Conexiones interrumpidas

Relato de verano ·

María gallegos garcía

Jueves, 13 de agosto 2020, 23:34

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Andrés vibraba con aquel corazón que se ponía rojo con tan solo rozarlo, y Lucía se sonrojaba cada vez que él levantaba el pulgar. Todo ... surgió con la más inocente sonrisa a través de una pantalla, hasta que se volvieron a enamorar en primavera con iconos de flores, fotogramas de películas setenteras y canciones de moda. Así compartían bohemias ensoñaciones y se mostraban el uno al otro los mundos que conocían. Él le enseñaba sus composiciones y ella le respondía con referencias a novelas del siglo XIX. Nunca imaginaron cuánto tendrían en común, empezando por su pasado, del que poco hablaron, aunque en cada momento dejaron ver entre líneas que aquello significó lo suficiente para que los dos mantuvieran la curiosidad de descubrir si aquella aventura pudo haber llegado algo más lejos. Se conocieron personalmente hace muchos años, cuando Andrés empezó a veranear en el pueblecito costero donde Lucía pasaba las vacaciones con su familia cuando eran unos adolescentes, pero aquello terminó como cualquier romance de verano a los quince, cuando ella conoció a un chico tres años mayor. De aquello hacía mucho tiempo, pero él aún recordaba el tacto de su mano. Las noches en vela se sucedieron, y en un vaivén de mensajes sutiles, fantasearon sin confesarlo con una vida común. Lucía se negaba a dejarse llevar, sus circunstancias no eran las mismas que en su libre juventud. Además, él le resultaba demasiado familiar y cercano, tan afín a ella y tan perfecto, que cualquier intento de pasar a la materialización del deseo acabaría rompiendo la magia. Decidió entonces convencer a sus amigas para que la disuadieran de aquel idilio. Andrés, por su parte, no pensaba cambiar su vida de pequeños placeres solitarios con sabor a whisky caro. Sin embargo, ocultos, tras miles de máscaras y filtros, jugaron durante un tiempo a ser estrellas desconocidas, seduciéndose mutuamente y bailando al son de aquellas cifras de seguidores que no paraban de aumentar. Se sintieron vivos, más jóvenes que nunca, llenos de adrenalina y con el ego volando por sus respectivas habitaciones. Esta situación solo tenía dos finales posibles y pronto se reveló uno de ellos. Llegó el verano sin previo aviso y, sin darse a penas cuenta, el muro intangible que los separaba se desplomó y ambos cayeron por el precipicio de la realidad. Aquella ilusión que alimentaba su juego se transformó en algo banal. Por alguna razón, aquellos mensajes cifrados cesaron por parte de él y aquella espera de respuesta nunca se interrumpió para ella. No hubo más interacción. Las publicaciones en sus perfiles ya no fueron interpretadas como señal de una llamada de atención. Fue un poco decepcionante y casi doloroso al principio, y sobre todo frustrante e incómodo algo después, pero no pudo ser de otra manera. Estaban condenados a dejar esta historia de nuevo en puntos suspensivos. No eran Paul Newman y Joanne Woodward. Solo eran dos jóvenes de almas afines en un multiverso digital que vivían estudiando el guion de una obra que no se concretaría jamás. Así fue como el intento de amor quedó suspendido, esperando quizás un nuevo escenario.

Un lunes cualquiera, de camino al trabajo, no se reconocieron entre la multitud.

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