«Aquella noche llovía a cántaros; vi con mis propios ojos como el agua se llevaba un bloque de pisos»

A medida que avanzaba la noche, Pedro comenzó a darse cuenta de que algo no estaba bien. «Aquella noche llovía a cántaros; aún recuerdo el ruido del agua, el retumbar del río... Nunca había oído algo así,» describe con detalle. Cuando se asomó a la ventana, notó cómo el río, que había crecido rápidamente, se adentraba en las calles, invadiendo casas y arrastrando todo. «Desde mi casa, situada junto a la iglesia, vi con mis propios ojos como el agua se llevaba un bloque de pisos recién hecho; fue una imagen espantosa,» recuerda.

Los vecinos, con lo puesto, intentaban poner a salvo lo que podían. Al día siguiente, a eso de las siete de la mañana, Pedro recuerda que la intensidad de la lluvia «comenzó a disminuir» y fue entonces cuando salió de su casa y vio cómo el pueblo había sido «arrasado». Describe ese momento como «una visión de desolación total, como si todo lo que habíamos construido hubiese desaparecido en cuestión de horas».

Fue entonces cuando se puso manos a la obra para ayudar en todo lo que podía:«entre las siete y las nueve de la mañana me cambié de ropa tres veces. Estaba empapado, y el agua seguía cayendo sin parar. Era como si la tormenta no fuera a detenerse nunca», comenta mientras se le quiebra la voz.

Los vecinos no quieren recordar ese día que tanta desgracia trajo consigo, «fue un horror».