Coches amontonados en una calle de Picaña el miércoles 30 de octubre, tras el paso de la riada. EFE

Un granadino en la DANA de Valencia

«No fui consciente del peligro»

El maracenero José Ropero relata las dos horas que pasó encerrado en un bajo en Picaña viendo crecer el agua: «Si sube un metro más no salgo de allí»

Inés Gallastegui

Granada

Miércoles, 13 de noviembre 2024, 00:15

José Ropero Foche (Maracena, 48 años) lleva casi media vida viajando por el mundo con su empresa como encargado de instalaciones en todo tipo de ... edificios. En Jamaica ha vivido varios huracanes y a la isla antillana de Saint Martin fue a reconstruir un hotel que había volado al paso de 'Irma'. Quizá por eso habla con tanta sangre fría de su vivencia de la DANA el pasado martes 29 de octubre en Picaña (Valencia), cuando un tsunami de barro desbordó la rambla del Poyo y barrió los puentes: el agua reventó la puerta de su edificio, inundó su piso en la planta baja y arrastró su coche más de 500 metros. «No fui consciente del peligro que había corrido hasta que salí a la calle. Era una zona de guerra. El jueves o el viernes, cuando ya se hablaba de 150 muertos, pude ver las primeras imágenes. Fue impactante», reconoce. En el pueblo murieron doce de personas arrastradas por la riada.

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Ropero se mudó a esta localidad de 11.000 habitantes hace dos años para la construcción de una residencia de ancianos que afortunadamente se ha salvado del desastre. Una vez terminada, estaba trabajando en las instalaciones de un nuevo colegio en Jávea. Aquel martes trágico, de regreso a casa hacia las 18.30, vio la nube negra en el cielo, pero en Picaña no llovía. A las 19.15 oyó jaleo fuera, salió y vio que la calzada estaba inundada por medio palmo de agua. Vio salir con maletas a sus vecinos, familias con niños quizá más habituadas a las gotas frías del Levante, y le extrañó, pero decidió quedarse en casa.

El puente de Picaña sobre el barranco del Poyo, destrozado. Vecinos limpiando el barro. José, en la puerta de su casa, con la marca que dejó la riada. JOSÉ ROPERO

Quince minutos más tarde la calle era un río con un caudal de más de un metro de altura que reventó la puerta de entrada del edificio y las de sus vecinos. Él protegió la suya con sábanas y cajas de herramientas, así que el agua fue entrando poco a poco hasta alcanzar los 60 centímetros. De vez en cuando, una ola entraba por la ventana. Se fue la luz.

«Quería salvar los muebles»

La espera duró dos horas, pero se le hizo eterna. Se dedicó a intentar poner a salvo sus pertenencias en los muebles más altos. Subió el colchón encima de unas sillas. «No quería abrir la puerta para que no entrara el agua en tromba. Quería salvar los muebles y mis cosas. Tenía previsto que, si seguía subiendo el nivel, me largaba al piso de arriba. Luego lo piensas y dices: qué tontería, me la podía haber jugado. Si en vez de 1,10 hubieran venido 2 metros de agua no salgo de ahí. Pero en ese momento no lo piensas», reflexiona.

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Perdió el coche, lleva días limpiando barro y sin comer caliente, pero se considera afortunado después de ver Paiporta

Mandó vídeos y mensajes a su mujer y sus hijos, que viven en Cúllar Vega, a su padre, en Maracena, y a varios compañeros de trabajo, pero no había cobertura y no salieron de su móvil hasta tres días después. Cuando el agua bajó un poco, abrió la puerta y subió al descansillo de su portal a esperar. Todavía de madrugada empezó la penosa tarea de limpiar el barro, secar la casa y tirar todos los enseres que habían quedado inservibles, que duró cinco días.

Fueron jornadas duras, sin agua, sin luz, con cobertura telefónica a ratos y sin comida caliente. Trabajó codo con codo con sus vecinos, a los que hasta entonces apenas conocía de decir hola y adiós en el descansillo, para realizar juntos las tareas más pesadas. La desgracia une.

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«No quería abrir la puerta para que no me entrara el agua en tromba. Mis vecinos hicieron una maleta y se marcharon»

José Ropero

«Lo peor viene después, cuando sales a la calle y ves el destrozo que ha hecho la DANA por todos lados». Cuando recorrió Picaña en busca de su coche, que estaba aparcado junto al barranco del Poyo y apareció a 500 metros, inservible, fue consciente de la magnitud del desastre. Y solo tuvo que caminar cauce abajo 40 minutos sorteando basura en el barro para ver el auténtico infierno de Paiporta. «El agua alcanzó cotas de dos metros y medio en algunos sitios. Era dramático, brutal».

Ni él ni sus vecinos necesitaron ayuda de voluntarios ni de la UME. El viernes entró una retroexcavadora y se llevó los muebles podridos de su calle. «Entiendo a los que protestan, pero yo por mi parte sí he visto efectivos. Ahora está todo tomado por los militares, hay bomberos de toda España y miles de voluntarios», afirma. Pero hay mucho por hacer y el mal olor en las calles por el colapso de las alcantarillas y la podredumbre enciende las alarmas sobre el riesgo de infecciones.

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«Asaltaron los súper para llevarse jamones, cerveza y wiski. Fue una vergüenza. Aquí se ve lo peor y lo mejor de la gente»

José Ropero

Mientras estuvo sin coche, se dedicó a visitar la residencia de ancianos de Picaña –a la que trasladaron mayores de municipios afectados por la DANA– para arreglar las instalaciones de fontanería y electricidad dañadas.

Asalto al supermercado

Lo que peor llevó esos días era tener que ir a pedir a los centros de distribución de ayuda humanitaria para poder comer, porque los supermercados están cerrados. «Los asaltaron durante el segundo y tercer día después de la DANA. Si estaban mal los dejaron peor. Algunos iban con los carritos llenos de jamones, cerveza, wiski... Fue una vergüenza. Aquí se ve lo mejor y lo peor de la gente», reflexiona.

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José Ropero ha perdido unos sofás, la cocina y unos cuantos enseres más, pero está vivo. Su trabajo no corre peligro. El piso es de alquiler y el coche, de la empresa; los seguros se harán cargo. El fin de semana pasado pudo volver a Granada a ver a su familia. Pero se le nota tocado. «Esta situación es deprimente y estresante. Es duro. Necesito salir de aquí y volver a la rutina normal. Esto tiene que pasar. Todo pasa», concluye.

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