estorbaran y lo sujetó con todas sus fuerzas. «Lo agarré y comencé a nadar de espaldas hacia la orilla. Lo único que tenía en la cabeza era que no podía dejarlo ahí».

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Los apenas 20 metros que los separaban de la arena se convirtieron en un infierno. Jose estaba inconsciente, su cuerpo muerto pesaba mucho y cada brazada de Alejandra era una lucha entre la desesperación y la esperanza. «El agua me parecía infinita, cada metro era eterno hasta que lo saqué». Al llegar a la orilla, Jose empezó a convulsionar, sin pulso aparente. Fue entonces cuando Alejandra desesperada y sin saber qué más hacer, corrió en buscar de los padres del joven que estaban unos metros más allá.

«Escuché a alguien llamándome y vi a gente rodeando a mi hijo. Cuando llegué, un hombre ya estaba encima de él, haciéndole una RCP», relata Jose Aguado, su padre. «Solo recuerdo las palabras: 'No tiene pulso, no tiene pulso'. Eso fue lo más duro de mi vida, ver a tu hijo muerto en la arena».

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En medio del caos que estaba viviendo esa familia, la suerte y la esperanza quisieron ponerse de su parte. Entre los bañistas había un médico malagueño de vacaciones. Se sumó inmediatamente a la reanimación. Y poco después apareció el jefe de los socorristas de Torrenueva, Costa que corrió hacia el chiquillo con un desfibrilador en las manos. Colocaron las palas en el pecho de Jose, pulsaron el botón… y una descarga devolvió el latido a su corazón.

«Fueron apenas unos minutos pero a nosotros se nos hizo eterno», recuerda su padre. «Nos lo devolvieron a la vida». La ambulancia llegó enseguida. Jose pasó cuatro días en la UCI y después fue trasladado a la planta de cardiología del Hospital San Cecilio, en Granada. Los médicos aún investigan qué le ocurrió, porque es un chico sano, deportista, acostumbrado a realizar travesías a nado.

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Mientras tanto, Alejandra vivía unos días muy difíciles. «Yo no podía dejar de llorar. Cada mensaje que recibía preguntando por él era como volver a romperme. Solo quería verlo, escuchar su voz, que me dijera cualquier tontería».

El mejor regalo

El tiempo parecía que no corría. Pero entonces, llegó el 12 de agosto, una fecha que para Alejandra siempre había significado motivo de celebración porque era su cumpleaños. Ese día, sin esperarlo, la vida decidió regalarle algo más que un nuevo año.

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Aquel 12 de agosto, Jose abrió los ojos. El chico que había estado al borde de la muerte despertaba. La noticia corrió como un rayo entre familiares y amigos, pero para ella fue indescriptible. «Corrí al hospital con un bizcocho. Quería celebrarlo como fuera. Soplar las velas juntos fue lo más emocionante que he vivido. Era como si nos hubieran regalado un segundo cumpleaños a los dos». Ese gesto, sencillo y enorme a la vez, selló de algún modo la unión que siempre habían tenido.

Poco a poco, Jose recuperó fuerzas. Hoy, apenas semanas después, habla con naturalidad y una sonrisa tímida de lo ocurrido. «Me encuentro perfecto, como si nada hubiera pasado. Solo sé que si no hubiera sido por mi amiga, yo ahora no estaría aquí», relata el joven. Y Alejandra, entre tímida y orgullosa, responde que «cualquiera en su lugar lo hubiera hecho». De aquella experiencia Alejandra se llevó también una vocación. «Me he planteado estudiar Medicina. Quiero dedicar mi vida a salvar la de otras persona», confiesa.

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«Alejandra nos devolvió a nuestro hijo. Igual que Manolo, la primera persona que le hizo la RCP, el socorrista, los médicos… Pero sin ella, aún lo estaríamos buscando en el agua. Es algo que nunca se olvida», relata su padre.

Ahora, mientras Jose vuelve a correr, nadar y tocar la guitarra como siempre, y Alejandra sueña con ser médica, ambos saben que la vida les dio una segunda oportunidad. Y que esa oportunidad tiene nombre propio. El nombre de una amiga que lo salvó todo.

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