El luthier británico de La Herradura que vende unas guitarras únicas por todo el mundo
Stephen Hill, con 40 años de oficio a sus espaldas, trabaja con tapas que suelen ser de pino abeto de los Alpes o cedro rojo de Canadá, y fondos y aros hechos de palo santo de la India
n el interior de un taller repleto de herramientas, barnices y piezas de madera cuidadosamente apiladas, Stephen Hill trabaja con la precisión de un orfebre. ... Con el ceño fruncido por la concentración, sostiene una gubia y perfila los aros de una guitarra que está construyendo, dando forma a lo que, en unas semanas, será un instrumento con alma propia. En otro rincón del taller, una guitarra recién terminada descansa sobre la mesa de trabajo, su tapa de abeto aún reluce por el barniz recién aplicado.
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Este es el santuario donde Stephen, un maestro luthier con más de 40 años de trayectoria, transforma la madera en música. Su taller, en La Herradura, es un refugio donde cada guitarra se moldea con paciencia, dedicación y una pasión inquebrantable.
Nació en Londres en 1967 y creció rodeado de música. Desde pequeño, el sonido del flamenco se filtraba en su hogar a través de los discos que sus padres ponían. Sin entender aún su significado, esas melodías quedaron grabadas en su memoria, esperando el momento de despertar.
A los ocho años comenzó a tocar la guitarra española, y a los 16, su destino empezó a definirse cuando, tras terminar sus estudios, encontró trabajo como ebanista. «Hacía muebles, mesas, cosas rústicas», recuerda. Fue entonces cuando las piezas comenzaron a encajar: su amor por la guitarra y su habilidad con la madera lo llevaron a descubrir que ese era realmente su oficio.
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Sin embargo, en los años 80, aprender a realizar guitarras no era tarea fácil. No existían cursos y los talleres no solían abrir sus puertas a los aprendices. A pesar de ello, comenzó su formación con un artesano de violines e hizo un curso de luthería. Con esa base construyó su primera guitarra flamenca, hecha con pino abeto y ciprés.
Un inicio duro
Con ese primer instrumento y un coche cargado de herramientas y maderas, cruzó los Pirineos en 1988 en busca del corazón del flamenco. Su primera parada fue Madrid, donde visitó varios talleres, pero se encontró con una barrera: los guitarreros no solían recibir a quienes venían a aprender en lugar de comprar. No se rindió y continuó su camino hasta Córdoba, donde se inscribió en un curso con Paco Peña, uno de los grandes maestros de la guitarra flamenca.
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Allí tuvo la oportunidad de conocer a Manuel Reyes, considerado uno de los artesanos más importantes de la historia. Reyes, a diferencia de muchos otros, se mostró abierto y generoso con Stephen. Aunque la visita fue breve, le permitió observar moldes, maderas y procesos de trabajo, además de recibir valiosos consejos y contactos para comprar materiales.
Tras esta etapa, regresó a su país donde creó su primer taller en Lewes, al sur de Inglaterra. Durante 16 años, perfeccionó su técnica y ganó prestigio internacional. Su trabajo tuvo tanto éxito que no solo fabricaba guitarras para clientes de todo el mundo, sino que también comenzó a enseñar el oficio lo que se convirtió en una de sus grandes pasiones. Fundó una escuela que, a día de hoy, es una referencia mundial en la formación de artesanos.
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Sin embargo, tenía claro que quería volver a España fue en 2004 cuando tomó la decisión, y esta vez eligió La Herradura para afincarse. «Aquí encontré el lugar perfecto cerca de Granada, del mar y con la figura de Andrés Segovia siempre presente», explica.
Una construcción meticulosa
El proceso de creación de una guitarra es largo y meticuloso. Desde la selección de la madera hasta el último pulido, cada paso está marcado por la paciencia y la precisión.
Las tapas suelen ser de pino abeto de los Alpes o cedro rojo de Canadá, mientras que los fondos y aros pueden estar hechos de palo santo de la India, Madagascar o Brasil. Según cuenta, algunas de estas maderas están protegidas y requieren certificaciones especiales.
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Cada guitarra requiere aproximadamente 120 horas de trabajo, repartidas en varias semanas. El proceso comienza con el corte y ajuste de la madera, seguido del ensamblaje de la tapa, el mástil, los aros y el fondo.
Luego viene una tarea que no es nada fácil, el barnizado, un proceso delicado que puede tardar semanas si se hace con gomalaca.
Para el luthier, cada guitarra tiene su propia alma. Algunas, incluso, parecen susurrarle el nombre que les tiene que poner. «A veces una guitarra sale con tanta personalidad que necesito bautizarla», dice. Así han nacido 'La Leonesa', 'La Negrita' y muchas otras que ya ni recuerda.
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Desde su pequeño taller en La Herradura, Stephen Hill sigue construyendo guitarras que cruzan fronteras después de cuatro décadas dedicándose al oficio. Con cada instrumento que crea, Stephen recuerda que, en las manos adecuadas, un simple trozo de madera puede transformarse en música eterna que alimenta a los oídos.
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